Por Pascual Tamburri Bariain, 10 de enero de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.
La única cosa segura es que el problema migratorio debe afrontarse. La inmigración no puede gestionarse con un criterio ideológicamente liberal, ya que los afectados son seres humanos.
Valdano, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa son hispanoamericanos; sin embargo, los españoles de a pie no los consideran iguales a sus connacionales que desempeñan otro tipo de trabajos. ¿Por su fortuna? Puede ser, en algunos casos; pero sobre todo se debe a que no son inmigrantes ilegales. Un gran problema nacional que es preciso solucionar antes de que estalle.
Hay en España más de 1,5 millones de inmigrantes legales, aunque se ignora el número de ilegales, que pueden ser más del triple. La inmigración ilegal y sus consecuencias (inseguridad, crimen, marginación) preocupan a los españoles porque afectan a su vida cotidiana y a la de sus hijos. No preocupan, ciertamente, a los residentes en urbanizaciones de lujo, ni a los políticos que especulan con el sufrimiento ajeno. Pero las encuestas revelan algo que puede saberse con sólo pasear por las calles: los españoles están cansados de esperar tiempos mejores, y toleran mal a los profesionales de la política cuando, en este asunto, limitan su guión a lo políticamente correcto. No han pasado muchos años desde que fue ministro aquel Pimentel de los «papeles para todos» que suponía preventivamente que en caso de conflicto el español era culpable y el inmigrante ilegal víctima.
Una reciente encuesta del CIS dio como resultado que sólo el 6,4 por ciento de los españoles cree que los inmigrantes procedentes de Iberoamérica que viven en España son pocos. Los inmigrantes del Cono Sur, en particular los argentinos, no despiertan recelos en España, mientras que los del área andina y caribeña sí lo hacen.
Sin embargo, por razones evidentes en la Historia y en la vida cotidiana de nuestras calles, quienes realmente tienen problemas insalvables para integrarse en nuestra sociedad son los norteafricanos. Argelinos y sobre todo marroquíes son percibidos como poco dignos de confianza individual y colectivamente, y son tolerados únicamente por las necesidades de los empresarios, que los contratan. La gente de la calle no ha podido expresar su opinión sobre esta llegada de trabajadores, y en cierto modo es mejor que no la exprese.
La única cosa segura es que el problema debe afrontarse. La inmigración no puede gestionarse con un criterio ideológicamente liberal, ya que los afectados son seres humanos. Hombres y mujeres que dejan sus hogares, y no lo hacen por gusto; hombres y mujeres que en España ven alteradas sus costumbres, sus tradiciones y su vida con la llegada de estos nuevos vecinos. Nadie se está planteando seriamente si hay una alternativa a que las cosas sean como son; sólo la izquierda pancartera, que pide más de lo mismo. Es hora de aplicar con rigor las leyes que ya existen, y de preparar nuevas normas si es necesario.
Por Pascual Tamburri Bariain, 10 de enero de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.