Por Pascual Tamburri Bariain, 20 de enero de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.
Federico Trillo se ha puesto a sí mismo en muchas situaciones difíciles. Ésta parece ser otra, y tiene lugar en un momento malo por varias razones. Hay tiempo para rectificar.
Los Ejércitos, el nombre genuino y evocador de lo que la Constitución denomina Fuerzas Armadas, están de moda. España ha cambiado de posición relativa en el mundo, ya no es un país de tercera fila, ni deja que su defensa cercana o lejana recaiga sólo en otros. España, porque ha elegido que así sea, está empleando como instrumento y escudo sus Ejércitos y, al hacerlo, está pidiendo de los hombres y mujeres en servicio activo un esfuerzo y un sacrificio no siempre fácil.
Con todo esto, España tiene hoy las Fuerzas Armadas más ocupadas de su historia reciente, sometidas a ciclos operativos con frecuencia lejanos y a períodos de entrenamiento y maniobras casi sin precedentes. Porque así debe ser. Pero también tiene las Fuerzas Armadas más exiguas en número de los últimos siglos.
La moderna doctrina militar ha descubierto que la fuerza de un Ejército no reside en el número de combatientes, sino en la potencia de fuego, es decir, en la capacidad de responder con rapidez y contundencia ante todas las situaciones. Se cuentan, pues los medios. Y en ese sentido los planes del ministro Trillo implican un incremento del gasto, y de las inversiones en material, medios e infraestructuras. Sin lujos, y en realidad cubriendo necesidades pendientes desde muy atrás, pero de modo esperanzador.
Ahora bien, lo que se sabe en los Ejércitos desde mucho antes de que Trillo vistiese uniforme es que más importante que el número, y más importante incluso que los medios, es el espíritu. Durante demasiados años las Fuerzas Armadas han sido despreciadas, ridiculizadas y postergadas ante el pueblo español. Políticos sin escrúpulos han querido romper el nexo espiritual entre Pueblo y Ejército, y han deseado privar así a los defensores de España de una razón para combatir. Sin razón y voluntad de existir, los Ejércitos más numerosos y mejor equipados son inútiles. Sin dignidad y sin moral, sin espíritu, ninguna unidad militar subsiste.
Junto a la ilusión del amor del pueblo, junto al cariño sentido en las ocasiones más dolorosas, junto a las nuevas misiones y a los nuevos medios y retos, los Ejércitos necesitan recuperar su dignidad, su espíritu. La política de bajas a los militares que han cumplido cierto tiempo de servicio, política economicista pero miope, está creando profundo malestar en un colectivo disciplinado y taciturno por definición. No basta fomentar colocaciones civiles ni créditos blandos, pues se trata de dar dignidad y prestancia a quienes dieron sus mejores años de juventud a la Patria. 12 años de servicio, o 35 años de edad, no cancelan un espíritu militar; pero la torpeza política y administrativa sí pueden crear inquietudes indebidas.
Federico Trillo se ha puesto a sí mismo en muchas situaciones difíciles. Ésta parece ser otra, y tiene lugar en un momento malo por varias razones. En primer lugar, no es bueno crear problemas sin necesidad a dos meses de unas elecciones generales. En segundo lugar, no es sensato desmoralizar a las Fuerzas Armadas precisamente cuando se están viendo en la posibilidad inmediata de cumplir sus obligaciones constitucionales dentro y fuera de España. En tercer lugar, no parece la mejor manera de hacer atractivo el alistamiento de nuevos soldados profesionales. Y en cuarto, en fin, si se trata de recuperar lo mejor del espíritu del Servicio Militar con la creación de la Reserva Voluntaria -cuyo plazo de recluta termina la semana que viene- no parece todo esto la mejor bienvenida para esos civiles deseosos de servir, en lo posible, a la Patria y al uniforme.
Por Pascual Tamburri Bariain, 20 de enero de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.