Otro rostro para la nueva Europa

Por Pascual Tamburri Bariain, 21 de enero de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.

La solidaridad continental debe generar una identidad común, que ya existe en sus bases fundamentales; y debe resultar en una Europa unida en torno a los valores propios de Europa.

Los grandes cambios geopolíticos que afectaron a Europa en los años 90 cambiaron radicalmente el aspecto de nuestro continente. De este modo, cayó finalmente la artificial división entre Este y Oeste, que privaba a España de contacto con la Europa danubiana, balcánica, báltica y de las estepas que, sin embargo, comparte con nosotros una identidad cultural. En definitiva, y como cura de humildad y estímulo, nos dimos cuenta de que Europa no son sólo los grandes países occidentales.

Estos cambios dieron, y están dando, un impulso decisivo al proceso de ampliación de la unión Europea, ampliación física pero también conceptual y moral. Según el Tratado de Atenas, el 1 de mayo de este año Europa acogerá diez nuevos socios, hasta alcanzar un total provisional de veinticinco. Salvo Malta y Chipre -que presentan sus propios problemas- son todos países que han atravesado durante más de cuatro décadas la experiencia genocida comunista.

Se habla mucho de los problemas económicos de la integración, y de las oportunidades económicas paralelas. Sin embargo, esta ampliación supone realmente un desafío político. Si Europa sigue siendo esencialmente un mercado, una alianza económica, no afrontará con éxito los dos grandes problemas que los nuevos socios comportan (el problema de las minorías nacionales y el de las relaciones con Rusia). Y, sobre todo, no habrá una Europa capaz material y moralmente de ocupar su espacio propio, desde el Atlántico al Pacífico.

España tiene algo importante que decir a sus ya socios, y también a los nuevos adheridos. Los problemas nacionales del Este, dentro y fuera de los Estados, no pueden gestionarse con un complejo de superioridad occidental. La ampliación de la UE debe ser entendida como un reencuentro histórico que de lugar a una identidad compartida, y no meramente a una extensión cuasicolonial de las grandes economías occidentales. La tentación francesa y alemana, evidente ya antes de la fecha decisiva, es considerar a los países del Este hermanos menores a los que tutelar, dirigir y, en suma, explotar.

No debe ser así. A España, a corto plazo, podría interesarle participar en una gestión francoalemana del Centro y el Este de Europa. Pero ni es nuestro estilo nacional, ni es el verdadero interés de Europa. La solidaridad continental debe generar una identidad común, que ya existe en sus bases fundamentales; y debe resultar en una Europa unida en torno a esa identidad y aa los valores propios de Europa, más que en torno a una nueva explotación económica.

Por Pascual Tamburri Bariain, 21 de enero de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.