Navarra no está libre de peligros

Por Pascual Tamburri Bariain, 23 de enero de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.

Ante las elecciones del 14 de marzo de 2004 ha comenzado ya, tanto para España en general como para Navarra en particular, el baile enloquecido de encuestas y contraencuestas. A la incertidumbre general -que no lo es tanto- por el destino comparado del proyecto Zapatero y del proyecto Rajoy -si es que hay un proyecto Zapatero- se añade en el caso navarro una incertidumbre nueva y muy singular.

No cabe duda, en los límites de lo humanamente previsible, de que la coalición UPN-PP volverá a vencer las elecciones generales en la circunscripción de Navarra; ni de que lo hará con más votos que en las elecciones autonómicas; ni de que obtendrá la mayoría de los nueve escaños en disputa. Es lógica, así, la confianza en el futuro inmediato que han expresado el diputado Jaime Ignacio Del Burgo y el presidente del Gobierno foral Miguel Sanz. Una confianza que, en todo caso, reposa sobre una tarea parlamentaria tan eficaz como la que muestra a la opinión pública el informe sobre la Legislatura 2000-2004 presentado el 16 de enero de 2004 por los parlamentarios navarros. Mariano Rajoy ratificó el pasado viernes en Pamplona el pacto UPN – PP, y antes del mes de marzo el propio José María Aznar acudirá a Navarra a agradecer a sus amigos y electores la confianza demostrada.

Pero no serán unas elecciones como las demás, y si alguien se obstina en seguir negando la evidencia no tiene más que esperar unas semanas o unos meses para comprobar lo infundado de ciertas excesivas tranquilidades. Y la intranquilidad, si se quiere la inseguridad, no se deriva en este caso ni exclusivamente ni esencialmente de las veleidades antipatrióticas de una izquierda consumida en sus propias miserias y en sus propias incompetencias. No es una improbable victoria de la izquierda lo que ensombrece el futuro institucional y social de Navarra.

El protagonista de las elecciones va a ser el leizarra Patxi Zabaleta, fundador y centro del partido Aralar -partido que no reniega de su condición de «izquierda abertzale»-, aglutinador de la coalición electoral «Nafarroa Bai», representante acreditado en Navarra de los boyantes planes independentistas del nacionalismo vasco. Y de ahí -de esos planes- nacen las sombras.

Nafarroa Bai puede obtener representación parlamentaria. La adición de votos nacionalistas en Navarra, prescindiendo de los votos batasunos, da como resultado la tercera fuerza electoral, y un diputado en Cortes. Como meta institucional secundaria, Nafarroa Bai maneja la hipótesis de un sorpasso del PSOE, llegando, como coalición aglutinante de todo el voto útil nacionalista e izquierdista, a ser la segunda fuerza política en la provincia. En tercer lugar, y siempre a partir de datos contrastados que se manejan en el seno del propio mundo abertzale, es posible que esa segunda fuerza obtenga dos diputados y un senador, igualando la representación de UPN-PP en la Carrera de San Jerónimo.

Negar los hechos y declarar imposible lo probable no es la manera adecuada de actuar en política. Zabaleta, en política, no necesita alcanzar ninguno de esos tres niveles de objetivos, porque ya ha logrado el primero y esencial: Nafarroa Bai da voz -voz propia e innecesariamente respetada, pero voz ilusionante y capaz de crecer más allá de todo límite- al nacionalismo vasco en Navarra, que se viene a colocar directamente en su mejor posición social desde la Transición. Zabaleta, y su entorno, está empapado de cultura política marxista, y sabe perfectamente que la hegemonía institucional del centro derecha ha obligado al independentismo a una «guerra de posición». En términos gramscianos, «la guerra de posición se utiliza hasta que maduran las condiciones para la guerra de movimiento, pero ambas están entrelazadas». Antonio Gramsci dejó escrito que no se puede emprender el asalto al poder (y, en este caso de lucha revolucionaria, la independencia) mientras la «lucha de trincheras en la sociedad» no haya creado las premisas del éxito.

El nacionalismo puede ser detenido electoralmente, pero ¿basta eso? La espectacular conjunción de fuerzas e ilusiones que revela la virtual adhesión de ETA – Batasuna a Nafarroa Bai (cosa evidente desde este sábado y el acto de Anaitasuna), la unidad del nacionalismo y su colusión con la izquierda (mostrada en la manifestación pretendidamente pacifista, efectivamente nacionalista, de Elkarri en el centro de Pamplona el mismo día) y la existencia de zonas sin libertad en la sociedad navarra (evidente, por ejemplo, en la presión contra el homenaje a Jesús Ulayar, víctima de ETA muchos años olvidada, también el sábado en Echarri Aranaz) son signos muy preocupantes, de no imponerse firmes cambios de rumbo.

La primera tarea de quien se plantea una acción subversiva es desorganizar al adversario y ocultarle sus verdaderas intenciones. Mediante la desinformación y la descomposición moral y psicológica se pueden obtener victorias que sólo por la fuerza o por las urnas serían impensables; y hacerlo además cuando los adversarios están más confiados, y dedicados a sus propias querellas intestinas. Estas sencillas lecciones de guerra revolucionaria han nutrido a varias generaciones de militantes marxistas, y no hemos de olvidar que de esa escuela proceden los actuales dirigentes de la vanguardia nacionalista en Navarra. Liquidar el proceso Ibarretxe – Aralar como si se tratase de un simple fenómeno electoral es sencillamente agravar más los problemas de nuestro inmediato futuro, si efectivamente deseamos una Navarra libre, en paz, democrática y -obviamente- española.

Por Pascual Tamburri Bariain, 23 de enero de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.