Por Pascual Tamburri Bariain, 9 de febrero de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.
9 de febrero. En torno a la visita de José María Aznar a Estados Unidos se ha organizado un colosal embrollo mediático, complicado por la polémica -interminable- en torno a la posesión o no por el Irak de Sadam Hussein de «armas de destrucción masiva». Una polémica en la que todo el mundo se considera autorizado a intervenir, aunque demasiado a menudo sin conocimiento preciso del asunto. Es un clima de campaña electoral, en el que la verdad tendrá muchas dificultades para resplandecer.
España, es bueno recordarlo aunque sea clamar en el desierto, no fue a Irak porque hubiese allí armas de uno u otro tipo. España está en Irak porque conviene a los intereses de la nación determinados democráticamente por el Gobierno. Si un grupo de medios de comunicación, un grupo de partidos políticos o un grupo de manifestantes se considera con mayor legitimidad para decidir qué interesa a España y qué no interesa a España, sobra la Constitución y sobran las leyes, cosa que nadie dice desear. Al menos mientras no llegue el 15 de marzo, porque el mal perder electoral de la izquierda española es bien conocido.
España tiene unos intereses como nación que no deben depender de quién gobierna, y quien gobierne tiene unos medios constitucionales para defender dichos intereses. Puede resultar electoralmente conveniente, e interesante para las metas de un partido político, mantener un perfil internacional bajo, de falso europeísmo. Pero eso no garantiza nuestras fronteras, ni nuestro comercio, ni nuestra dignidad. España no es una gran potencia, pero tampoco puede delegar en sus vecinos continentales la defensa de tales intereses. El caso de Perejil fue una señal de alarma sobre la actitud de unos y de otros, y ciertamente entonces quedó demostrado que, hasta que exista una verdadera Europa, la alianza con Estados Unidos, con Gran Bretaña o con Italia conviene a sus intereses nacionales más que la secular sumisión a París.
Y la cuestión es sólo ésa. Cómo y por qué Estados Unidos o Gran Bretaña decidieron ir a la guerra en Irak no es asunto que provocase la intervención española. España acudió, en primer lugar, por lealtad a quien había sido leal en horas difíciles y podrá volverlo a ser: y en segundo lugar, no lo olvidemos, porque Sadam Hussein no era precisamente tranquilizador para la seguridad internacional. En una era de crecientes inseguridades, España sabe que debe defenderse, y que debe tener amigos fiables. Eso se decide en Irak, y el debate sobre unas «armas de destrucción masiva» que pocos periodistas sabrían definir y menos aún reconocer carece de sentido. Salvo en campaña electoral.
Por Pascual Tamburri Bariain, 9 de febrero de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.