Por Pascual Tamburri Bariain, 11 de febrero de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.
11 de febrero. Desde la semana próxima patrullas mixtas hispano marroquíes vigilarán la frontera común para perseguir el tráfico ilegal de seres humanos. España, después de muchos años de dilaciones, ha conseguido empezar a impermeabilizar su porosa frontera del Estrecho, que a lo largo de los milenios siempre ha sido nuestro punto más sensible.
La inmigración ilegal es un problema para todos. Es un problema para el Estado, que afronta un círculo vicioso que lleva de la ilegalidad en la entrada al delito en España. Es un problema para nuestra economía, porque sólo reporta beneficios a especuladores sin escrúpulos, indeseables desde cualquier punto de vista. Es un problema para los ciudadanos españoles, que sufren una inseguridad creciente en las calles, en la aulas y en los lugares de trabajo, y además la pagan con sus impuestos. Es, en fin, y ante todo, un mal para los mismos inmigrantes, las primeras víctimas de una nueva e hipócrita forma de esclavitud.
Lo más curioso del caso es que cierta izquierda, que se supone defensora de los ciudadanos más necesitados, que se presume garante de la enseñanza pública y de los espacios públicos de convivencia y de servicios, que en pura teoría representa a los trabajadores o aspira a hacerlo, no ha aplaudido la medida. En los foros donde se ha fraguado el programa electoral del PSOE y donde se cuecen los ricos caldos de la progresía hay cierta perplejidad con el asunto, pero en definitiva tiende a prevalecer la demagogia pancartera del «papeles para todos» sobre un análisis sensato, aunque fuese izquierdista, de los hechos.
La opinión pública, en cambio, expresa siempre que puede su opinión: la inmigración es un sacrificio que muchas personas hacen por necesidad, ninguna por alegre decisión, y convertirla en explotación por cualquier vía -una de ellas es la ilegalidad- es un atentado contra la dignidad de las personas. Intentar sacar votos del asunto, por otro lado, roza lo inmoral, aparte de lo ridículo.
Es un paso acertado, y ha de ser el primero dentro de una nueva política de migraciones. Mariano Rajoy hereda un país próspero, pero también un país con los problemas ligados a esa prosperidad. España, visto el conjunto insoluble de problemas en los que países como Francia o Alemania se debaten con motivo de la inmigración ilegal, de la inmigración extraeuropea e inasimilable, debe tomar nota y ahorrarse más traumas colectivos, como lo ha sido durante años el goteo de pateras.
Por Pascual Tamburri Bariain, 11 de febrero de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.