Por Pascual Tamburri, 1 de marzo de 2004.
Publicado en El Diario Exterior.
España es Europa, no como resultado de un cálculo de ingresos y gastos ni como fruto ideológico de la sumisión a una u otra internacional, sino por su origen y su misión.
El europeísmo es uno de los presupuestos de la vida pública actual. Ningún político español, y casi ningún político europeo digno de mención, puede evitar declararse europeísta. Ese europeísmo será más o menos matizado, y tendrá mayor o menor sinceridad, pero ha arraigado en nuestra cultura política casi con la fuerza simbólica de las libertades y de la democracia. Demasiado a menudo, sin embargo, carece de un respaldo doctrinal y reflexivo, y se convierte en un problema para el verdadero europeísmo.
Porque, en efecto, no hay un solo europeísmo, y el más profundo y decidido no es necesariamente el más ostentado. Hay grandes preguntas que el europeísmo debe responder, si es sincero. Y que no responderá, si no lo es. Es una de las grandes cuestiones del año 2004 para nuestro país.
¿Por qué España, en resumidas cuentas, debe vivir más intensamente con la Europa geográfica y con la Europa de la Unión que con el resto del mundo al que pertenece? Si un europeísmo pretende imponerse ha de mostrar sus razones o aceptar su ilegitimidad de origen. Y la única respuesta posible es de naturaleza moral, no material: España es Europa, no como resultado de un cálculo de ingresos y gastos, ni como fruto ideológico de la sumisión a una u otra internacional, sino por su origen y naturaleza -en el pasado- y por su misión -en el futuro-. Y esta realidad, por otra parte, no implica una aceptación acrítica de todo lo que venga de allende la cordal pirenaica.
No parece aceptable que una política europea y europeísta signifique no discutir las grandes cuestiones en el seno de esta misma Europa, y sobre todo no puede significar para España una renuncia a sus valores propios, esencialmente europeos, y probablemente más abiertos al mundo del siglo XXI que los representados por el bloque novecentista renano. España, como parte cualificada de Europa, tiene una visión del mundo universal; el centro reformista que algunos defienden en España es sólo, tal vez, su manifestación más acabada y reciente, y está igualmente lejos de todos los extremismos indeseables que florecen en otras latitudes. Lejos, pues, de la imposición absoluta de las dos grandes exigencias de nuestro tiempo, y en condiciones de satisfacer al mismo tiempo las dos: la exigencia de la libertad del individuo -que sacralizada ha creado pobreza y dolor sin cuento- y la exigencia de una vida comunitaria y estatal eficaz y organizada -de la que cabe decir otro tanto-.
Europa es una comunidad de hombres y de mujeres, de pueblos y de naciones, unida por su origen, unida por los valores que la han hecho grande, unida tal vez por su destino mucho más que por la geografía. España tiene hoy la oportunidad de defender su interés nacional y popular, y de hacerlo proponiendo una nueva formulación de aquellos valores apta para solucionar los nuevos problemas. En la capacidad de nuestro gobernantes del futuro más inmediato estará la diferencia entre una España grande y una Españ servil; pero también entre una Europa viva y joven y una Europa envejecida y a la defensiva. Todo es aún posible.
Por Pascual Tamburri, 1 de marzo de 2004.
Publicado en El Diario Exterior.