Por Pascual Tamburri Bariain, 1 de marzo de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.
1 de marzo. Sería inútil intentar convencer a un ciudadano español normal, a un votante de a pié, de que hay diferencias jurídicas importantes entre los insultos, las calumnias y las palabras más o menos gruesas. Lo que ese ciudadano sabe, en estas semanas de campaña electoral, es que los políticos, colectivamente, han elevado el tono de la voz y han rabajado paralelamente el calado de sus críticas recíprocas, pasando de lo público a lo privado, y de lo general a lo muy particular. No parece que de este proceso se deriven grandes bienes para nuestra democracia.
Sin embargo, sería injusto acusar globalmente de esta degradación del ambiente a toda la clase política. Algunos hombres y mujeres han participado en el proceso, mientras que otros se han resistido al mismo; y hay que señalar entre los últimos, muy especialmente, al candidato popular Mariano Rajoy, que ni ha incurrido él mismo en groserías, ni las ha permitido en su entorno. Una cierta lección de estilo.
Estilo, por cierto, enteramente opuesto al de otros hombres públicos; y entre ellos el más notable es uno de los indignados de las últimas fechas, el socialista Alfonso Guerra. Cualquier español de más de treinta años recuerda perfectamente el tono cáustico e insultante de este singular personaje, primero en la oposición y después en el Gobierno. Oposición a todo y a todos, sin freno ni medida. Y es muy importante recordar que los medios de comunicación que jugaron con su insulto personal de hace unos meses contra el propio Mariano Rajoy (una insinuación muy poco sutil y bastante soez) son los mismos que hoy se indignan por las salidas de tono -en todo caso menos graves y más fundamentadas- de algunos populares.
Estilo, algo más que una palabra si los españoles desean que la política sea algo más que un negocio. Estilo, o lo que es lo mismo, modo de entender la vida y de afrontarla. No es cierto que en un político haya que pedir virtudes públicas y puedan tolerarse graves vicios privados: el hombre es sólo uno, y la deshonestidad no puede acotarse en una parte del espíritu humano. Si existe, tenderá a extenderse a todas las esferas de la vida del sujeto, y por consiguiente toda la vida del político interesa a sus votantes. Desde el momento en que una persona adopta un compromiso político sabe que podrá ser juzgado también por su vida privada.
Hay que pedir educación, prudencia y caridad tanto a los políticos como a los informadores; hay que evitar el insulto y la descalificación gratuita. Pero los vicios y debilidades de un hombre o de una mujer que gobierna o que puede gobernar afectan a quienes les votan. Y este debate sólo puede resolverse con generosidad y con sentido común.
Por Pascual Tamburri Bariain, 1 de marzo de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.