Por Pascual Tamburri Bariain, 5 de marzo de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.
Tras el 15 de marzo, las Cortes que salgan de las urnas, como encarnación del pueblo español, tendrán un problema que no admite espera: el debate sobre la unidad y cohesión del Estado.
5 de marzo. Hay una cuestión decisiva para cuya resolución no importan los vaticinios de las encuestas, y tampoco los resultados de las elecciones. Tras el 15 de marzo y tras la sesión de investidura presidencial, las Cortes que salgan de las urnas y el Gobierno que salga de esas Cortes, como encarnación jurídica del pueblo español, tendrán un problema que no admite espera: la crisis de la unidad española, o por mejor decir el debate inaplazable sobre la unidad y cohesión del Estado.
Hay unos nacionalismos periféricos que, sin fundamento objetivo pero con indudable fuerza política, desean ora la ruptura de la unidad ora la definición de un modelo federal o confederal, con o sin derecho de las regiones a la secesión. En resumidas cuentas, sólo el Partido Popular defiende sin matices la conformación territorial definida en el Título VIII de la Constitución de 1978, ya que el PSOE, al menos, está dispuesto a dialogar y a negociar con los nacionalistas sobre este asunto. Y los planes de Ibarretxe y de Maragall, junto a la presión de ETA y de las bufonadas de Carod, y de otros separatistas igualmente pintorescos en otras regiones, no son cosa de broma.
Las alternativas son varias: o se acepta el principio autodeterminista, en cuyo caso habría que definir qué regiones y con qué criterios pueden optar a esa vía; o se plantea un nuevo modelo que, bajo el nombre de federalismo sea un confederalismo igualmente abierto a la secesión, aunque en tiempos más largos y con formas más suaves; o los independentistas avanzan hacia sus objetivos por las malas, planteando una crisis sin precedentes recientes. Todas las opciones son malas, y ninguna de ellas es compatible con nuestra democracia constitucional, ni tampoco con la configuración histórica de la identidad española.
Como se ha dicho, sólo el Partido Popular, con algunos partidos regionales, desea que las cosas se queden como están, en el actual Estado autonómico. No obstante, en el entorno popular las cosas a veces se plantean de manera confusa, ya que el horizonte es preocupante. Pero las preocupaciones se resuelven con la acción, no con la inacción: si el modelo territorial español se discute y se ataca por un lado, si por otro hay riesgos de que se venda por un plato de lentejas, lo casi seguro es que habrá que introducir cambios. Cambios no precisamente en la dirección deseada por los enemigos de España y de la verdad, sino para garantizar unna y otra, y con ellas la libertad y la democracia en los términos esenciales. Importa más, como bien sabe Mariano Rajoy, la sustancia que la apariencia.
Por Pascual Tamburri Bariain, 5 de marzo de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.