Nuevos rumbos, viejos problemas

Por Pascual Tamburri, 23 de marzo de 2004.
Publicado en El Diario Exterior.

Hay cuestiones que, por su propia naturaleza, no pueden cambiar cada cuatro años porque sus ciclos son distintos. Por ejemplo, la política exterior.

José Luis Rodríguez Zapatero no ha ocultado a lo largo del último año, y por supuesto en la campaña electoral, su intención de cambiar la orientación de la política exterior española. Tras conocer su victoria electoral, el líder socialista ha declarado que «Europa va a ser el ámbito natural de nuestra política exterior». El previsible nuevo inquilino de la Moncloa hizo, en suma, un llamamiento a el consenso respecto a los que ha definido como ejes tradicionales de la política exterior española: Europa, Latinoamérica y el Mediterráneo.

Zapatero tiene todo el derecho a plantear su política, y a aplicarla, porque, bien que mal, los ciudadanos conocían su posición cuando mayoritariamente lo eligieron. Y en democracia las cosas funcionan así, sin discusión. Sin embargo, los países no viven en todos los aspectos al ritmo de las legislaturas, y ciertas cuestiones no cambian cada cuatro años, porque por su misma naturaleza no pueden cambiar. Y es el caso de la política exterior y de la Defensa, por ejemplo.

España ha vivido durante al menos dos siglos, y en realidad desde Rocroi, con un complejo de inferioridad colectivo, que hacía necesariamente superior –en especial para los españoles supuestamente cultos, y para los gobernantes- todo lo que viniese de Francia, de Gran Bretaña, y después de Alemania. Cuando, en pleno franquismo, llegó a nuestras costas el nuevo europeísmo, en él se condensó en buen parte ese complejo de inferioridad. ¿Qué papel puede tener, desde ese punto de vista, nuestro país en el mundo? Un papel subordinado, limitado a lo local o regional, y en todo caso sometido a las grandes decisiones que se han de tomar siempre al Norte de nuestras fronteras. Si España se comporta bien, se decía en el franquismo y se ha seguido pensando después, será aceptada como socio menor de Francia y de Alemania, modelos y guías inexcusables de nuestra nación.

Pues bien, muchos españoles siguen pensando así, y creen que el retorno de España a la sumisión será una verdadera liberación, y que el camino emprendido por Aznar para dar nuevos aires a la política exterior es un error. Es la opinión del PSOE, y es lo que mandan las urnas.

Sin embargo, los problemas reales, pequeños y grandes seguirán estando donde estaban. Marruecos seguirá siendo nuestro vecino del Sur, aliado predilecto de cualquier Francia existente o por existir, centro de tráfico de droga, lugar de salida de inmigrantes, potencia colonial en el Sahara, amenaza a nuestro territorio, base de terroristas. El sumisión a la «pequeña Europa» no solucionará, nunca ha solucionado, el problema marroquí de España. Tampoco ese camino nos hará necesariamente más relevantes en la política hispanoamericana, ni más fuertes en el Mediterráneo. Pueden escogerse, en democracia, diferentes vías para solucionar los problemas. Pero lo cierto es que los problemas están ahí, esperando al presidente Zapatero.

Por Pascual Tamburri, 23 de marzo de 2004.
Publicado en El Diario Exterior.