Por Pascual Tamburri, 28 de abril de 2004.
Pascual Tamburri explica en este artículo que España no es hoy una nación espiritualmente unida, y a la división de las almas tiende a añadirse una división material.
El 25 de marzo de 2004 ha sido domingo. Como toda la Hispanidad sabe, o tradicionalmente ha sabido, si san Marcos es domingo, también lo será el día de Santiago Apóstol, y será por tanto un Año Santo Jacobeo. 2004, un año tan complejo para España y para toda la familia de naciones que ha heredado de esta nación lengua, cultura y religión.
Santiago, como es lógico, ha prevalecido en importancia sobre el Evangelista, pero éste tiene una importancia decisiva en nuestra cultura, y también en nuestra cultura política. Omne regnum in se divisum desolavitur; y éste es un axioma, pues toda comunidad humana, política o no, ha experimentado esta verdad. La división material o moral entre los miembros de esa comunidad genera debilidad, y la debilidad incrementa de manera inevitable la agresividad, los apetitos y las ingerencias de las comunidades vecinas o rivales. Puede parecer una verdad de Perogrullo, pero una clase política digna de tal nombre, que desee optar a un puesto digno en la historia, debe recordarlo.
No es malo el domingo de san Marcos y la semana que le sucede para recordarlo. España no es hoy una nación espiritualmente unida, y a la división de las almas tiende a añadirse una división material. División o proyecto de división entre las regiones, donde la miopía de unos pocos abre paso a los más bajos instintos y a las peores perspectivas. División y fractura entre las opciones políticas, porque la conquista del poder por los unos se ha hecho a costa de la denigración de los otros, olvidando que un puñado de votos más o menos no autoriza a discutir lo permanente. División y quiebra de la solidaridad social, porque la retórica igualitarista impone, en determinados planes, la tentación de volver a arrollar a la clase media en beneficio de la demagogia por un lado y de los más poderosos por otro.
De los más optimistas horizontes a la división de los espíritus median sólo pocos pasos, pocas decisiones, pocos equívocos, pocos errores. Y a menudo pocas horas o pocos días. Pero lo cierto es que en política exterior no hay espacio ni para esos errores ni para los vacíos de autoridad: la división en uno genera expectativas en todos los posibles rivales.
La unidad, base de la fuerza y de la dignidad, no es un hecho material, que pueda lograrse sólo por la prosperidad y la riqueza. La unidad es, ante todo, un hecho espiritual, una constancia en la concordia entre quienes deben dirigir la comunidad. Una constancia que no admite excepciones, pausas ni concesiones, porque cada una de éstas dará al traste con todo lo logrado, y hará que la comunidad retroceda muchos pasos.
Por esa misma naturaleza espiritual del problema, aunque sus imprevisibles consecuencias sean tanto materiales como morales, es adecuado recordar la importancia de la unidad precisamente en torno al 25 de abril, y precisamente en esta vieja nación cristiana, que por serlo o haberlo sido sufre una agresión exterior, y que no puede renegar, siquiera culturalmente, de esa condición. Tampoco puede renegar, en ningún caso, de la triple lectura cristiana de la guerra, que es la lectura española a través de los siglos: la guerra como mal no deseable, ciertamente, pero la guerra como realidad inevitable mientras el mundo sea mundo, y la guerra, en ocasiones, como legítima defensa de una comunidad agredida en sus intereses o en sus vidas. La guerra no debe romper la unidad de una nación que desee seguir en pie. Y ciertamente no la de España.
Cuando oyereis hablar de guerras y de rumores de guerras no os turbéis: es preciso que esto suceda (Mc 13, 7)
Pascual Tamburri
El Diario Exterior, 28 de abril de 2004.
https://www.eldiarioexterior.com/la-division-interna-de-un-471.htm