Reglas para la guerra, guerra para la paz

Por Pascual Tamburri, 7 de mayo de 2004.

La guerra no es algo que haya que justificar sólo moralmente, es un atributo al que los Estados soberanos recurren según sus necesidades e intereses.

Las tropas británicas y estadounidenses han cometido delitos contra prisioneros iraquíes durante la presente guerra. Los detenidos en Guantánamo no ven reconocidos sus más elementales derechos y sufren hace años un trato vejatorio y objetivamente inhumano. Israel y los palestinos combaten hace décadas una guerra de terror y de dolor en la que la única regla es causar el mayor sufrimiento posible al adversario. Y así sucesivamente. Tanto los hechos conocidos más recientemente como aquellos a los que indebidamente se ha acostumbrado nuestra opinión pública no son sólo lamentables: son criminales, y deben ser reprimidos en consecuencia. Son de hecho crímenes de guerra, que en cualquier tiempo pasado los propios Ejércitos –al menos si se hubiese tratado de Ejércitos de tradición europea- habrían evitado con tanta rapidez como vergüenza. Pero hay que explicarlos, además de evitarlos, porque en la explicación de su génesis está también una parte de su solución.

Los crímenes más horrendos, y más contrarios al espíritu militar clásico, no se producen en la lucha entre Ejércitos regulares de países que se enfrentan en guerras clásicas. Esa guerra, por terrible y dolorosa que resulte, es una guerra con reglas, reglas escritas y no escritas que los combatientes conocen y aplican, que hacen de la guerra, en efecto, una continuación extraordinaria pero civilizada de la diplomacia, una parte de la vida de los Estados.

El problema se plantea cuando la guerra no es entre Estados soberanos y Ejércitos regulares, cuando, por el contrario, uno de los bandos niega del otro la dignidad, la soberanía, la legitimidad; cuando niega incluso su existencia o su derecho a existir, cuando lo convierte en el Mal Absoluto. Porque, en buena lógica, no hay reglas para enfrentarse a lo intrínsecamente malo, no hay límites en la violencia que se puede emplear, no hay nada que no se pueda hacer.

Guste o no guste, es el intento de legitimar moralmente de manera absoluta el recurso a la guerra una raíz de los crímenes de guerra. Si el enemigo no existe, no tiene derecho a existir o es la encarnación de lo más abyecto ¿tiene derechos? ¿Hay que respetarlos? Si el enemigo es por definición pésimo y pérfido, ¿qué impide torturarlo, masacrarlo, humillarlo o abusar de él?

Hay algo que, desgraciadamente, une espiritualmente a Estados Unidos, a Israel y a quienes vociferan en las calles contra ambos países y sus aliados: todos creen que en las guerras hay Buenos y Malos, que las guerras son sólo legítimas si las desencadena el Bien contra el Mal, y que en ese caso todo es admisible. Obviamente, hay divergencias sobre quién es el bueno y el malo, pero en definitiva todos aceptan, en el hipotético caso de una «guerra justa», que el Bien recurra a cualquier medio contra el Mal y sus agentes. En la tradición europea, que hoy tal vez sólo España, Italia e imperfectamente Gran Bretaña representan en Irak, y que Estados Unidos debería retomar también, las cosas no son así. La guerra no es un acontecimiento que haya que justificar sólo moralmente, ni un hecho de naturaleza religiosa que deba terminar con el exterminio del rival; es un atributo de los Estados soberanos, que recurren a él según sus necesidades y sus intereses. La paz eterna no existe, como tampoco existe la perfeción terrena de la bondad humana.

Europa llegó a esta conclusión ya en el siglo XVII, y desde entonces la guerra tuvo reglas, y éstas se respetaron en general. Resulta incoherente, además de poco práctico, pretender que la guerra sea justa a partir de la maldad del enemigo y que después deba respetarse a ese mismo enemigo. Es hora de romper este círculo vicioso, que condena a los soldados de nuestros aliados a ser cómplices de una crueldad de tipo asirio y a nuestros pacifistas celtíberos a una incoherencia intelectual absolutamente impresentable.

Pascual Tamburri
El Diario Exterior, 7 de mayo de 2004.
https://www.eldiarioexterior.com/reglas-para-la-guerra-guerra-550.htm