Por Pascual Tamburri, 18 de junio de 2004.
Ahora que tanto se ha hablado de una Europa ampliada, Pascual Tamburri se pregunta por qué no se plantea con claridad el papel de Rusia en el equilibrio del continente.
África no empieza, ni termina, según se vea, en los Pirineos. Nunca ha sucedido esto, porque a ambos lados de la cordillera han vivido dos ramas de la misma familia, primos y hermanos, mejor o peor avenidos. Los españoles no son menos europeos que los franceses, sean cuales sean las opiniones de los secuaces conscientes o inconscientes e Américo Castro. Milites europenses fueron, sí, para el cronista, los germanos –francos- que detuvieron la incursión musulmana en Poitiers en 732, pero los ecos de esa batalla y de su alivio y esperanza llegaron hasta los hispanos –romanos y germanos también- oprimidos por el Islam. Y andando el tiempo fue España –reconquistadora, goda, romana, celta y cristiana- el baluarte, el tajamar y el faro de Europa.
Pocos españoles aceptarían con alegría hoy, ni nunca, ser excluidos de Europa, ser relegados a África. Sobre todo porque tal cosa implicaría aceptar una falsedad. Los españoles son, en cualquier sentido que se quiera considerar el asunto, Europa.
Ahora bien, si asumimos pacíficamente que Europa no es un concepto de Geografía Física, sino de Geografía Humana, y en ese sentido llamamos europeo a cualquier español, esté donde esté, y decimos que Canarias, Ceuta y Melilla son Europa por derecho propio, ¿cómo definiremos los límites orientales de la masa continental europea?
Lo único indudable es que en la Gran Llanura Europea la naturaleza no ha puesto una barrera que permita llamarla frontera. Los grandes ríos unen y no separan, y aunque apelásemos a uno de ellos, ¿cuál sería? Y si el Elba y el Vístula son ríos interiores de Europa, ¿en qué los diferenciamos del Niemen o del Dnieper? A un lado y otro de estos grandes cursos viven europeos, unidos por su origen, por sus tradiciones, por el cimiento de su cultura, por su religión. Y lo que en España es evidente –que entre Tarifa y Tánger hay una distancia humana y cultural insalvable- en el Este es más que dudoso.
En el fondo, la gran cuestión que la Unión Europea no osa resolver es la de sus fronteras exteriores. Y en particular la de sus fronteras orientales, ya que las occidentales quedan (mal) definidas por un Océano que ya no separa nada, y las meridionales, aunque sangrientamente porosos, están donde las dejaron los Reyes Católicos.
La cuestión sin nombre y el miedo sin fecha es Rusia. Rusia, que es Europa, el pueblo ruso, que es tan europeo como el que más. ¿Por qué da miedo Rusia en Europa? ¿A quién interesa una Rusia eternamente fuera de Europa o eternamente subordinada a la rica Europa Occidental?
Los europeos de la vieja Unión, de los Doce, de los Quince, están todavía moralmente lastrados por el Muro de Berlín. En el fondo, aquel experimento diabólico convenía a las dos partes de la barrera, porque si a un lado se consolidaba la tiranía comunista al otro, precisamente como efecto del Muro, quedaba legitimada la utopía consumista. Mucha riqueza, es cierto, y mucha libertad, pero sólo en lo material.
El Este da miedo. El Este de Europa es grande, y tiene enormes posibilidades para pueblos jóvenes dispuestos a crear, a trabajar y a construir. El Este, y en particular Rusia, son «frontera», es decir, amplio espacio abierto al crecimiento. Y en el Oeste hay quien tiene de todo esto una visión mercantilista, neocolonial, expansionista. Un visión, sin duda, alicorta y egoísta.
Rusia es Europa, y si la U.E. quiere ser Europa ha de asumir que Turquía jamás podrá ingresar como socio, y que Rusia habrá de hacerlo antes o después. La única alternativa a que así sea es la rivalidad y el enfrentamiento. Y, ciertamente, si ya la hostilidad entre algunos grandes países europeos y la nueva Europa norteamericana es en sí misma suicida, un enfrentamiento entre esos mismos países y la nueva Europa rusa –hasta Vladivostok- sería, sencillamente, imbécil.
Sin embargo, no está excluido. Pero el interés de España es otro. Rusia debe ser parte del horizonte de España, y España debe ayudar a Rusia y a su entorno a mirar sin desconfianza al resto de Europa. Sería indeseable, por cierto, cualquier tentación de negar a los rusos la plena calidad de europeos; y los españoles, que han vencido de sus vecinos galos reticencias de índole similar, pueden y deben imponer al mundo germánico una reconsideración de su constante y lamentable mirada de superioridad hacia el Este. Porque, guste o no –y a Madrid ha de gustarle- Moscú e Irkutsk son tan europeas como Berlín o París.
Pascual Tamburri
El Diario Exterior, 18 de junio de 2004.
https://www.eldiarioexterior.com/rusia-y-espana-fronteras-de-1007.htm