Por Pascual Tamburri Bariain, 24 de junio de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.
Es obvio que España necesita paz en el Mediterráneo, y que esa paz sólo puede obtenerse desde una posición de fuerza. Una Europa cada vez más centroeuropea se inhibe del asunto.
Cuando Moratinos fue elevado a la dignidad ministerial -la dignidad del cargo se une a la de la persona- cabía esperar que, a cambio del anunciado repliegue en el escenario iraquí España adquiriese una nueva posición en el Oriente Próximo. La trayectoria del ministro así lo hacía esperar, la anunciada «vuelta a Europa» podía convertirse en una sólida plataforma para hacerlo y, en fin, los españoles podían pensar que en política no se hace algo a cambio de nada.
Sin embargo, la España de Zapatero ha renovado los usos diplomáticos establecidos, y ha empezado a regalar posiciones ventajosas a cambio de sonrisas, de aire, de vacío. Y el problema es grave, más grave de lo que el PP denunció. No se trata de un cambio de política exterior, al fin y al cabo legal, anunciado y previsto; no se trata ni siquiera de las formas precipitadas y destempladas con las que se hizo el giro, achacables a la ambiciosa ilusión del trío Zapatero – Bono – Moratinos. La cuestión es que España se ha quedado con poco o con nada, y que ha renunciado para ello a viejos intereses y alianzas.
La renuncia menos denunciada ha sido la relativa a la guerra entre Israel y los palestinos. Hay una guerra, no ha terminado, y que termine con prontitud y justicia es un interés nacional español, por muchas razones geográficas, económicas e históricas. España tiene un interés milenario en la zona, porque los Santos Lugares son un interés de España y porque es oportuno para todos los europeos que Israel pueda y quiera convivir en libertad con sus vecinos.
España pudo optar a decir una palabra decisiva en el conflicto desde su denostada posición de las Azores y de Diwaniya. Aquella opción podía gustar o no gustar, pero lo cierto es que era un proyecto exterior coherente, que además de evitarnos nuevos Perejiles, además de garantizarnos ciertas posiciones esenciales en África, además de devolvernos un protagonismo que nunca debimos perder, nos daba voz y voto autorizados en el asunto de Palestina.
El abandono de Irak y de las Azores no nos ha dado más capacidad de defender nuestros intereses constantes; ni siquiera el palestino. Es obvio que España necesita paz en el Mediterráneo, y que esa paz sólo puede obtenerse desde una posición de fuerza. Una Europa cada vez más centroeuropea se inhibe más o menos del asunto, y las sensibilidades progresistas, que curiosamente eran contrarias a Sharon pero favorables a Sadam, no se sienten molestas por tanta contradicción.
Por Pascual Tamburri Bariain, 24 de junio de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.