Santiago: recta vía del espíritu, camino de España, espina dorsal de Europa

Por Pascual Tamburri Bariain, 3 de agosto de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.

Marchar desde Francia hasta Compostela bajo el sol del verano es un privilegio concedido a muchos. En realidad, a todos quienes quieran hacerlo y dispongan del tiempo y de la energía necesarios. No es algo difícil en sí mismo, y la prueba son los miles de peregrinos que cada semana salen de Roncesvalles, pasan por Pamplona, por Nájera, por San Juan de Ortega, por Burgos, por Frómista, por Sahagún, por León, por Astorga, por Ponferrada, por El Cebreiro y llegan finalmente a la tumba del Apóstol.

No, realmente no es difícil; cansado tal vez, pero no es difícil.

Tal vez sea más difícil hacerlo como debe hacerse; porque es preciso recordar, en este siglo de autómatas, que tan importante es que las cosas se hagan como la manera en que se hacen, quién las hace y por qué las hace. Uno puede peregrinar a Santiago a título de ejercicio deportivo, para fortalecer el cuerpo; se puede caminar a buen ritmo y con actitud gallarda, y llegar en pocos días, pero ¿es eso peregrinar?

¿Peregrinar a Santiago incluye llevar al Camino el lenguaje soez de la ciudad, la actitud propia de un bar de copas o de un burdel, de una piscina urbanita o de un supermercado opulento? ¿O tal vez lo excluye?

Sí, es importante cómo se hacen las cosas. Ahí radica la distinción, posible y necesaria, entre el peregrino imbuido de un espíritu tradicional, entregado a reforzar su alma en la lucha vital y quizás a compartir fraternalmente su camino con otros como él, y el simple caminante del siglo XXI. Pueden compartir ruta, pero las diferencias se reconocen en la mirada.

También se reconocen en el día después. El caminante moderno, una vez cumplida su marcha, vuelve a ser el que fue. Ha coleccionado una experiencia, muchos recuerdos y abalorios, postales, sellos y un certificado de haber caminado. Nada más: su alma sigue en la ciudad y en la modernidad, donde siempre estuvo, su interés sigue en el trabajo, en el estudio, en el ocio, en la diversión, la intrascendencia, la ligereza, la superficialidad y la autocomplacencia egófaga. Es decir, en la normalidad contemporánea de donde nunca se movió. Éstos son los más, y tal vez sea lógico que sea así cuando miles y miles marchan hacia Santiago sin saber bien por qué.

Pero también están, gracias a Dios, los menos, los que no son normales. Tal vez no sepan bien qué es dogmáticamente una indulgencia, pero cumplen de todo corazón con los requisitos del peregrino. El Camino modela su espíritu, talla sus aristas, perfecciona su estilo. Iniciaron la peregrinación siendo imperfectos y la terminaron siendo sólo un poco mejores. Pero pusieron ante sí un modelo de entrega, de dedicación, de perfección, y lo siguieron. El peregrino que lo es realmente no puede ser un hombre «moderno» y, lo que es más, no puede ser igual antes de caminar que después.

Europa y España necesitan peregrinos. El peregrino adquiere conciencia de que toda la vida es una peregrinación, y de que sólo bajo esta luz puede regirse una vida digna y aspirarse a iluminar la vida de los demás. Puede ser un pequeño porcentaje de los que hoy llenan nuestros campos y caminos, pero basta con eso: Europa y España necesitan luz, focos permanentes de luz en una realidad humana decadente, gris, limitada, materialista y egoísta, en medio de grandes peligros pero también de grandes oportunidades. Para los peregrinos que quieran serlo y sepan serlo de verdad y para toda su vida.

No sólo hombres en pie en medio de la ruinas, sino hombres que marchan en medio de esas ruinas dispuestos a guiar, sin concesiones a lo bajo y lo mezquino. Cualquier otra cosa sería, en todo caso, una desilusión y una gran pérdida de tiempo.

Por Pascual Tamburri Bariain, 3 de agosto de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.