Entre la democracia y la demagogia, la verdad

Por Pascual Tamburri Bariain, 30 de agosto de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.

La solución no es dar por bueno el resultado de la demagogia, ni por supuesto intentar competir en ese terreno, sino aunar el contenido y la comunicación del mismo. Que el PP aprenda lo que el PSOE ya sabe.

España es una democracia representativa, basada en la soberanía de una nación indivisible. El pueblo elige sus representantes y participa de diversas formas en la vida pública. Estos representantes tienen el deber de servir al pueblo, y también de informarle sobre el curso de los hechos para que la opinión -decisiva- de la gente- responda a su voluntad profunda.

Esta distinción entre la opinión -lo que se piensa en un momento dado y en una situación dada de información- y la voluntad -lo que se pensaría y se decidiría en caso de estar correcta y completamente informado, y de ser consciente de cuáles son las opciones reales- es esencial en democracia. La opinión puede formarse, y hacer que responda a la verdadera voluntad popular, y entonces hablaremos de una democracia sana. O bien puede, mucho más cómodamente, manipularse y deformarse, apelando a propaganda, a imagen y a sentimientos elementales. El hecho final, sea encuesta o sea votación, puede ser formalmente idéntico, pero no será una verdadera democracia, sino una demagogia de tipo chavista.

A veces la voluntad real del pueblo no coincide con el resultado de una encuesta o de una votación. La falta no es de la gente, sino de quienes gobiernan la política, la sociedad, la cultura y los medios de comunicación. Es evidente el fracaso del PP en lo que se ha dado en llamar el «talante», aunque su acción de Gobierno sí respondió, hasta el final, a los intereses de España.

La solución no es dar por bueno el resultado de la demagogia, ni por supuesto intentar competir en ese terreno, sino aunar el contenido y la comunicación del mismo. Zapatero ha jugado hasta ahora con éxito a demagogo, y el éxito puede seguirle acompañando. Sus opositores pueden abandonar su mejor capital político y lanzarse a una carrera venezolana hacia el vacío de un centro que todos ignoran; o pueden evitar la tentación.

Algo hay cierto, a día de hoy: nuestro pueblo, democráticamente y en términos de mayorías (una pequeña mayoría, en todo caso, en marzo), no está dispuesto a involucrarse en ninguna guerra, ni lejana, ni cercana, porque su espíritu nacional esta profundamente anestesiado. Si aplicamos a esta respuesta de nuestro pueblo los dogmas demagógicos es evidente que no querían la guerra, pero que tampoco la mayoría quería defender la cultura y tradición españolas, tampoco se resistirían -bien vendido el producto por PRISA- a ceder Ceuta, Melilla, Vascongadas, Cataluña o Galicia. Todo esto no hace mala la democracia, sino que hace responsables a los políticos. A unos, por dejación de su deber de comunicar sin renunciar a lo esencial; a otros, por cabalgar la fácil y suicida demagogia.

Por Pascual Tamburri Bariain, 30 de agosto de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.