El deber no suele ser dulce, tampoco en política

Por Pascual Tamburri Bariain, 26 de septiembre de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.

Pocos días antes de san Miguel, Logroño vive con pasión las fiestas de san Mateo, en Pamplona resuenan los ecos de san Fermín de Aldapa y, un poco en todas partes, un cierto desorden anuncia el inicio del curso, el retorno al deber y al orden sólo en apariencia abandonados, sólo para los espíritus pequeños oculto por la vida nocturna que para muchos ilusos es más importante que la diurna. Conforme los días menguan, el margen de maniobra se reduce, y toca elegir campo de modo aún más acuciante que en verano.

Como decían nuestros clásicos, distintas visiones del mundo se cruzan a cada paso en nuestras calles. Rostros luminosos de esperanzas fundadas, o macilentos de no menos fundadas melopeas. Pero toda esa variedad puede resumirse, como escribió Álvaro d’Ors y recuerda a menudo Javier Nagore, en la alternativa entre la tradición viva y la decadencia moribunda.

Lo dijo el pasado sábado Duno en la página montañera de «La Estafeta»: por aburridos que nos parezcan los caminos y senderos, es necesario abrirse camino, es preciso abrirse paso en la floresta del mundo; no sea que el anhelo retórico y exclusivo de las altísimas cimas rocosas, deshabitadas y sin senderos se convierta imperceptiblemente en una manera de renunciar a caminar, y por supuesto a ascender.

Tenemos los medios para elegir el camino, y para recorrerlo. Esto no es vano voluntarismo, sino una verdad de fe para los católicos, y una verdad de razón para todos: a nadie se le niega la luz necesaria para cumplir su deber. Otra cosa es que, en justicia, el deber de cada uno es un hecho objetivo, no una veleidad subjetiva que quepa acomodar a la conveniencia. Tenemos la luz precisa, y podemos tener la fuerza necesaria, aunque tenga que surgir del sufrimiento físico y espiritual, que como repetía el Padre Pío da Pietralcina se nos otorgan como dones preciosos para que los aprovechemos.

Un buen amigo, «algo pariente» mío como dicen en mi tierra en expresión curiosamente traducida, dice hay siempre una línea que nos lleva de donde estamos al cumplimiento del deber. Por mucho que nos hayamos alejado, siempre es posible volver a ella; y hay que tener bien presente que conocer la verdad y renunciar a hacerla operativa -a cumplir el deber- es mucho peor que limitarse a seguir las cómodas autopistas del mundo por mera ignorancia.

Decían antes, y acabo de escuchar, que «donde hay una voluntad hay un camino». Digamos mejor que donde hay un hombre, y una comunidad de hombres (voluntades, inteligencias, sentimientos, espíritus), hay un camino que se puede y debe recorrer. El resto, por divertidas que sean las alternativas -y son muchas en estas semanas-, es aceptar la dulce podredumbre de la decadencia en vez de la áspera fecundidad de la tradición. En este tiempo de frutas, piensen ustedes en la diferencia entre un feo pero sabroso caqui de nuestra huerta y una hermosa, grande, insípida y corrompida manzana de hipermercado.

Aurelio Padovani

Por Pascual Tamburri Bariain, 26 de septiembre de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.