Miedo a la libertad

Por Pascual Tamburri Bariain, 27 de septiembre de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.

En Internet hay libertad, y opinión fresca, joven y libre; no siempre la hay en medios antiguos de uno y otro signo. PRISA y «El Mundo» coinciden, por una vez, en tener miedo a los medios de comunicación en la Red.

Juan Luis Cebrián es, tanto por sí mismo como por tradición familiar, un enemigo de la libertad, y en especial de la libertad de expresión y de prensa. Por eso sus reiteradas declaraciones contra los medios de comunicación en la Red no sorprenden a nadie. Tanto más si se considera su pertenencia y dependencia del imperio mediático de Prisa, que basa su prepotencia en mayor abundancia de medios materiales que de talento; y a la hora de competir en un ámbito en el que la capacidad profesional pura cuenta más que el volumen de negocio, el miedo a la libertad se une al odio a la misma.

El principio de libertad de expresión, reconocido y no concedido en el artículo 20 de la vigente Constitución, es uno de los más frágiles. También uno de los más esenciales para hacer que nuestra democracia sea una realidad y no sólo una fórmula. Si se pone en discusión el principio mismo, es decir, por ejemplo, si desde una pretendida superioridad moral se puede negar la publicidad -la supervivencia empresarial- a unos u otros medios, estaremos ante una censura selectiva.

Una vez instaurado el principio, cualquiera puede ser la siguiente víctima de la censura, incluyendo alguno de los medios de comunicación que irresponsablemente se unen ahora, con su palabra o con su silencio, al coro de ofendidas vestales de dudosa virginidad profesional. Uno puede tener de sí tan elevado concepto como desee, pero sacrificar a particulares obsesiones personales los principios que se dice defender es un juego bastante arriesgado.

Jugando con las reglas de Cebrián, por ejemplo, el director de «El Mundo» en su editorial de ayer acepta entrar en la boca del lobo de la censura. Ya hay una jurisprudencia consolidada sobre el reparto de la publicidad institucional, y la retirada del apoyo público a «El Alcázar» y a «Egin», por poner dos extremos, fue en su tiempo ilegal. Sería también ilegal, pero sobre todo inmoral y liberticida, clasificar los medios por su supuesta dignidad profesional o ética: han de clasificarse por su número contrastado de lectores, sean o no gratuitos.

Hay un eterno vicio humano: considerarse en permanente posesión de la verdad y de la juventud. Pero, aunque no guste, «El País», periódico joven en los 80, es hoy un mastodonte apolillado; y «El Mundo», periódico joven de los 90, demuestra escasa juventud ética si quiere limitar la libertad de los medios en Internet. Y mucho más si se permite, desde una cátedra de ética periodística que no se le conocía, pontificar quiénes son los «buenos» medios en Internet, y quiénes, por exclusión, no lo son. Los «buenos», desde luego, si callan, se harán cómplices del intento.

En Internet hay libertad, y opinión fresca, joven y libre; no siempre la hay en medios antiguos de uno y otro signo. En cuanto a la corrección ética, poco pueden enseñar a nadie, por ejemplo, personas que emplearon hace pocas fechas la imagen de las Torres Gemelas de Nueva York en su propia publicidad.

Hay también una solución, radical si se quiere, pero justa: que se suprima, para todos los medios y desde ahora, la publicidad pagada con dinero del Estado. Que no haya ni subvenciones ni publicidad institucional, y que cada medio de comunicación compita libremente por el mercado de la publicidad privada, donde no caben orgullosos aires de superioridad, sino sólo las cifras objetivas de lectura y audiencia. Los medios que aceptan y aplauden la lógica enfermiza de la «corrección política» progresista, en cualquiera de los dos campos políticos, recibirían en ese caso una dura lección por parte de los lectores.

Por Pascual Tamburri Bariain, 27 de septiembre de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.