«Nobile e cara terra». Italia, referente exterior de España

Por Pascual Tamburri, 29 de septiembre de 2004.

Para Pascual Tamburri la política exterior española tiene en Italia un adecuado espejo donde mirarse, aunque tradicionalmente se ha ignorado la iniciativa de este país.

Italia tiene, desde su unidad y en buena medida por el tiempo y el modo en que ésta tuvo lugar, una imagen curiosa en España. País sentido como hermano y cercano por casi todos –tal vez con la notable excepción, prosopográficamente muy explicable por lo demás, de un puñado de resentidos que no citaré, pero que no empañan la rósea imagen de Cuore-, es a su vez ampliamente ignorado en su proyección internacional, y no es cosa de ahora.

Cuando España dejaba de ser un Imperio, Italia empezaba a ser un Estado. Cuando España se ensimismaba, Italia adquiría, en medio de enormes dificultades, la condición de gran potencia. Cuando España perdía en Cuba el horizonte y en Annual la autoestima, Italia supo asimilar como parte de su gloria el revés de Adua. Y pese a todo, al menos la escasa burguesía culta española siguió sintiéndose condescendientemente superior a la nación hermana.

Y bien, llegado el momento de las grandes decisiones, Italia revalidó en la Primera Guerra Mundial un puesto de primera fila en el concierto de las naciones, que después le fue miserablemente regateado con las consecuencias que se conocen; mientras que España eligió –burgueses y proletarios unidos en esto- la no intervención. Y ya hemos aprendido, algunas décadas después, que lo peor que se puede hacer para defender un interés nacional es no estar allí donde se toman las resoluciones. Italia tenía razón.

Pasados los años, todo daba a Italia por definitivamente relegada a un rol subsidiario, similar al nuestro; tal es el sentido del estúpido Tratado de París de 10 de febrero de 1947, al que Gran Bretaña se opuso con perspicacia pero que una Francia mezquina impuso como venganza por su propia derrota. Pero en dos décadas la sorpresa fue general: las tres grandes potencias derrotadas en 1945, Alemania, Italia y Japón, experimentaron sendos «milagros» que compensaron con inusitado vigor económico la inferioridad política, diplomática y militar nacida de la guerra.

La paradoja es notable. Los vencidos, basándose en la saneada estructura social, cultural y económica que pese a todo conservaron, sobrepasaron a sus vencedores, y así tres países pobres en recursos naturales han adelantado en potencia económica a los viejos imperios coloniales. Pero su condición de vencidos persiste en aspecto esencial: en la ONU, sólo las «grandes potencias» vencedoras de 1945 tienen puestos permanentes y derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Y es curioso, porque sólo la historia lo explica. Son estos vencidos, por un lado, y las nuevas potencias emergentes (india, Brasil) por otro, quienes reclaman una modificación radical de la ONU.

Pero hay tantos proyectos como países, y no todos convienen a España. Últimamente, el presidente del Gobierno español parece dar su apoyo a las peticiones de Alemania de un puesto para sí misma, y en la misma situación están Japón, India, Brasil, Sudáfrica… con aspiraciones distintas y divergentes. Italia, sin embargo, ha hecho saber, contra la postura oficial española, que se opone a los planes de Alemania para ocupar un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Es interés de España apoyar a Italia. Por una parte, si se quiere solucionar un orden internacional injusto, no basta un parche. Si hay que dar entrada a los derrotados de 1945 habrán de ser los tres, sobre todo si consideramos que tanto en población como en poder económico real Italia adelanta ya a Gran Bretaña y a Francia, como hace dos décadas recordaba Bettino Craxi, el gran amigo de Felipe González. Si en cambio se trata de pensar más en el futuro que en el pasado, es evidente que Europa necesita una sola voz, y propia, en el Consejo de Seguridad. No se puede delegar en Blair y en Chirac, y mucho menos en Schröder, la representación de Europa, porque, sobre todo, se representan a sí mismos y no al resto de socios.

Italia, que además de una economía moderna y fuerte posee el 60% del patrimonio histórico del mundo, incluyendo 35 ciudades o conjuntos monumentales clasificados como Patrimonio de la Humanidad, no necesita un puesto en el Consejo de Seguridad para defender sus propios intereses. Por eso España debe estar a su lado, dentro de la U.E., para pedir una voz única en Nueva York. Francia no puede representar a España allí, ni Alemania a Polonia; y si el europeísmo renano se demuestra falso, y se rechaza la protesta italiana que ha de ser también española, entonces las viejas naciones, cada una por su lado o aliadas en bloques de afinidad, habrán de defender sus intereses. España desde «su» Atlántico e Italia desde «su» Mediterráneo y desde la retahila de países inquietos que van desde el Báltico al Egeo, deben defender en Bruselas y en la ONU una postura común, sin servilismos.

Pascual Tamburri
El Diario Exterior, 29 de septiembre de 2004.
https://www.eldiarioexterior.com/nobile-e-cara-terra-italia-1846.htm