Del Guadalete a Lepanto, Turquía no es Europa

Por Pascual Tamburri, 14 de octubre de 2004.

En opinión de Pascual Tamburri, el ingreso de Turquía en la UE no beneficia a España ni se justifica desde el punto de vista económico, ideológico ol político.

La polémica no ha hecho más que empezar, porque el horizonte ya se prevé de décadas. No obstante, Europa está dividida sobre una decisión esencial para su futuro: ¿podrá alguna vez ser Turquía miembro de la Unión Europea? ¿Qué razones asisten a cada uno de los dos bandos en que se divide el Continente?

Para empezar, es necesario ver quién compone cada bando. Hay países que, por compromisos políticos o por cálculo económico, aplauden oficialmente la entrada de ochenta millones de musulmanes turcos en la U.E.. Hay Gobiernos, y no son pocos, que en torno al Berlín de Schröder creen que Turquía puede ser Europa, y que creen que esta perspectiva les es favorable. Otros Gobiernos, más o menos veladamente, ya han hecho saber sus reticencias, tanto por consideraciones económicas como por la presión de la calle.

Ya, la calle. Ahí radica el núcleo de la cuestión. Porque en el fondo lo que pocos dudan es que, enfrentados cara a cara con la realidad de ochenta millones de extranjeros mucho más pobres y con una cultura y una historia radicalmente opuestas a la de los actuales Veinticinco, pocos europeos de a pie están ilusionados con la idea. Y por esa razón Jacques Chirac, oficialmente favorable a la adhesión, la ha sometido a un futuro referéndum popular en su país. Una medida digna de aplauso y de imitación en toda futura adhesión.

¿Quién gana con Turquía en la Unión Europea? Económicamente, las grandísimas empresas transnacionales, que se beneficiarían de una mano de obra más abundante y barata en Europa, y de un descenso general de los costes laborales, es decir, de los niveles de vida de los ciudadanos. Sería un ejercicio de deslocalización a gran escala. Ideológicamente, si se salva la pintoresca excepción ultraderechista –los herederos de Jean Thiriart-, la izquierda; con Turquía en la U.E., piensan algunos, nunca volvería a hablarse de una identidad colectiva europea ni de unos valores europeos tradicionales, distintos de la corrección política definida por la misma izquierda cultural.

Políticamente –y aunque parezca contradictorio no lo es- la adhesión interesa a los islamistas de todo tipo, felices de poder contar con ochenta millones más de fieles de un Islam en expansión en una Europa que en ningún caso podría considerarse ya un «club cristiano».

Y ahora, desde los mismos tres puntos de vista –económico, ideológico, político- ¿cuáles son los intereses en juego en España?

En lo económico, sin ninguna duda, hoy y en cualquier futuro por llegar, España es competidor directo de Turquía y sólo puede perder con su adhesión. Perderá lo que quede de ayudas europeas al desarrollo. Perderá radicalmente en términos agrícolas, pues nuestros sectores más competitivos y rentables son precisamente los de Turquía, que se beneficia de una ventaja en mano de obra. Perderá en turismo, sin lugar a dudas y por parecidas razones. Y perderá en industria, porque la deslocalización de procesos productivos se haría masiva a imperativa. Con Turquía perdemos casi todos.

En lo ideológico, sin embargo, hay quien aplaude esta adhesión, más por resentimiento contra una idea europeísta basada en los hechos que por amor a la Turquía militarista e islámica. La izquierda, o parte de la izquierda, quiere con la adhesión de Turquía demostrar su dogma de la superioridad de lo económico sobre las identidades colectivas. Y el objetivo es llegar a una Europa sin personalidad, con una España despersonalizada, en la que la felicidad universal llegue del Estado Único del Bienestar. Una utopía muy peligrosa.

Peligrosa, sobre todo, porque Turquía, el país real, es un país con democracia muy limitada, y va a seguir siéndolo, con una sociedad civil muy débil, que no va a reforzarse, que en el fondo y en la forma responde a los cánones de un país islámico. Europa no es confesionalmente cristiana, pero su identidad colectiva sí lo es, y convertir artificialmente un país musulmán en el mayor de la Unión es una manera de desvirtuar o hundir ésta. No hay que buscar razones conspirativas más allá de esto, ni complejas razones geoestratégicas. España debe decidir, en breve, si acepta esta forma de suicidio colectivo europeo o si se opone a él. Nada más y nada menos.

Pascual Tamburri
El Diario Exterior, 14 de octubre de 2004.
https://www.eldiarioexterior.com/del-guadalete-a-lepanto-turquia-1973.htm