Por Pascual Tamburri Bariain, 16 de octubre de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.
El PP de Madrid ha superado con nota una crisis difícil. Además de difícil, innecesaria, pero hay un notable muy alto para el saber hacer de Esperanza Aguirre, y un sobresaliente para Mariano Rajoy y para Ángel Acebes, que supieron tripular con pulso firme una situación en la que muchas voces pedían concesiones. También hay, en fin, un aprobado con esperanzas de más para Alberto Ruiz-Gallardón, que tras su enfado ha sabido recapacitar y medir sus fuerzas por el bien de todos.
Si la dirección nacional del PP no forzó consensos ficticios ni ulteriores concesiones no fue sólo por convicción, ni tampoco por la evidente mayoría natural de la presidenta de la Comunidad. El Congreso regional de Madrid es uno entre muchos, y un paso en falso ante el órdago de Gallardón habría abierto la caja de los truenos en más de un sitio.
Un sitio, entre otros pero no como otros: la Comunidad Valenciana. Como en Madrid, un PP muy fuerte, con muchos votos, muchos militantes y casi todo el poder local, además del regional. Como en Madrid, un presidente de la Comunidad firme en sus convicciones, respetuoso del pluralismo interno del partido pero a la vez «persona de partido», es decir, integrado hace mucho en un proyecto político que excede lo personal. Como en Madrid, enfrente, un militante destacado, con responsabilidades elevadas y sobre todo con aún más elevadas aspiraciones personales. Camps no es Aguirre, y Zaplana no es Gallardón, pero los parecidos son bastantes. También los precongresuales.
Hace unos días una encuesta publicada por el periódico ABC reflejó que los dos líderes políticos del PP menos apreciados por sus seguidores eran Alberto Ruiz Gallardón y Eduardo Zaplana, el valenciano –de Cartagena– en última posición. No hay casualidades en política, y la gente no se equivoca: los afiliados del PP intuyen perfectamente quién trabaja por el PP y quién trabaja, a través del PP, para sí mismo.
Es la lucha de la cigarra contra la hormiga. En el invierno, cuando hace frío y llueve la cigarra se da cuenta de lo tonta que ha sido al no trabajar tanto como la hormiga, pero ya es demasiado tarde. Pues bien, en este caso, por despecho o por cálculo persona, las cigarras preferirían ver todo roto a que las cosas fuesen bien en manos de las hormigas.
Don Alberto y don Eduardo son hombres además que generan mucha desconfianza, y no sólo en el PP. No vamos a recordar aquí los escándalos y corruptelas que tiene, por ejemplo, Eduardo Zaplana, aunque después, de momento, los Tribunales no hayan podido pronunciarse por razones sólo técnicas. Tampoco es momento de recordar cómo Ruiz Gallardón, tras la victoria electoral de 1996, se prestó al juego de Jesús de Polanco y se presentó como la alternativa a Aznar que podría gobernar sin mayoría absoluta. Le salió, como siempre mal, como casi todo lo que desde Prisa se urde contra el PP. Pero los dos personajes están moralmente más que calificados.
Son hombres, además, que siempre que pueden evitan dar la cara, y actúan por medio de otros. Gallardón en la última crisis de Madrid, ha utilizado de un modo vergonzante a Manuel Cobo. Zaplana, en la crisis del PP valenciano, siempre se escuda en peones de su plena confianza, Joaquín Ripoll, Julio de España. Siempre tiran la piedra y esconden la mano. ¡Cuántos desplantes públicos han hecho estos últimos meses los partidarios el portavoz del PP en el Congreso al presidente de la Generalitat valenciana, que han llegado incluso a ausentarse de un pleno de las Cortes valencianas para dejarle en minoría! En Madrid, el PP ha sabido encontrar la justa medida de Alberto Ruiz-Gallardón. Hay que desear que el ejemplo cunda y que, en toda España, el PP sepa libremente ser él mismo, con las formas de 2004 pero sin poner las velas al viento de quien quiere ir en otra dirección.
Por Antonio Martín Beaumont y Pascual Tamburri Bariain
Por Pascual Tamburri Bariain, 16 de octubre de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.