Religión de hombres honrados

Por Pascual Tamburri Bariain, 23 de octubre de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.

La milicia, los Ejércitos, las Fuerzas Armadas, están de nuevo en el centro del debate político. Y no es una buena noticia, porque la Transición ya terminó y la Constitución que nuestros militares juran defender impone que no se haga política con los uniformes. No todos los políticos (civiles por definición) lo han entendido).

Las Fuerzas Armadas constituyen una sociedad jerarquizada, en la que la lealtad armoniza e impulsa las relaciones entre los distintos escalones del mando. Los militares españoles del siglo XXI tienen perfectamente interiorizado este concepto, que es de doble vía. Los subordinados son leales al mando, el mano es leal a los subordinados, y ambas partes saben qué esperar. Según las Reales Ordenanzas en vigor, de las que José Bono es garante y que Federico Trillo conoce perfectamente por su trayectoria profesional y política, el buen servicio, caracterizado por la lealtad militar, se opone a la murmuración, al egoísmo y a la falta de amor a la responsabilidad.

El ministro de Defensa, José Bono, ha ordenado una «reorganización profunda» del Estado Mayor de la Defensa. Es su derecho disponerlo así. También fue derecho de Federico Trillo dar las órdenes que creyó convenientes, tanto para organizar los Ejércitos como para resolver problemas concretos como el accidente del Yak-42. Ningún militar osó entonces ni osará ahora desobedecer las órdenes expresas de la cúspide política de la cadena de mando. Pero, en ambos casos, todos los militares saben que la disciplina tiene su contrapartida necesaria en la lealtad. Si no hay lealtad hacia los subordinados, el descontento es inevitable. Y hay descontento.

«El PSOE tiene el GAL en el armario y no puede hablar de estos muertos». Por supuesto, y es muy criticable el GAL y algunos los hemos hecho incluso cuando él guardaba prudente silencio, pero también está muy requetemal la actuación de los ministros Trillo y Bono al frente de Defensa en todo lo concerniente a la gestión del Yak. Por más que ahora parezca que la culpa debe pararse en los uniformados, el Ejército es una institución de miembros disciplinados, así que nadie que conozca mínimamente el estamento militar puede tener dudas respecto a que del círculo más próximo al ministro Trillo fue de donde partieron las instrucciones para ahorrarse ese millón de pesetas que «obligó» a cambiar de avión. Y qué decir de las decisiones posteriores al accidente, ¿alguien puede creerse que si hubo precipitación a la hora de identificar los cadáveres Trillo desconocía los pormenores? Nos toman por tontos.

Las responsabilidades por negligencia «no pueden situarse exclusivamente en el ámbito militar». Ni la manipulación de Bono legitima la cobardía de Trillo, ni los 62 cadáveres legitiman el oportunismo político de Bono. Trillo impuso su ordeno y mando en unas Fuerzas Armadas que no podía más que obedecer, y trató de crear una imagen de eficiencia sin dotar los medios materiales, humanos y morales necesarios. Bono disminuye incluso esos medios y aumenta la exigencia, pero además tiene la desfachatez de «purgar» a militares responsables sólo de su lealtad y de politizar por el camino las Fuerzas Armadas.

Ahora bien, aquí lo importante no es el PSOE ni Bono ni el PP ni Trillo, lo principal son los 62 soldados muertos, sus familias, sus amigos y son ellos los que piden que el máximo responsable de esa chapuza que condujo a la tragedia lo pague. El grito de un familiar a Zaplana el otro día a la salida del Congreso de los Diputados llamándole «sinvergüenza» debe retumbar en los oídos de Federico Trillo para siempre si tiene conciencia.

Federico Trillo es militar de carrera. Además de su responsabilidad política, que la tiene, tiene un deber de compañerismo y de lealtad, explícitos en su juramento y en su condición de oficial. Desde que se produjo la muerte de los 62 soldados españoles –desde el mismo instante que se presentó en Turquía con ayudante para sujetarle el paraguas– se ha comportado sin sensibilidad, sin honor y sin convicciones morales, ha maltratado el nombre de los hombres a su servicio con tal de exculparse políticamente y no ha dudado en machacar a las familias de los muertos para tratar de eludir su responsabilidad. Y José Bono no es mejor; si me apuran, con su aire beaturrón pero sus hechos igualmente deleznables, es más de lo mismo. Las Fuerzas Armadas, esos miles de hombres y mujeres que arriesgan sus vidas por todos nosotros, merecen algo mejor.

Por Antonio Martín Beaumont y Pascual Tamburri Bariain

Por Pascual Tamburri Bariain, 23 de octubre de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.