Por Pascual Tamburri Bariain, 31 de octubre de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.
La Unión Europea se dispone a ser la mayor democracia del mundo. Y la premisa de cualquier democracia real es el mutuo respeto y la garantía de las libertades, que precisamente el Tratado de Roma, mal llamado Constitución Europea, recoge escrupulosamente. No es casualidad, sino que es la lógica de la construcción europea.
Tampoco es casual la polémica en torno a Rocco Buttiglione, ni su resolución. Las conocidas declaraciones del ministro italiano fueron, ciertamente, desafortunadas e inadecuadas. No sólo se han demostrado negativas para el proyecto europeo de Durao Barroso, sino que excedían lo que la Iglesia recomienda y pide a los políticos católicos. Pero la clave del asunto no está en qué dijo Buttiglione (algo que se puede compartir o no), ni en cómo lo dijo (en el peor modo y tiempo posible), sino en la campaña mediática que con esa excusa ha subvertido las instituciones europeas.
La opinión particular de un personaje público no puede convertirse en razón para derribar un Gobierno. Sobre todo porque esa opinión, en tanto que declaradamente privada aunque indebidamente hecha pública, no iba a afectar a su tarea política.
Rocco Buttiglione ha confirmado su renuncia a formar parte de la nueva Comisión Europea. «Ofrezco mi dimisión para favorecer el éxito de la Comisión de Barroso», ha declarado con indiscutible elegancia el veterano político democristiano. Silvio Berlusconi conserva a Buttiglione como ministro en Roma. El Gobierno italiano se remodelará de todas maneras, porque no se altera la distribución nacional de las comisarías. De hecho, ante la opinión pública italiana y muy significativamente, el «caso Buttiglione» ha reforzado el apoyo a la coalición de Berlusconi.
No se puede ocultar que la retirada de Buttiglione ha sido una victoria de la izquierda y una derrota táctica del centro derecha. Por una parte, el político democristiano ha confundido sus convicciones personales, las de cualquier católico, con su papel público; y con ello ha incurrido, por otro lado, en la incorrección política frente a los dogmas definidos por la izquierda. Pero el debate no debe centrarse sólo en lo inoportuno de las declaraciones, sino también en la dictadura cultural y audiovisual de unas determinadas ideas. Si la tolerancia es un valor de Europa, y lo es, no sólo vale para tolerar lo «correcto», sino que ha de crear espacios para lo hoy «incorrecto». Entre otras cosas porque no siempre lo fue y no siempre tiene por qué serlo.
Por Pascual Tamburri Bariain, 31 de octubre de 2004.
Publicado en El Semanal Digital.