Por Pascual Tamburri, 29 de diciembre de 2004.
En momentos en que la amenaza secesionista sobrevuela España, el autor se pregunta si someter a los diputados
un aspecto de la vida pública que corresponde al poder ejecutivo, y no al legislativo, no es alterar la división de poderes.
La Constitución española durante cuya vigencia más muertes y sufrimientos se han producido es la de 1931, la Constitución republicana que derivó –por una u otra razón- en la guerra civil de 1936. No es éste lugar para debatir la relación entre uno y otro hecho; pero sí es momento de recordar que en aquel texto, jurídicamente brillante y estilísticamente más que aceptable, qué duda cabe, «España renunciaba a la guerra como instrumento de la política».
Es momento de recordarlo porque el Gobierno de España rumia ahora un proyecto de Ley Orgánica por el que la acción de nuestras Fuerzas Armadas quedará delimitada por las Cortes, por las organizaciones internacionales a las que España pertenezca y por el llamado derecho internacional. De tal suerte que, en el futuro, si este proyecto sigue adelante, cualquier español podrá acudir a los Tribunales para declarar ilegal la acción exterior del gobierno, ejercida a través de los Ejércitos, si no concurren estas tres voluntades.
Tres voluntades dispares y disparatadas, si uno las considera atentamente. Bien es verdad que el pueblo es soberano y que esa soberanía se ejerce a través de las Cortes, en determinados aspectos. Pero someter a los diputados un aspecto de la vida pública que corresponde al poder ejecutivo, y no al legislativo, ¿acaso no es alterar la división de poderes? En todo caso, este aspecto del proyecto es discutible, y se demostrará con el tiempo, por poco flexible, inoperante, pero no es dramático.
El drama puede llegar de las otras dos voluntades que deberán confluir para cada paso que un soldado español dé por el mundo. Someter el núcleo último de la soberanía, el recurso legítimo a las armas que desde el fin de las teocracias y del feudalismo corresponde al Estado, a la voluntad de otros Estados –y agrupaciones de Estados- es tanto como renunciar a la soberanía. ¿Qué organización internacional autorizó la intervención militar en Perejil? Ninguna. Aceptar ese principio es aceptar una inferioridad jurídica permanente frente a los restantes partícipes en esas Organizaciones, que no se han obligado en el mismo sentido ni tienen intención de hacerlo.
En cuanto al Derecho Internacional, ¿qué decir? Que es un Derecho convencional, basado en los pactos y acuerdos y en su observancia, pero que no tiene una base moral única. Es más; nace de la desaparición de la pretensión teológica totalizante, y de la aceptación de un realismo basado en la fuerza y los intereses. Poco estético tal vez, pero camino de paz y en todo caso de regulación de la guerra.
Con Álvaro d´Ors hay que recordar que la guerra es un «constante fenómeno histórico». Los buenos deseos no cambian la naturaleza humana, y a veces consiguen sólo sacar de los hombres lo peor. Negando el ius ad bellum, el derecho a recurrir a las armas para defender el interés soberano, se termina por destruir el ius in bello, las reglas internas que humanizan y civilizan la guerra. Y el proyecto de Zapatero y de Bono puede terminar en esa terrible dirección: si declaramos «ilegal» la guerra no la evitaremos, porque estará ahí como siempre ha estado desde que el hombre es hombre. Pero, a cambio, convertiremos cada guerra en una lucha entre el Bien y el Mal, en la que los Buenos harán una Guerra Legal y Justa contra los Malos. Y el siguiente paso lógico es negar a esos Malos cualquier derecho humano.
Ugo Spirito llamó a este análisis la «férrea ley de la realidad», denunciando la hipocresía de quien defiende un status quo elevándolo a norma jurídica. La historia de las Naciones Unidas, desde su origen como coalición de países aliados en guerra, demuestra la incoherencia y los peligros para la paz y para la justicia misma de una juridización farsesca de la guerra. Una potencia media como España tiene todo su interés en poder defender por sí misma o con alianzas estrechas, fiables y bilaterales sus intereses. El resto puede se utópico y terminar siendo dramático.
Pascual Tamburri
El Diario Exterior, 29 de diciembre de 2004.
https://www.eldiarioexterior.com/utopia-versus-realidad-la-defensa-2781.htm