Por Pascual Tamburri Bariain, 23 de enero de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.
Muerto Bakunin y dispersas sus huestes -salvo en la vida cultural española, dominada por la anarquía-, es comúnmente aceptado que toda comunidad humana tiene una dimensión política. La política existe desde que existe el hombre, y siempre va a existir. Ahora bien, el eterno problema es definir sus límites respecto a la sociedad, y la manera de seleccionar los gobernantes. El hombre es el sistema. En esto están de acuerdo incluso quienes redactaron la LOGSE, políticos o paniaguados de políticos al fin y al cabo.
El problema sobreviene cuando ya dos generaciones enteras han sido educadas en la idea de que los políticos son unos profesionales que viven de gobernarnos. Esto no es algo en sí mismo malo; pero si se conjuga con la idea que la generación LOGSE tiene del trabajo -una actividad que uno hace a cambio de dinero, con desagrado, con el mínimo esfuerzo, en el tiempo que deja libre la «verdadera vida» de placer individual- da lugar a una concepción de la política tan alejada de nuestros clásicos como de lo que España necesita.
Seamos sinceros: no es cosa de los últimos diez años la idea de que el político medio prefiere servirse a servir; que no practica el noble arte de conquistar y mantener el poder, y de gestionarlo al servicio del pueblo. En muchos casos las cosas han sido distintas hace mucho. Pero se mantenían las formas: los corruptos, los egoístas, los delincuentes, incluso si eran mayoría, no eran modelo de conducta. Hoy, aunque ninguno pertenezca a esas categorías, el estilo imperante es ése.
Véanse como muestra las organizaciones juveniles de los grandes partidos. El idealismo, la capacidad de sacrificio, el sentido del honor de las siglas, la lealtad a los jefes, el esfuerzo, han desaparecido. Los jóvenes, masivamente, pasan de la política. En este momento, con egregias excepciones, quienes se acercan a ella lo hacen llamados por un cargo, o por una recompensa material.
Tal vez en grandes cifras ha habido momentos peores. Pero en ellos se preservaba el ideal de la política como servicio, y quien lo transgredía sabía que actuaba mal. No es cosa de izquierdas o derechas, hasta Otegi se preocupa por sus jóvenes, por su ropa y por sus hábitos. Qué diría si tuviese que encabezar la hueste contraria, con su contagioso hedonismo hostelero. Tal vez llegaría a la conclusión de Sánchez Monteseirín, alcalde de Sevilla, que propone rebajar la mayoría de edad electoral a los 16 años. En definitiva, parece decir, si nunca van a ser políticamente maduros, ¿por qué limitarnos a los 18? La madurez no está en la fecha de nacimiento, sino en la coherencia con los principios. Y ahí es donde fallan la LOGSE y sus desafortunadas criaturas.
Tirso Lacalle
Por Pascual Tamburri Bariain, 23 de enero de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.