Por Pascual Tamburri Bariain, 24 de enero de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.
Hace una década el terrorismo nacionalista vasco asesinó a Gregorio Ordóñez. En su momento, para el Partido Popular y para su entorno humano, fue un mazazo moral y una pérdida, literalmente, insustituible. Ordóñez era concejal en el Ayuntamiento de San Sebastián pero, sobre todo, era un símbolo de la rebeldía de la parte más oprimida de la sociedad vasca. ETA lo mato también como símbolo, y junto a Miguel Ángel Blanco ha sido y sigue siendo testigo de esperanza.
ETA asesinó un símbolo, eligiendo a quien encarnaba el futuro del PP vasco. Aún hoy, la defensa de la libertad y de España allí pasa por el Partido Popular y por no olvidar el ejemplo y la enseñanza de esta víctima excepcional.
La sangre de los mártires es fructífera, siempre lo ha sido, y morir por un principio altruista es mejor que someterse a una dictadura. Pero el heroísmo no se predica ni se inculca, sino que se ejerce. Y Gregorio Ordóñez fue un héroe, consciente de que podía morir como murió, pero también de que sólo su perseverancia y su trabajo público podrían levantar el PP vasco, que era y es tanto como mantener allí en pie la bandera de España.
Con la excepción de UPN y de UA, sigue siendo así: sólo el PP está comprometido con España en todo el campo de acción del nacionalismo vasco, y sólo él reúne a los perseguidos, a los españoles que lo son en las catacumbas, a quienes están dispuestos a seguirlo siendo a cualquier precio. Frente al PP y a los dos partidos regionales, la mentira y el terror del nacionalismo. Y algo peor, el mal menor del PSOE, suave y acomodaticio gestor de las políticas del PNV a cambio del bálsamo de los cargos, cuando conviene.
Ordóñez, no lo olvidemos, encontró un PP vasco en sus mínimos, con dos parlamentarios autonómicos y sin estructura de partido, sin concejales, sin implantación territorial, sin redes de convivencia. ETA había matado a unos, el PNV había exiliado a otros, el PSOE había acomodado a no pocos. Y Ordóñez vio claro un camino largo y difícil, pero necesario: crear una casa común del españolismo vasco, sabiendo que en el subsuelo del País Vasco había mucho más que en al superficie.
Para encauzar esa fuerza hacía falta clarividencia, generosidad, entrega, militancia, alegría, disciplina, espíritu de sacrificio. Y Gregorio Ordóñez fue de los que dieron todo eso, incluso cuando otros hacían sus propios cálculos en otra dirección. Sin duda, él tenía razón. Pero dársela hoy implica seguir su camino, arriesgado e incómodo. La alternativa -aceptar la apariencia de «normalidad»- sería un mal para España y para los vascos. Gracias, Gregorio.
Por Pascual Tamburri Bariain, 24 de enero de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.