Por Pascual Tamburri Bariain, 31 de enero de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.
Hoy se va a escuchar una voz enemiga en el corazón del Parlamento español. Los depositarios de la soberanía popular van a recibir al presidente de una región que viene a defender, con respeto de la letra de nuestras leyes, un proyecto de reforma de una de ellas. No hay que olvidar, en efecto, que el Estatuto vasco que Ibarretxe dice querer reformar no es más que una Ley Orgánica.
El presidente de los nacionalistas vascos llega a Madrid con una propuesta de apariencia legal pero profundamente subversiva y anticonstitucional. Un golpista sube a la tribuna del Congreso. Para rechazarle no bastan los votos, se precisarán hechos.
Esa Ley, como todas, nace de la voluntad soberana del pueblo español. No hay en España, que es por ello una democracia, otra soberanía ni otro ámbito de decisión soberano. España tiene regiones autónomas porque el pueblo así lo quiso en un momento constituyente; esa autonomía tiene unos límites perfectamente definidos, y por su naturaleza inmutables. La autonomía regional no es un camino para la disolución de la nación, sino para el reconocimiento de su diversidad interna.
Ibarretxe viene a pedir lo contrario, aunque sin reconocer que se trata de una ruptura total del espíritu de la ley. Ibarretxe acude con un mandato formalmente democrático, con una exigua mayoría en su propia región, que es minoría en partes esenciales de la misma y que en todo caso se basa en una democracia formal y no real. Además, una democracia teñida de sangre y de mentira.
Ibarretxe va a recibir un no por respuesta, como no puede ser de otra manera. El Parlamento nacional no puede decir otra cosa a una propuesta que rompe con el fundamento de su propia legitimidad. El problema, a partir de ahí, no es legal, sino político y fáctico.
Ibarretxe ya ha anunciado que, en todo caso, llevará su propuesta al pueblo vasco, y que considerará su respuesta vinculante. Juega con las cartas marcadas del nacionalismo, pues espera obtener un sí plebiscitario en una sociedad cautiva. Sin tener en cuenta tres elementos esenciales: que no hay y nunca ha habido un pueblo vasco soberano, que el voto de los vascos no es libre por la existencia totalitaria del nacionalismo, y que el asunto es una ruptura total de los pactos constitucionales.
Ibarretxe plantea una ofensiva de hecho, no de Derecho. Debe recibir una respuesta de hecho, no de palabra o de papel. Cada actuación pretendidamente soberana del nacionalismo, desde el plebiscito en adelante, debe ser atajada de raíz por el Gobierno. En otro caso, el nacionalismo conseguirá su meta por vía de hecho.
Es determinante la actitud del partido mayoritario. Y no es tranquilizadora. El PSOE pudo condicionar que un representante constitucionalista viniese al Congreso a defender el punto de vista de esa mitad de los vascos que no se resigna a morir. Pero por mezquindades de partido, por tender una zancadilla al PP y potenciar su confusa vía de peligrosas amistades abertzales, no lo ha hecho. En los próximos meses se definirán lealtades y prioridades.
Por Pascual Tamburri Bariain, 31 de enero de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.