Por Pascual Tamburri Bariain, 17 de febrero de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.
La austeridad brilla por su ausencia. El Gobierno se ha instalado en la buena vida, y el talante demuestra ser sólo una maniobra de imagen más.
Austeridad, decían. Pero, llegados al poder, se encontraron muy a gusto sin ella. Lo está demostrando, a su manera, Consuelo Rumí, que se muda con la Secretaría de Estado de Inmigración nada menos que a José Abascal. Tampoco se puede quejar Miguel Ángel Moratinos, quien no contento con la mudanza ruinosa al barrio de Salamanca dicen que quiere para la Carrera todo el Cuartel General del Aire, en Moncloa. Aún no se sabe qué hará con los ex compañeros del laureado general Arruche. Pero éste por lo menos saldrá ganando con la austeridad «bien entendida», porque la climatización de la piscina de Moncloa le va ahorrar problemas en la Benemérita.
José Luis Rodríguez Zapatero llegó al poder con el talante por delante, y los españoles no pudieron por menos que alegrarse. Incluso antes del 11 M el PSOE de Zapatero predicó la austeridad, y realmente el esfuerzo era digno de aplauso, porque el PSOE arrastraba aún la imagen de la bodeguilla, del compadreo y de los escándalos. El Gobierno está dispuesto a imponerse a sí mismo un Código de Buen Gobierno. Pero con estas costosas mudanzas y obras, y con 249 altos cargos cobrando dietas como consejeros de empresas públicas, además de sus sueldos, no hay talante que pueda. Ni Código que resulte creíble.
Si José María Aznar hubiese hecho algo así la entonces oposición -con Zapatero, al menos: con Almunia, Borrel o el propio González habría resultado complicado- habría puesto el grito en el cielo. Y no se trata de ser puritanos, porque ya se sabe que el poder embriaga, y que hay que premiar a los buenos colaboradores, y que el suelo enmoquetado crea adicción. Pero todo tieen un límite. Sobre todo para quien llegó presumiendo de lo contrario.
Un gobernante será siempre juzgado según dos parámetros. Uno es el de sus deberes objetivos, si los cumple o no. Otro es el de sus promesas, lo que dijo ser, en comparación con lo que efectivamente es. El gran problema de este Gobierno es que puntúa muy bajo en cualquiera de las dos escalas. Más bajo que el de González, al que, sin sonrisa, terminará haciendo bueno. Y mucho más bajo que el de Aznar, a pesar de errores que terminarán pareciendo minucias, como la boda de El Escorial.
Más que solemnes promesas y buenas intenciones, después de casi un año de talante, la gente quiere realidades. No se puede mentir siempre y no se puede engañar siempre. La relación entre el gobernante y los ciudadanos debe ser de confianza. Las maniobras de imagen pueden estar bien un tiempo, pero en definitiva terminan por volverse contra quien las ideas. Zapatero aún está a tiempo. Los españoles tienen problemas y necesitan soluciones. Ése es el buen Gobierno, y no las buenas intenciones que contrastan con los hechos de cada día.
Por Pascual Tamburri Bariain, 17 de febrero de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.