Por Pascual Tamburri Bariain, 9 de marzo de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.
El que lee mucho y anda mucho ve mucho y sabe mucho, decía don Quijote a Sancho Panza. Bien o mal, durante el pasado Año Santo he tenido el privilegio de peregrinar a Santiago. Pero eso no me autoriza a hablar de UPN, que celebra este domingo su séptimo Congreso. Sí puedo hacerlo, sin embargo, como afiliado más o menos cualificado, y además desde una perspectiva técnica que pocos de mis compañeros y dirigentes suelen plantearse. Tal vez les interese.
UPN es un partido de amplio espectro, sin límites sociales. Todo el mundo que se identifica con Navarra (española, foral, en crecimiento social y económico y bien administrada) puede votar a UPN. El partido de Miguel Sanz gana las elecciones y representa bien una mayoría natural. Su fuerza es la coherencia total desde 1979, sin dudas ideológicas y con la habilidad de llegar a un equilibrio entre «lo de siempre» y el futuro. UPN es un partido esencialmente eficaz.
No carece sin embargo de problemas. Si fuese perfecto, UPN vencería con mayoría absoluta todas las elecciones, lo que no sucede; tendría asegurada en el futuro la victoria electoral en convocatorias nacionales, forales y municipales, lo que tampoco sucede. Su gestión en el Gobierno, que es su mejor activo, no sería casi el único. Y su vida interna estaría libre de problemas.
UPN es hoy un partido de Gobierno, y tiende a veces a ser sólo eso. Pensando en tiempos peores, y en la viabilidad de su propia estructura, habría de reforzar su funcionamiento autónomo. Aunque es un partido transversal y envidiable, no tiene una red social completa movilizada y movilizadora. No es posible que el nacionalismo, siendo una quinta o sexta parte que UPN, tenga más presencia en la calle y en la vida social. Es un riesgo inaceptable. Hay iniciativas loables, pero demasiado a menudo se prestan al dirigismo vertical y a ser instrumentos de imagen y medro personales.
UPN, en cambio, no tiene problemas ideológicos, y sólo la escasa formación de algunas personas puede hacer aparecer divisiones y dificultades donde no las hay. UPN, por ser un partido tan amplio, es estrictamente un partido de centro; pero no «centro» como algo opuesto al binomio «izquierda-derecha» sino a la marginalidad: en UPN todas las inquietudes pueden tener respuesta y todos los problemas pueden resolverse sin ceder un ápice en los principios esenciales, fundacionales y prefundacionales. Porque UPN es un partido con principios, que deben ostentarse con orgullo.
El debate sobre si esos principios son más o menos los del Partido Popular es estéril. UPN defiende la identidad foral y española de Navarra desde unos principios de inspiración cristiana. Así, desde que en 1978 el centroderecha nacional de entonces se rindió al PNV, existe el actual UPN. Identificar más cercanía al PP con más «españolismo» o viceversa es una falsificación rudimentaria, históricamente falsa y probablemente interesada. La relación con el PP funciona como es, leal y honesta, y agitarla en cualquier dirección sería tan imbécil como las «corrientes» en las que se extinguió míseramente la UCD (moderados, democristianos, socialdemócratas, clanes y tribus, ¿queremos eso?).
En UPN no hay corrientes. Hay, sin embargo, personas con diferentes sensibilidades. Y esto no es malo, sino que, en lo político, es consecuencia necesaria de la «centralidad». En lo económico, en lo institucional, en lo social, hay diferentes maneras de solucionar el mismo problema desde los mismos principios. Esa solidez y esa riqueza no deben asustar, ni deben derivar -por inexperiencia, por juventud, por precipitación o por ignorancia- en enfrentamientos falsamente ideológicos totalmente fuera de lugar. Conmigo que no cuenten, para eso.
Mucho menos, por cierto, para batallas personales por cuotas de poder o por espacios de influencia. UPN es una familia y nos conocemos todos. Funciona, aunque queremos que funcione aún mejor. Tan malos serían los personalismos que defendiesen posiciones adquiridas o apalabradas como los que, criticando los anteriores, aspirasen de un modo u otro a la misma o peor posición. Afortunadamente la disputa precongresual ha terminado. Pero todos sin excepción debemos recordar que el cargo implica carga, y que sólo desde el idealismo y el espíritu de servicio a los principios y a Navarra se puede aspirar con fruto a tareas públicas. Si falta eso, todo estará en peligro.
Hay que felicitar a Miguel Sanz y a Alberto Catalán por su ya segura reelección del domingo. Si es posible aconsejarles algo, desde el análisis anterior del partido, suyo y mío, hay una necesidad evidente e insatisfecha. UPN necesita mejorar sus mecanismos de selección y formación de cuadros y dirigentes, desde la base hasta lo más alto. «Seleccionar» no es colocar a un allegado, sino al mejor. «Formar» a un militante no es darle unas nociones de retórica, unos truquillos parlamentarios o unos rudimentos de Administración, hay que empezar por la formación humana y culminar en la capacitación técnica. Si ya lo hacemos en el Gobierno, puede hacerse en el partido. Aseguraríamos así el futuro que comienza el domingo.
(*) Pascual Tamburri es miembro del Consejo Político de UPN y no es candidato a ningún cargo en el VII Congreso de UPN, que se celebra en Pamplona el domingo 13 de marzo.
Pascual Tamburri (*)
Por Pascual Tamburri Bariain, 9 de marzo de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.