Por Pascual Tamburri Bariain, 12 de abril de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.
Les comprendo: están ustedes escandalizados. ¿Cómo va a significar nada bueno, positivo o ni siquiera neutro el Líder Máximo del nacionalismo vasco, el planificador de la secesión, el aliado de los batasunos?
Realmente, durante años, ha sido políticamente correcto establecer ciertas distinciones entre nacionalistas «buenos» y nacionalistas «malos», según su cercanía aparente a los «violentos». Llamaban entonces «violentos» a los asesinos marxistas al servicio del nacionalismo sabiniano, que se beneficiaba de aquellos crímenes -sin los que no se habría establecido el régimen totalitario vasco hoy imperante- sin cargar con la culpa. Incluso el PSOE prestaba amablemente sus votos en los momentos de apuro, a cambio de algunas dádivas.
La muerte de Gregorio Ordóñez y de Miguel Ángel Blanco, el renacimiento del PP vasco, la firmeza de Nicolás Redondo en el PSE y el órdago de Estella liquidaron aquella pereza mental, y los nacionalistas se nos presentaron como son: un único movimiento con muchas caras y una sola meta. La primera cosa que debemos agradecer a Ibarretxe es, precisamente, que su plan y su mismo programa electoral nos recuerdan a cada paso que no hay margen para las dudas ni las neutralidades. O se acepta o se combate el independentismo. Aunque en el PSE de hoy las cosas no estén igualmente claras, hemos de confiar en Ibarretxe: cuando llegue el momento incluso ellos lo verán.
Pero los beneficios que Ibarretxe y el nacionalismo nos aportan no terminan ahí. Los partidos no-nacionalistas se han definido durante demasiado tiempo por eliminación y por reacción. El «no» al independentismo no ha ido acompañado de convicciones igualmente fuertes; a una propuesta atrevida, radical y pretendidamente basada en fundamentos objetivos -que existe un pueblo vasco, que debe existir una nación vasca, y que debe ser independiente- se ha respondido por instinto, y se ha apelado a lo subjetivo, a la pluralidad de verdades, a la libertad individual para reconocer y aceptar o no «una» u «otra» verdad.
El plan de Ibarretxe, basado en esa supuesta objetividad, ha mostrado a algunos, al menos, que el emperador está desnudo. Que la mentira no se combate más que afirmando la verdad; que no es eficaz, ni atractivo, ni sincero, aparentar indiferencia y decir sólo que «aquí cabemos todos». Porque, aunque caben todas las personas, habrá ideas objetivamente basadas en el error y en la mentira, y otras objetivamente ciertas y reales. Y aunque Ibarretxe afirma una gran mentira lo hace recordando que es posible y deseable la objetividad por encima de la jungla de opiniones. Que no todas las opiniones son igualmente válidas. La suya, eso sí, es profundamente falsa; pero tiene la virtud de recordar, frente a otras, que no todo es opinable. Por eso, y por más cosas, gracias Ibarretxe.
Por Pascual Tamburri Bariain, 12 de abril de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.