Por Pascual Tamburri Bariain, 27 de abril de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.
Denunciaba Ujué Zabalza hace unas semanas en el tercer periódico de Pamplona (La Estafeta, que también es el más joven) los «acentos políticos» que tiene la toponimia oficialmente utilizada en Navarra y por supuesto también en la Comunidad Autónoma Vasca. Los nombres de lugar, apartados de su uso tradicional y también de su evolución natural, se han convertido en bandera del nacionalismo.
Esto no es un problema muy grave en sí mismo. El nacionalismo vasco es de raíz falsa y de vertebración totalitaria, así que cabe esperar de él lo que produce continuamente: mentiras que encorsetan toda la parte de la sociedad española que las cree, y que definen una identidad carente de cualquier otra base. Pero con ejemplar fervor y eficacia, de la cuna a la tumba, en quien tiene esa fe.
Lo grave no es, pues, que inventen a su gusto los nombres de lugar, que los empleen en sus relaciones internas o que se reconozcan a través de ellos. No es grave en la medida en que es un problema conocido, y extensible a muchos otros aspectos. La libertad se emplea para negar la verdad, para vivir fuera de la realidad, para crear, especialmente a través de los más jóvenes, una realidad diferente. Si se señala no es grave.
Pero sí es grave cuando se convierte, por un lado, en uso oficial u oficialmente aceptado en instituciones nacionalistas, y, por otro, en uso «políticamente correcto». Cuando eso sucede el separatismo avanza.
Vamos a dejar a un lado, por hoy, la toponimia oficial. Les adelanto que yo me niego a utilizarla en la medida en que no refleja ni el uso histórico del hablante culto y ni siquiera los usos locales de los habitantes nativos. Habría mucho que hablar, incluso en Navarra, sobre la imparcialidad técnica de la Comisión que entre todos pagamos al efecto. Nadie, nunca, jamás, ha dicho o escrito seriamente Erri Berri para referirse a Olite, y no vamos a empezar ahora. Busquen ustedes un bilbaíno de cierta edad que -incluso siendo vascófono, si es que los hay- diga Bilbo. Confundir un personaje de Tolkien con la capital de Vizcaya es, cuando menos, ridículo.
Pero lo ridículo, impuesto, es terrorífico. Y ahí radica el verdadero problema. Algunos de nuestros políticos no nacionalistas, y muchos de nosotros en alguna ocasión, hacemos la concesión de emplear el nombre nacionalista de un lugar. Nunca se insistirá bastante: son topónimos nacionalistas, no topónimos euskaldunes.
Son un signo de identidad de la secta totalitaria sabiniana, una manera de apropiarse a la vez del espacio geográfico y de las mentes de los más jóvenes. Pero no son, en general, una muestra de tolerancia, sino una prueba de sumisión a la corrección política impuesta por ETA y sus amigos. Nunca tan adecuadamente Ujué Zabalza ha escrito «sensatez, ven a nosotros». Deberíamos añadir «coraje, ven a nuestros políticos».
Por Pascual Tamburri Bariain, 27 de abril de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.