Los ingenieros de la LOGSE

Por Pascual Tamburri Bariain, 27 de junio de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.

Quienes han escrito la historia de nuestro sistema de enseñanza recuerdan cómo las Universidades nacieron en la Edad Media en torno al saber puro. No existía la actual y artificial división en «Ciencias» y «Letras», ya que todo el saber superior era literario y, etimológicamente, científico. De las Artes Liberales, trivium y quadrivium, surgieron los saberes más elevados, todos ellos a un tiempo científicos y humanísticos, la medicina, las leyes, la filosofía, la teología. Con el precedente de Alberto Magno, a partir del Renacimiento las ciencias experimentales se integraron también en las Universidades.

En realidad era lógico. La Universidad era la sede superior del conocimiento, la corporación de los «amore scientie facti exules», de los dispuestos a abandonar su hogar por amor de la sabiduría. No era esencial la división en materias o en inexistentes «carreras», sino el saber en sí mismo. La revolución liberal convirtió esas corporaciones en instituciones, a menudo públicas, pero formalmente no se renunció a la idea de una enseñanza superior independiente de la dimensión «aplicada» o «práctica» del conocimiento.

En el siglo XX, considerando los prejuicios ideológicos imperantes en él -baste considerar la opinión de Oswald Spengler y de José Ortega y Gasset al respecto- era lógico esperar una crítica a la enseñanza superior tradicional, por no ser «práctica». En realidad, ya desde la Ilustración se había procurado la formación de unos «técnicos superiores» que no se consagrasen a los saberes, sino a la aplicación concreta de los mismos: los ingenieros.

Así, en buena lógica, los ingenieros permanecieron fuera de la Universidad. No se trataba de una marginación, sino de una solución buena para todos: las Facultades debían formar científicos, sabios, y las Escuelas Superiores debían formar, al mismo nivel pero con prioridades diferentes, ingenieros.

El prestigio creciente de «lo práctico» (entendido cada vez más como «lo rentable») y el aura menguante del saber por el saber dieron lugar sucesivamente, en los distintos países europeos, a la integración de las Escuelas de ingenieros en las Universidades, conformando un único sistema de enseñanza superior, en el que la Universidad puso el nombre y las ingenierías … el espíritu pragmático. El hombre, cegado por la técnica, encarnación de la modernidad.

Esta mutua contaminación entre facultades y escuelas no se produjo sin recelos y largos debates. De hecho, en España se aplazó ese injerto hasta el ministerio de Lora Tamayo, y aun entonces se toleró de hecho a las Escuelas de Ingenieros, especialmente a las de Madrid y a las de mayor raigambre, una amplia autonomía de estilo docente y discente, como por otra parte pedía la naturaleza de los estudios. Sí se produjo en cambio una tecnificación (léase conversión pragmática y hasta mercantil) de los estudios superiores en general, que afectó a los facultativos -togados- y que hizo realidad ciertas predicciones de Ortega. Pero los ingenieros -tradicionalmente uniformados- mantuvieron su nivel de exigencia y sus peculiaridades.

De hecho, aunque no suele reconocerse así, hasta esta generación los ingenieros españoles figuran en promedio entre los mejores del mundo, precisamente porque, habiéndose preservado su estilo secular de hacer las cosas, recibían una formación técnica excelente.

Luego llegó la LOGSE. Y si uno considera qué esfuerzos -y qué tipo de esfuerzos- implica una formación tradicional como ingeniero, convendremos en que el sistema de enseñanza preuniversitario no prepara hoy a los jóvenes españoles para cursar unos estudios de ingeniería superior. Es más, ambas cosas están los polos opuestos.

Aún no tenemos prácticamente «ingenieros de la LOGSE». Cronológicamente, casi no ha dado tiempo a que alumnos plenamente formados en el sistema LOGSE hayan cursado completos estudios de segundo ciclo en una Universidad Politécnica. Y las opciones son dos: o los estudiantes se han adaptado a las viejas hormas, cambiando drásticamente de estilo de vida y de concepción del mundo para hacerse ingenieros al viejo estilo, o las Escuelas han asumido las características de sus nuevos clientes y han adaptado a ellos tanto sus planes de estudio como, sobre todo, la manera de aplicarlos.

Aún no es posible decir, en general, qué camino se ha escogido. Por referencias de terceros, parece que cada Escuela ha hecho lo que ha podido, manteniendo un equilibrio entre la calidad tradicional y la necesidad de tener alumnos. Éstos, en general, por supuesto, juran y perjuran que aquello es muy difícil … pero lo mismo dijeron en 4º E.S.O., así que será mejor esperar los resultados. Si la LOGSE ha impuesto su espíritu, Iván, por favor, ten cuidado dentro de unos años cuando diseñes tu primer puente. La ventaja de la técnica sobre la ciencia es que los errores, flaquezas, blanduras y lagunas tienen consecuencias inmediatamente visibles.

Tirso Lacalle

Por Pascual Tamburri Bariain, 27 de junio de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.