De vuelta a Santiago

Por Pascual Tamburri Bariain, 21 de julio de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.

Para el cristiano, la vida es un viaje peligroso, y la condición humana es un status viatoris, recuerda Franco Cardini. Peregrinar es una metáfora de la vida y a menudo en un viaje se resume el entero significado de una existencia. Decíamos aquí hace casi un año que «el peregrino adquiere conciencia de que toda la vida es una peregrinación, y de que sólo bajo esta luz puede regirse una vida digna y aspirarse a iluminar la vida de los demás». (http://www.elsemanaldigital.com/articulos.asp?idarticulo=19193) Sigo creyéndolo, y el peregrinar de este año refuerza mi convicción.

Puede ser que sólo un pequeño porcentaje de los que llenan nuestros campos y caminos sean verdaderos peregrinos, pero basta con ellos. Tampoco son montañeros todos los que han subido montañas, y esto no disminuye en nada la grandeza moral del alpinista, aunque no sea un portento técnico o físico. No es eso; hemos de conformarnos con aceptar a quienes realmente peregrinan o ascienden.

Decía Jacopo da Varagine que «en esta vida, todos somos como peregrinos, o cruzados, en una batalla». Camino, montaña o milicia, la vida que nos es dada puede emplearse de muchas maneras, pero no todas son igualmente dignas o igualmente meritorias. Importa distinguir, porque dos cosas, dos hechos o dos personas en apariencia iguales pueden resultar tan diferentes como la cima y el abismo. E incluso se puede encontrar en el abismo a quien estuvo en la cima, porque cada recodo del camino de la vida trae una nueva lección.

Marchar bajo el sol o la lluvia a Santiago no es una experiencia cualquiera. Sin duda es menos exótico que viajar a China, menos divertido que un mes de Interrail sin saber quién se es o qué se busca, menos aparente que unas vacaciones burguesas en una playa mediterránea o menos excitante que el mismo Camino entendido como competición de velocidad. Es algo exquisitamente europeo, apto sólo para quienes de Europa y de la Cristiandad pueden hacer con humildad algo más que una etiqueta.

Recuerdo con deleite el amanecer del 26 de julio de 2004, entrando en Santiago bajo la humedad, disfrutando de reflejos dorados e irrepetibles en la plaza del Obradoiro y abrazando al Apóstol. Un día memorable. Nada puede ser igual antes y después de esa experiencia, si en ella culmina un mes de áscesis -un raro privilegio en nuestros tiempos-. Ciertamente no he necesitado ningún esfuerzo extraordinario para descubrir que la experiencia marca las almas, separa el acero de la escoria, forja el espíritu y rasga todos los velos. Sigamos marchando, porque si realmente necesitamos «hombres en pie en medio de las ruinas … sin concesiones a lo bajo y lo mezquino» peregrinar sigue siendo una necesidad.

Siempre habrá un Santiago, una Roma, un Jesusalén o una montaña hacia la que peregrinar, «a descubrir a Dios en las maravillas de su creación o suscitar el deseo de su encuentro desde las cumbres que se aproximan al cielo», como dejó dicho Juan Pablo II.

Por Pascual Tamburri Bariain, 21 de julio de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.