Por Pascual Tamburri Bariain, 21 de julio de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.
Roberto Maroni, ministro italiano de Trabajo, ha creado el desconcierto con su sugerencia de que Italia podría abandonar la moneda única y reintroducir la lira, o al menos de que la cuestión debería ser considerada por los expertos y eventualmente sometida a los ciudadanos. Con sus declaraciones ha merecido el rechazo unánime de la clase política italiana y de la europea. Sin embargo, sin estridencias, habría que dar argumentos a ese rechazo.
La Europa de Schuman y Monnet nació como mercado común. A diferencia de la EFTA se previó una dimensión reguladora de ese mercado y un remoto horizonte político, pero las comunidades europeas que funcionaron y triunfaron respetaban todos los aspectos de la soberanía de las naciones. Es más, se basaban en ella.
Técnicamente, un mercado común no requiere una unión monetaria. Y de hecho, una unión monetaria y aduanera no necesita una moneda única. Dentro de ciertos márgenes, como han demostrado muchos años de convivencia, es compatible con el respeto de las soberanías monetarias. La unión monetaria, el euro, fue una decisión política, no un dogma de fe.
El euro supuso un avance en algunos aspectos, pero no dejó de ser un uniforme de talla única para doce cuerpos nacionales muy diferentes. Mientras Alemania sea Alemania y España sea España pueden necesitar un traje de medidas diferentes, en parte porque las prioridades económicas, la misma estructura económica, son diferentes. Y el caso ejemplar es el británico, en el que nadie negará la convicción en la liberalización, pero que muestra las virtudes de la autonomía monetaria sin renegar de la unidad del mercado.
Maroni, seguramente, no tiene razón, en la medida en que salir del euro puede tener costes altos. Pero debe afirmarse, en su honor, tres cosas esenciales.
La primera, que los países europeos, con o sin tratado constitucional, son independientes y soberanos. Y que, en consecuencia, los italianos tienen tanto derecho a volver a la lira como lo tendríamos los españoles a volver a la peseta, si así se decidiese en las Cortes. Se puede negar la conveniencia de hacerlo, pero no la posibilidad soberana de que lo hagamos.
La segunda, que no debe haber tabúes en temas europeos. Que precisamente el haber considerado sagrado el texto de Giscard ha llevado a Europa a la detención. Crear nuevos dogmas a propósito de la Unión Europea es matarla.
Y la tercera, que ni la Unión Europea es el euro, ni el euro es Europa. Europa existe antes de Coudenhove-Kalergi, y seguramente muchos problemas desaparecerían si entendiésemos la realidad plural, y la unidad íntima -pero cultural y espiritual ante todo- del Continente. Convertir Europa en un zoco lleva a patinazos como los referenda francés y holandés, y hacen posibles ideas como las de Maroni. Y otras mucho peores.
Por Pascual Tamburri Bariain, 21 de julio de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.