Por Pascual Tamburri Bariain, 22 de julio de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.
«No busquéis al vividor al alba, cuando la ciudad se despierta y las calles de los suburbios y de los barrios modestos resuenan con el paso apresurado de los obreros que van a retomar su fatiga cotidiana. No lo busquéis a mediodía, cuando las calles se llenan de gente … el joven vividor se ha ido a la cama cuando cantaba el gallo …pues sólo después de cenar empieza el reinado del vividor.»
«Son hombres que viven de noche en los bares, en las discotecas, en los burdeles. Su mente es pequeña, pero su soberbia es inmensa. No tienen ni ideas, ni programas, ni Dios. Su religión es el placer, pero no el placer noble que da al organismo una sensación de alegría, sino el placer vulgar, artificial, falso, adornado de ficciones y reluciente del rojo de todas las impudicias. Y por la mañana, cuando el alba se insinúa levemente a oriente, los vividores vuelven a sus casas. Es un ideal de vida … de vida inútil para sí mismos y para los demás.»
«El vividor es un producto típico de la sociedad y de las clases que se corrompen, que se disuelven. Roma en su decadencia tuvo vividores, aunque sin duda menos en numero y superiores en espíritu. Odiaban a los nazarenos, a los innovadores, a los revolucionarios, a los cristianos, y pedían contra ellos la aplicación rigurosa de las leyes persecutorias contra las sectas. También hoy los vividores de la burguesía detestan todo lo que, por diferente, les recuerda su miseria íntima.»
Los párrafos que preceden -adaptados al lenguaje de hoy- no son de hoy, sino de hace un siglo casi exacto. No son obra de un puritano melindroso, sino de un radical, un revolucionario de extrema izquierda por aquel entonces ateo. Y sin embargo son plenamente actuales, agravadas más que aliviadas por el paso del tiempo.
Hace un siglo, pero también hace medio, y en definitiva hace una generación también, el crápula era un personaje marginal. Obviamente había todo tipo de diversiones, para todos los gustos, y una vez terminado el furor nacional-católico sin grandes limitaciones. Todo era lícito, o al menos posible, y quién más quién menos podía cometer de vez en cuando un exceso. Pero era pocos y marginales los que centraban su vida en tales excesos.
El cambio en el ocio juvenil en los últimos quince años ha sido radical. Lo que antes era excepcional hoy es cotidiano. Lo que era minoritario hoy es masivo. Y la noche se ha convertido para los jóvenes de la LOGSE no en la opción costosa que todos podían conocer de vez en cuando y sólo unos pocos por sistema, sino en un ideal de vida. Quien dice noche dice consumo masivo y dice negocio para un sector empresarial emergente. Pero también dice alienación masiva, convertida en estilo y en modelo.
No se trata de que en esta generación se beba de vez en cuando, o en las fiestas del pueblo, del barrio o del Instituto, porque eso siempre ha sucedido. Es la generación del alcoholismo de masa y sin casi alternativa dentro de la normalidad. Puede decirse lo mismo del sexo sin amor, y de las drogas, y de casi todo. Pero sobre todo afecta a la organización de la vida. La semana del joven LOGSE -no de algunos, sino del joven normal- está basada en lo que pueda suceder entre el viernes a mediodía y el domingo por la noche. Y en ese periodo, en nombre de la libertad, sólo hay una opción socialmente admisible, que llama con insistencia a quienes se desvían del camino marcado y señala a quienes no escuchan la llamada.
La palabra «ocio» no figura en el texto de la LOGSE. Sin embargo, en una norma pensada para una educación general, y no sólo para una enseñanza académica, no era posible ignorar esa dimensión de la vida de los jóvenes. No se olvidó: los valores inherentes a la LOGSE, llevados de las aulas a la calle «para generar actitudes y hábitos individuales y colectivos» han extendido a toda una generación el ideal de vida burgués más materialista y hedonista -marginal y despreciado hace un siglo-, convirtiendo la resistencia a eso en numéricamente marginal. Un magnífico resultado paralelo de la reforma educativa que puede comprobarse cada viernes y cada sábado, al menos, cuando uno valora cómo y por qué viven personas que ontológicamente no son peores que sus padres.
Tirso Lacalle
Por Pascual Tamburri Bariain, 22 de julio de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.