Por Pascual Tamburri Bariain, 9 de septiembre de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.
Nuestra historia de hoy empezó antes de nacer el presidente del Gobierno. En febrero de 1945 se pactó en Yalta el reparto del mundo en dos esferas de influencia. Durante las cuatro décadas que siguieron a un Imperio socialista de base rusa se contrapuso un mundo libre, capitalista, dirigido por Estados Unidos. Cada uno de esos bloques tuvo matices internos, disidentes, roces y conflictos, pero el reparto básico del mundo, definido sin disimulos en Crimea, no se alteró. España, a su manera, quedó en el Oeste.
En realidad, el bloque marxista intentó hacer una trampa en el reparto. Mientras que en su propio campo se definió un solo proyecto político, económico, social y cultural, la izquierda aprovechó el régimen de libertades de las democracias para conquistar el poder cultural también en Occidente. Y así, incluso cuando el mundo del Gulag se hundió a partir de 1989, la victoria de Occidente fue política y económica, pero sólo en mínima medida cultural.
Ernst Nolte y François Furet creen que, al menos en Europa, puede hablarse hoy de un nuevo Pacto de Yalta, vertical y no plasmado en los mapas. Así, la economía estaría gobernada por los liberistas dogmáticos y la política sería una democracia formal, pero la cultura estaría entregada a una nueva Internacional de izquierdas, liberada de casi todos los residuos proféticos de la tradición marxista, enteramente nihilista y tan mundialista y globalizadora como la economía liberal. Hegemonía del mercado para unos, hegemonía del pensamiento para otros, basada en una común antropología.
En el fondo no es ninguna novedad, porque el mismo Francis Fukuyama reprochaba la ineficacia de modelo soviético, no la bondad de las metas (el fin de la historia basado en la felicidad individual inmanente, en la abundancia: poco importa que esto se llame comunismo o no).
Zapatero es un resultado de esa contradicción de nuestro entorno. El centro liberal gobernó España durante dos legislaturas con indudable éxito económico, ya que en aquel contexto sus dogmas coincidían con las necesidades del país; políticamente se realizaron importantes esfuerzos, con algunos resultados que podrían haber sido mejores con más decisión y menos complejos. Pero se desdeñó como secundario, o tal vez como ya ocupado, el mundo de la comunicación, de la elaboración y gestión cultural, de la movilización social y de la creación y difusión de ideas.
Todo iba bien, hasta que una quiebra aparente del sistema político -un 11 M que algunos no quieren explicar- hizo estallar la contradicción de esta «nueva Yalta» en la que vivimos. Ante un desafío de aquella magnitud no bastaban los éxitos acumulados ni la bonanza económica, era precisa una capacidad de respuesta social, cultural y doctrinal que el centro derecha no tenía porque había renunciado a tenerla. Y así estamos como estamos.
Zapatero es consciente de que su origen es precario y discutible; pero sabe también que tiene en su mano más elementos que Aznar. La izquierda adquirió legalmente el poder gracias a la ficción de legitimidad social y cultural que el centro le había dado en régimen de monopolio. Luego vinieron los lamentos, cuando se vio que la macroeconomía no hacía salir gente a la calle. Y algunos empezaron a descubrir que la mal llamada «derecha económica» se acomoda fácilmente a la izquierda en el poder político y cultural. Zapatero, además, no va a tolerar fácilmente que se le arrebate su monopolio: la izquierda odia la libertad cultural en lo que tiene de auténtico pluralismo. Sin embargo, o se conquista esa libertad o el zapaterismo será muy duradero y cualquier alternativa innecesariamente superficial y frágil.
Otra cosa es que la derecha se atreva a hacer lo que hay que hacer.
Por Pascual Tamburri Bariain, 9 de septiembre de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.