Por Pascual Tamburri Bariain, 23 de septiembre de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.
Dice Tomás de Aquino que el mal es el fracaso de un sujeto en lograr su propia efectividad. Es decir, que sólo hay mal cuando un ser está privado de algo que le corresponde por naturaleza. Del mal se deriva un completo desprecio de los malvados por la justicia y la alegría, y un odio ardiente por la felicidad de quienes sí responden a su naturaleza.
Naturalmente este razonamiento es incompatible con el relativismo. Implica asumir que todos los seres, incluyendo los humanos y hasta los políticos, tienen una esencia, un carácter, un «deber ser» que no necesariamente coincide con lo más fácil, cómodo o grato. El mal no es difícil, ni incómodo, ni ingrato, sino que, en general, supone una vida más deseable a corto plazo a cambio de un abandono del deber. Una traición, en definitiva.
En el Infierno de Dante el noveno y más bajo círculo lo ocupan los traidores a sus familias, a sus amigos y a sus patrias. Es el lugar de Judas, bajo entre los bajos, con los traidores a sus propios benefactores. La traición es el resumen de todos los males, y el orgullo es su origen. Los traidores engañan y sobre todo se engañan, porque su victoria es siempre breve y limitada, aunque no carente de consecuencias dolorosas. La traición supone sacrificar, por fines propios, limitados y oscuros, la lealtad a la justicia, empezando por la debida a la propia palabra empeñada.
¿Una botella de burdeos vale más que el cumplimiento del deber y que el respeto a la palabra dada? El corazón y la cabeza nos dicen que no, pero la experiencia privada y pública indican que hoy, para quienes siguen el ritmo de las modas, sí.
Tomemos por ejemplo a Miguel Ángel Moratinos, Ministro de Asuntos Exteriores del Reino de España. Bien es cierto que prometió, y no juró, su alto cargo, pero el compromiso es equivalente. Y además juró su cargo al ingresar como funcionario, aparte de jurar bandera si en su momento las Fuerzas Armadas lo consideraron apto para servir. Un hombre, en teoría, comprometido con España; no con «una cierta idea» del país, sino con su vida misma, y además en esa primera línea que es la política exterior.
Moratinos es un hombre, y como todos es débil y puede equivocarse. Como dijo Don Quijote en el más breve y preciso ensayo de antropología que recordamos, «los obstáculos más grandes, nuestras propias indecisiones; nuestro enemigo más fuerte, el miedo al poderoso y a nosotros mismos; la cosa más fácil, equivocarnos; la más destructiva, la mentira y el egoísmo; la peor derrota, el desaliento; los defectos más peligrosos, la soberbia y el rencor; las sensaciones más gratas, la buena conciencia, el esfuerzo para ser mejores sin ser perfectos, y sobre todo, la disposición para hacer el bien y combatir la injusticia donde quiera que estén». No se trata de pedir imposibles, sino simplemente de pedir lealtad. Y Moratinos -hombre de Burdeos, hombre de nuestro siglo en el peor sentido- no es leal, ni sirve lealmete a España, sino que sietemáticamente equivoca a quien recibe ssu consejos y trata de mezclar sus preferencias políticas con el destino exterior de Espaañ, negando después gallardamente este sencillo hecho.
¿Vale un vaso de burdeos tu lealtad, o el servicio a aquello que juraste servir? Porque la vida es compleja, incluso para Miguel Ángel Moratinos, y pueden cambiar las tornas, incluso antes de que cambie el Gobierno. ¿Y entonces? Como dijo Legolas, «raros son aquéllos capaces de prever adónde los llevará el camino».
Por Pascual Tamburri Bariain, 23 de septiembre de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.