Por Pascual Tamburri Bariain, 28 de septiembre de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.
«La guerra con Rusia no puede ser conducida según las leyes del honor. Es una lucha ideológica y una lucha racial que requiere un grado de dureza sin precedentes… Los oficiales tiene que prescindir de sus concepciones caballerescas caducas y no deben pensar que todo esto vaya a terminar en un armisticio después del cual vencedores y vencidos se estrechen la mano…. Ordeno que los comisarios políticos del Ejército Rojo no sean considerados combatientes y que, una vez capturados, sean inmediatamente pasados por las armas».
La Alemania de Adolf Hitler emprendió la conquista de la Unión Soviética en medio de una gran confusión política y espiritual. Una «lucha de exterminio entre dos formas de civilización incompatibles», sí, pero ¿cuáles eran éstas? ¿La lucha contra el comunismo, enemigo común de la libertad de Europa? ¿O la lucha por imponer el predominio económico, colonial, nacionalista y acientíficamente racista de Alemania sobre otros pueblos europeos? Alguien puede pensar que es una cuestión resuelta hace décadas; y sin embargo desde distintos y contradictorios sectores se ha reabierto con motivo de la intervención norteamericana (y española) en Irak (y Afganistán).
Las guerras empiezan por intereses, o por causas morales reales o ficticias. Y prosiguen por las mismas razones, o adquieren otras con el paso del tiempo. Y está bien que España -la España de Zapatero, que mantiene más hombres y mujeres de uniforme en escenarios de guerra que Aznar- se pregunte por sus razones para estar allí.
A comienzos de este mes, en declaraciones a un diario argentino, José María Aznar -autor decisivo de nuestro giro intervencionista de 2001-2002- definió sus razones para estar presente en los campos de batalla donde se deciden los destinos del mundo. Una fue el realismo. «Las líneas estratégicas del mundo no pasan por aquí. Y el mundo se gobierna desde otro sitio. Entonces la pregunta que debería hacerse un líder inteligente es cómo se incorpora su país a las corrientes de decisión». Otra fue la defensa del interés nacional. «España era un país fuera de la historia desde 1815 y su recuperación política, social, internacional tuvo un peso determinante. Tú no puedes aspirar sólo a estar mejor, a vivir mejor. Tienes que aspirar a ser un país que esté entre los mejores del mundo, y eso comporta responsabilidades. Y ésa era la decisión: estar en el momento histórico preciso.»
Se notan en las declaraciones de Aznar dos ausencias: no hay propaganda, no hay ni sombra de la retórica de defensa contra el integrismo, ni armas de destrucción masiva, sino simplemente política. La denostada y vilipendiada política. Tampoco hay la mínima referencia a la conducta humanitaria de la guerra, abolida de hecho con la Segunda Guerra Mundial e ignorada en estos conflictos del siglo XXI.
No son casuales estas dos ausencias, ligadas entre sí. Si por razones ideológicas o propagandísticas el enemigo es la encarnación del Mal (eslavos, comunistas, alemanes, fascistas, musulmanes, cristianos) no se le reconocen derechos de beligerancia, no hay ius in bello sino exterminio y esclavitud. Así que la absolutización de la maldad del enemigo anula los principios consuetudinarios del Derecho Internacional e impide que las guerras terminen si no es con el aplastamiento del enemigo. Lo anunció Hitler y desde entonces, empezando con él y su terrible «orden de los Comisarios», se ha cumplido sistemáticamente.
José María Aznar tenía razón, y se la ha dado Zapatero: tan cierto es que España no puede estar ausente de donde se decide el futuro del mundo que hemos mendigado un costoso y arriesgado puesto en Afganistán para hacernos perdonar la huida de Irak. Aznar y Zapatero tienen una cosa más en común: no se fían del pueblo español. Aznar hizo lo que hizo convencido de su acierto, pero también creyendo que los ciudadanos no lo entenderían; tal vez la culpa la tuvo Pedro Arriola, pero en cualquier caso al marido de Celia Villalobos alguien lo puso donde está. Y Zapatero es mucho peor, porque ni siquiera está convencido de hacer lo que incluso él ha tenido que hacer.
Lo ha dicho José Javier Esparza (http://www.elsemanaldigital.com/articulos.asp?idarticulo=37466): nada más absurdo que mirar la política mundial con ojos misioneros. Sería deseable volver al equilibrio bélico del viejo ius publicum europaeum, pero los teólogos de la política -nazis con un prejuicio geopolítico semireligioso, liberales, con sectarismo jacobino, marxistas, con su religión materialista- lo han matado. Las cosas son como son, y nuestros soldados afrontan riesgos con «un grado de dureza sin precedentes». Mucho tendremos que sufrir hasta que una guerra vuelva a poder ser cantada como la del Kipling dolorido de los Guardias Irlandeses, para quien «los gansos salvajes vuelan de nuevo».
Por Pascual Tamburri Bariain, 28 de septiembre de 2005.
Publicado en El Semanal Digital.