Por Pascual Tamburri Bariain, 18 de marzo de 2006.
Publicado en El Semanal Digital.
Decía el otro día José Javier Esparza que la vida pública se mueve hoy por constelaciones de intereses. Como en tantas otras cosas, esto es como un juego de niños en el patio del colegio: uno puede enfadarse con el mundo porque el juego no le gusta o no es bueno en él, o puede participar, intentando hacerlo lo mejor posible. Al menos mientras el juego no cambie así está el mundo.
Y la primera consecuencia es que todos los agentes políticos, sociales y económicos saben perfectamente dónde están los obstáculos, es decir, a quién hay que quitar de en medio y a quién hay que favorecer. Por eso es necesario entender qué hay detrás, o debajo, del aparente enfrentamiento entre Mariano Rajoy y Alberto Ruiz Gallardón de esta semana. ¿Son ellos la derecha española? ¿Representan de verdad cosas diferentes? ¿La discrepancia, si existe, es el verdadero problema?
Por un lado, Gallardón se ha postulado abiertamente como líder de recambio de un centroderecha liberal, capaz de aceptar el nuevo régimen que la izquierda está construyendo en estos años. Y por otra parte Rajoy, que ha tenido gestos firmes de rechazo al régimen zapaterista, ha dado pasos hacia los enemigos de la unidad nacional, entrevistándose con Imaz y con Durán i Lleida. Entrevistas perfectamente legítimas, salvo por un detalle: no había necesidad de ocultarlas, salvo si en ellas se iba a hablar de algo escabroso.
El franquismo que sobrevive
Francisco Franco murió en 1975. Pero dejó en herencia un estilo de hacer política, que está perfectamente vivo en la derecha y también en la izquierda. En sustancia, la cosa consiste en despreciar, o por lo menos ignorar, lo que la gente quiere. La izquierda ignora la voluntad y las necesidades de las personas concretas, porque ideológicamente cree saber lo que necesitan. Y cierta derecha tiene en cambio la tentación de ignorar lo que su propia gente siente, piensa, dice y quiere, porque resulta incómodo, embarazoso, políticamente incorrecto.
Bueno, y ¿qué quiere la gente de la Derecha profunda? Pues se puede contar de muchas maneras, pero en el fondo son cosas muy sencillas. Un ejemplo (lejano) de la defensa de principios lo ha publicado (oh, escándalo) Guillermo Elizalde en American Review: y eso incluye, sin disimulos, en el programa de George Bush, la «cultura de la vida», el «fortalecimiento de la familia» y la «santidad del matrimonio», defendiendo el cheque escolar. Se trata de la derecha de principios, claro, es decir la que se basa en «la familia como fundamento de la comunidad; el valor normativo de la tradición; el amor elemental a la patria; las diferencias vinculadas al mérito y al esfuerzo; la persona como realidad política natural, de donde se deriva el concepto clásico de libertad».
¿Y en acción social y económica, qué quiere la gente de la Derecha? Que el Estado nos dé una Policía que garantice el orden y la seguridad protegiendo a la gente normal de los delincuentes, que nos proporcione una Justicia eficiente y bien organizada, que mantenga unos Ejércitos capacitados para cualquier eventualidad, que desarrolle una política exterior sólida y basada en las necesidades nacionales. El resto -todo el resto, sin tabúes- debe poder mantenerse en la esfera de acción privada del individuo, siguiendo un criterio de subsidiariedad.
La gente, el factor olvidado (a veces)
Se lo voy a confesar a ustedes: creo que se equivocan tanto Rajoy como Gallardón; y que se equivocan también Zarzalejos, Ansón y Jiménez Losantos. Todos ellos, que se detestan, se equivocan en el mismo punto, que es no escuchar lo que dice la gente en la calle.
Cada uno de estos líderes políticos y mediáticos cree, como creyeron Franco contra la democracia y Gil Robles a favor de ella, que la única derecha posible es la suya. Y no cabe duda de que ellos son parte de la derecha, pero ninguno de ellos tiene el monopolio de unas ideas plurales por definición ni el sustento exclusivo de una base social amplia, sólida y creciente aunque perpleja.
Y es que la derecha, como España, es plural. Democrática, monárquica, o no, liberal, o no, social, o menos, e via dicendo. «La derecha política apenas representa a una pequeña porción de la sensibilidad real de la derecha social y cultural española. Y es un problema que no se va a solucionar creando otros partidos más radicales» sino dando cabida sin complejos a la diversidad. No es malo ser diferentes; lo que la gente no entiende es que «los de arriba» no estén unidos en torno a lo que los une realmente, y que por su afán monopolista contribuyan a dos males mayores: la confusión de los límites infranqueables, y el estímulo a las opciones marginales.
Lo más irritante de los grandes y pequeños jefes que padece la derecha española es que, a la hora de la verdad, piden a su gente fe ciega y disciplina cerrada. Pueden estar años ninguneándolos, y pretenden que al día siguiente los españoles de a pie estén de nuevo allí, gratis, a cambio como mucho de un guiño cómplice. Claro, ya hemos visto que los chicos listos, más finos que el coral, vestidos de Carolina Herrera, pueden posar para los anuncios o leer discursitos sencillotes preñados de márketing y de corrección política; pero cuando hay que ir a pegar carteles, o a movilizar barrios hostiles, o a sacar a la gente a la calle, cuando ya no hay puestos a los que trepar y sí mucho que perder, se va quedando sola la gente de siempre.
Sin miedo a la gente «de casa»
Cómo dar expresión a esa rica variedad sin que se convierta en lucha cainita: un verdadero problema si se quiere ver sólo su dimensión política. Pero una auténtica oportunidad si en vez de cómo partido político exclusivamente (PP en general, UPN en Navarra) se piensa como amplio movimiento social del que el partido sea fiel vanguardia y expresión. Agrupaciones de electores, grupos de intereses, o de presión, círculos de reflexión, asociaciones… todo eso existe ya, o va a existir.
Gallardón y Rajoy tienen que entender que ninguno de ellos es imprescindible, y que su elegante riña personal, que no es por principios, no interesa a la gente. La gente, a la que no siempre respetan, sí es imprescindible. «Su» gente, la que está allí dando la cara llueva o nieve; porque de nada servirá caer bien a los electores ajenos si se pierden los propios, y sobre todo si cuando se gana se olvidan los principios. Rajoy llegó a las elecciones con 8 años de éxitos económicos, pero tiene que conquistar el liderazgo de los suyos desde abajo. A veces escuchar a la gente normal, que no sabe expresar bien lo que quiere pero tiene claro que no quiere a Josu Jon Imaz. La Derecha, un amplio movimiento social, variado, contradictorio, sorprendente, vigoroso, merece ser respetada por sus propios líderes.
Oigan ¿y si vienen ustedes a Navarra y les preparamos aquí un cursillo de crudo realismo político?
Por Pascual Tamburri Bariain, 18 de marzo de 2006.
Publicado en El Semanal Digital.