Por Pascual Tamburri Bariain, 6 de abril de 2006.
Publicado en El Semanal Digital.
El alto el fuego hace posibles los sueños del nacionalismo. Zapatero está dispuesto a conceder la autodeterminación y Navarra. Pero los separatistas están divididos.
Parece que hace un siglo, pero sólo han pasado un par de semanas desde el «alto el fuego permanente» de ETA. La vida sigue, la Liga sigue, la distracción en Marbella sigue. Conclusión fácil: aquí no ha pasado nada y pecaban de alarmistas los que advertían de los peligros de esta situación. Sin embargo, en menos de un mes España ha cambiado o se ha puesto en camino de cambiar.
España tiene hoy un presidente del Gobierno que ha negociado con ETA. Zapatero sabía que los terroristas iban a dar este paso, y lo ha facilitado según la propia banda. Aparte de otras consideraciones, esto es grave porque el líder del PSOE ha hecho precisamente lo que negaba estar haciendo. Para el futuro, nadie puede estar seguro de que las seguridades, certidumbres y firmezas de las que presume el Gobierno sean reales. Zapatero dialogó, y por eso vale poco la palabra de Patxi López cuando dice que Euskadi «nunca será independiente» o la de María Teresa Fernández de la Vega cuando asegura que «Navarra será lo que los navarros decidan».
El eje del juego político se ha trasladado pues al País vasco, y allí están sucediendo cosas interesantes que después afectarán a todos los españoles. Es bueno tenerlo en cuenta.
El plan de Ibarretxe no resucitará
La política del País Vasco está situada ahora en el juego triangular de tres fuerzas, a saber el nacionalismo «moderado» -básicamente el PNV-, el nacionalismo «radical» -es decir, ETA-Batasuna- y el PSE-PSOE. Se está jugando un juego en el que las reglas las ha pactado el Gobierno con los radicales, y por consiguiente en este triángulo el PNV y el Gobierno vasco parecen algo descolocados. El PP, lógicamente, está fuera de este triángulo de jugadores; y las fuerzas menores (Eusko Alkartasuna, Izquierda Unida, Aralar) son en definitiva piezas subsidiarias de uno de los grandes vértices.
Respecto a la tregua-trampa de 1998 hay un cambio importante, y es que los jugadores no son dos (moderados y radicales unidos en Estella) sino tres, y la incorporación del PSOE rompiendo el bloque constitucionalista tiene múltiples efectos: reduce la importancia de Juan José Ibarretxe y Josu Jon Imaz -nada comparado a lo que fue entonces Javier Arzallus- y aumenta las probabilidades de éxito de la operación desde el punto de vista nacionalista. Pero ¿cómo sienta esto en el todopoderoso PNV?
A mal tiempo buena cara. Imaz e Ibarretxe fingen seguir adelante con su plan, mantienen contactos, mueven sus bases, crean Lokarri. Lo esencial es no ceder más protagonismo a los advenedizos de uno u otro signo, que son, además, de izquierdas (y de la margen izquierda).
¿Qué aporta el PNV? Sobre todo, una apariencia de legitimidad, o más bien de credibilidad exterior. Son «gente bien», con amigos democristianos bien situados, dispuestos a avalar «la cosa» si lleva la etiqueta de plan sabiniano. El PNV aporta a la casa común a un Miguel Herrero de Miñón, a un Francesco Cossiga o a un monseñor Uriarte. Y parece poco, pero es mucho, ya que la dote internacional de ETA es menos presentable todavía.
Pero la ficción de «plan», curiosamente, implica también una dosis de credibilidad interior, y precisamente hacia el PP. Que los cambios de la situación vasca se presenten como cosa del PNV, y no de ETA y el PSOE, los hace asumibles, digestibles o menos indigestos, para una parte del electorado «popular». No se enfaden ustedes por esto, es así, y está muy bien pensado como percepción pública sociológica. Podemos refunfuñar, pero es bastante inteligente.
Por último, el-plan-que-no-es-plan sirve de tapadera institucional. La agenda de ETA es clara, es decir, presos, territorialidad y autodeterminación; pero si la cosa puede venderse como Reforma Estatutaria, poniendo sobre la mesa la posibilidad de alcanzar acuerdos sobre los contenidos, todo colará mejor. Si se acuerda la autodeterminación, es interesante que el procedimiento tenga cabida en la legalidad formal, por vía autonómica. Si se decide una amnistía, dar las competencias penitenciarias al País Vasco es la manera más elegante. Y por último, si se decide rendir Navarra, qué mejor modo que utilizar las «puertas traseras» dejadas en la Constitución, el Estatuto y el Amejoramiento del Fuero por sus orgullosos padres transicionales. Y como en la Transición, para esto hace falta el PNV.
Nacionalismo: visiones a largo plazo
El PNV ha terminado por aceptar que hay «otro nacionalismo», el de ETA, y que tendrán que convivir a largo y muy largo plazo, con o sin secesión. En un escenario futuro, PNV y PSE van a competir por el «voto útil» que pueda salir del PP -en un caso, en nombre del orden social y en otro por el no-nacionalismo residual hábilmente dosificado. PSE y comunistas intentarán conservar un voto útil de izquierdas, evitando que vaya a ETA. Y PNV y ETA-Batasuna lucharán, por último, por la primacía dentro del electorado nacionalista.
Estas fronteras entre los que se sientan ya a la mesa común no tienen al PSOE como protagonista. Zapatero y Patxi López tiene necesidad de acuerdos visibles, y aceptarán casi cualquier cosa con tal de poderla vender después. La única disputa seria, y la única que puede hacer fracasar esta historia de las mesas, es la rivalidad entre nacionalistas de distinto pelaje.
El PNV es consciente de su debilidad actual, ya que ETA y el PSOE han puesto ante los ciudadanos «la paz». Pero también sabe que se le necesita, y aprovechará la ocasión para reforzarse en lo posible. El PNV, pese a los matices entre sus dirigentes, no está dividido ni corre peligro de escisión, y menos ahora; por el contrario sabe que ETA ha planteado un asalto a un año vista al poder municipal y provincial, y que sólo cuando los dos nacionalismos hayan medido sus fuerzas se podrá culminar «el proceso».
Queda por ver, si el éxito electoral/municipal de ETA-Batasuna es arrollador, si el PNV se asusta. La carta del miedo existe, como se ha dicho, para recoger una cita cosecha hacia el lado popular. Pero la vieja oligarquía del PNV ¿está dispuesta a quedarse a solas en una habitación a oscuras con la masa militante de ETA?
El miedo es irracional, y por consiguiente imprevisible. Pero a día de hoy, mientras no cambien los parámetros de la opinión pública y las prioridades sectarias del PSOE de Ferraz, la mejor opción para que el «proceso» se detenga es que el PNV, además de verse marginado, tenga miedo. No sería la primera «guerra civil» entre nacionalistas. Con la ilusión actual es poco probable, pero veremos qué sucede de aquí al último domingo de mayo de 2007.
Para Navarra, un juego de tahúres
En Navarra, las cosas son distintas. El nacionalismo, minoritario, está unido, pero en torno a las consignas de Batasuna -el PNV es poco más que simbólico-. PNV, PSOE y Batasuna forman una extraña coalición triangular, en la que los votos y los electos de los tres, seis realmente con IU, EA y Aralar, son indispensables para poder derrotar a UPN y desde el Gobierno de Navarra poner el gran premio sobre la mesa.
Todo se basa en que el PSN-PSOE sea capaz, a la vez, de llegar a acuerdos con el nacionalismo y de mantener más o menos tranquila a la gran parte de su base electoral que no quiere saber nada de nacionalismo. Para llegar a eso no se van a ahorrar medios, todos los del Estado para empezar. Ni el nacionalismo escatimará propaganda y seducciones, ni la izquierda ahorrará equívocos y chantajes. El «ámbito vasco de decisión» depende de que Chivite, Ripa, Puras o Moscoso sean capaces de reunir los votos suficientes, negando hasta el final la evidencia.
Evidencia, sí: porque si Zapatero está seguro de que habrá paz y ETA tiene claro que sin Navarra no hay paz, está claro cuál es el precio, lo diga quien lo diga y lo niegue quien lo niegue. Y encima, en Navarra los nacionalistas aún no se van a pelear entre sí.
Por Pascual Tamburri Bariain, 6 de abril de 2006.
Publicado en El Semanal Digital.