Imaz sabe que no hay futuro para España sin los chicos de Batasuna

Por Pascual Tamburri Bariain, 6 de mayo de 2006.
Publicado en El Semanal Digital.

El drama de un revolucionario -de cualquier revolucionario, en cualquier revolución- es que tiene que vivir en medio de una sociedad cuyo estándar de normalidad le repugna; sueña una sociedad diferente -no entremos en sutilezas- pero para construirla tiene que vivir y trabajar aceptando más o menos las normas vigentes.

Esto no es fácil, y hay que entender que tiene consecuencias negativas para sus primeras víctimas, que son los mismos revolucionarios o los pretendidos tales. El revolucionario moderno, además, está sumergido en la utopía, y coloca en el futuro post-revolucionario una especie de paraíso terrenal. Se ha dicho que esa utopía sirve para captar adeptos. Yo creo sin embargo que sirve más bien para consolidar la fidelidad de los militantes, para evitar que sean realmente seducidos por la normalidad ambiental.

El utopismo revolucionario no es, por supuesto, la única manera de mantener unido y operativo un grupo de activistas. Otra solución es el modelo ascético -lo han hecho grupos tan diferentes como los seguidores de Bakunin y de Evola- que encarna el ideal revolucionario, ya antes de la revolución, en la vida y alma de los propios militantes. Es duro, pero si se quiere funciona. Y siempre queda la Ucronía, a la que tan buenas páginas ha dedicado últimamente Franco Cardini: vivir en el mundo «normal» consolados por la idea, algo infantil en verdad, de «qué bien estaríamos si…» algo en nuestro pasado fuese diferente.

Revolucionarios todos, no importa de qué revolución. Y hoy en España tenemos una ofensiva revolucionaria. Creen que pueden conseguir algunos objetivos de inmediato, y posiblemente puedan: ETA, Batasuna y su entorno ofrecen un futuro revolucionario para cuatro provincias españolas.

Pero a los militantes batasunos les espera un largo camino de sufrimiento y desilusión para llegar a ninguna parte. El nacionalismo conservador del PNV -y en esto están unidos Joseba Egibar, Josu Jon Imaz, Juan José Ibarretxe y hasta el siempre ciberactivo Javier Arzallus- no quiere ninguna revolución, y se desharía de los revolucionarios al día siguiente de alcanzar los objetivos comunes. Autodeterminación, amnistía, Navarra: seguramente; pero después los revolucionarios y presuntos tales, los jóvenes, activistas, propagandistas, como las pasionarias de Batasuna, tendrían que enfrentarse a la dura realidad, y es que la burguesía vasca, por mucho que ahora esté interesada en chantajear a Zapatero, no quiere ninguna revolución. Imaz ya está hablando hasta con el PP.

Y esto no es del todo una buena noticia. De poco me vale saber que el PNV se desharía de los chicos de Batasuna después de una independencia. Triste consuelo. Sería preciso impedir esa independencia en nombre de una Patria unida y libre, una Patria para todos los españoles, incluso para los que ahora no saben serlo, no creen serlo o no quieren serlo.

Los nacionalistas revolucionarios comparten con los nacionalistas burgueses y (¡horror!) democristianos, es verdad, el sueño de una nación vasca independiente, que está reñida con la realidad histórica y humana de nuestra tierra. Comparten todos la responsabilidad de los crímenes nacionalistas, además, y esto es importante que no se olvide, porque en el futuro el nacionalismo light intentará descargar todas las culpas sólo en los batasunos, mientras que los grandes beneficiarios rezan el rosario o juegan en la Bolsa. Todos los nacionalistas defienden una mentira, una versión patética de individualismo moderno; pero personalmente respeto más a quienes lo creen hasta el final y se han comprometido en la lucha con todas las consecuencias, cayendo incluso en el delirio marxista de ETA. Los recolectores de nueces tienen menos dignidad que los que sudan sacudiendo el árbol, y están humanamente mucho más lejos de un patriotismo español democrático e integrador en un futuro. Créanme ustedes.

A esas realidades nos enfrentamos en nombre de España. Creo en una Navarra libre, foral y española en el seno de un país unido e igualmente libre. Así debe ser. No podemos ignorar que junto al aborregamiento general de la juventud occidental en Navarra nos enfrentamos a este sector minoritario de activistas. Ese activismo revolucionario nacionalista es hoy nuestro adversario criminal; pero odiarlos sería una torpeza casi tan grande como despreciarlos. Aunque no lo admitan son españoles, y la tarea de quien se ocupe del sector juvenil de la batalla política debe ser, a largo plazo, que las pasiones revolucionarias, utópicas o ucrónicas encuentren cauce natural en el nombre de España. Ellos también son España, y no hay que renunciar a pensar porqué han dejado de saberlo ni cómo podrán volver a sentirlo. Cuando ETA sea derrotada sus mismas ilusiones los harán recuperables si son sinceros; el nacionalismo calculador es mucho menos susceptible de volver a reconocerse español.

Por Pascual Tamburri Bariain, 6 de mayo de 2006.
Publicado en El Semanal Digital.