La memez de la semana: «Nos agredieron, nos insultaron y lo vio toda España»

Por Pascual Tamburri Bariain, 11 de mayo de 2006.
Publicado en El Semanal Digital.

Insuperable. José Bono, el padre de la patria, el recolector de votos y de simpatías de la derecha desde la izquierda, es el protagonista político de la semana. Rodeado de catorce fornidos policías, dijo ser agredido por dos militantes de base del PP en medio de una manifestación de la AVT. Magnífico. Una mentira condenada por los tribunales. Lo malo es que políticos así pretenden servir de modelo para las jóvenes generaciones que se incorporan a la política. Y así nos va.

Entre lealtad y servilismo, ambición y traición, los partidos son hoy -unos más que otros, por cierto- un vivero de bajezas humanas. Sin ilusiones ni utopías, no se trata de reivindicar la pureza de la política porque ésta es, históricamente, una actividad compleja, ligada a menudo a la gestión de las cloacas. Pero hasta el oficio de pocero puede hacerse con estilo, desprendimiento y vocación de servicio, o bien puede practicarse por mero egoísmo, con formas plebeyas y tratando básicamente de lograr un provecho personal. Abundan los Bonos, tal vez porque a los jóvenes militantes seducen personajes así, de éxito fácil, y quieren ser así.

Algo va mal en un partido cuando todos callan esperando un cargo, lo que equivale confundir lealtad con silencio. Y algo va definitivamente a peor en un partido cuando los ideólogos e intelectuales son rústicos tácticos que calculan sólo en número de votos en las elecciones inmediatas la bondad de las políticas, de las ideas y de las decisiones. Es una dinámica perversa, que lejos de rehuirse es fomentada. No sólo se estimula con ejemplos como el del mentiroso exitoso Bono; se propaga como la viruela en las organizaciones juveniles de los partidos, que abiertamente confunden la formación de sus jóvenes con su preparación para desempeñar cargos públicos. En vez de estimular el idealismo y la vocación de servicio, se cultiva el afán de medrar y la decisión de hacerlo sin respetar ningún principio. ¿Cómo terminará esto?

De momento, el edificio se sostiene porque los Bonos, los mentirosos, los trepas, los que van en la procesión por figurar sin creer en ningún Dios, no son aún todos. Ya hay auténticos profesionales de la política que no tienen dónde ir fuera de ella, o que no están capacitados para volver a su vida profesional si es que alguna vez la tuvieron; pero aún no son todos. Ya hay ámbitos donde el servilismo, la grisura y la cobardía imperan sin contraste, pero aún quedan líderes políticos genuinos que «quieren debate», que se digan las cosas, se piensen y se debatan. Las bases militantes aún -y más en estos tiempos recios de los que los cobardes huyen- piden identidades claras y fidelidad a los principios; pero hay toda una generación emergente de políticos de salón, que nunca han conocido otra lucha que el navajeo de pasillo y el peloteo vil, dispuesta a confundir el centro social con la adopción del lenguaje y de las políticas de los rivales. No tiene toda la culpa: con tipos como Bono hemos propuesto un modelo de político cuya principal característica es la deslealtad a todo salvo a su propia comodidad personal.

Ahora recogeremos la cosecha. La deslealtad no es de hoy, incluso san Pablo la sintió en sus carnes con el abandono de sus más fieles, llamados por la riqueza y el bienestar («Date prisa a venir a mí, porque Demas me ha abandonado por amor de este siglo», 2 Tim 4, 9-10); y eso que entonces no había los atractivos diurnos y nocturnos que hay ahora. Quien prefiere seguir la vía fácil, la vía Bono -hipocresía, insinceridad, cálculo, manipulación de los sentimientos ajenos, olvido de la palabra dada, ascenso político, social y económico a cualquier precio- no hace más que hacer lo que resulta más fácil y más atractivo. Si es seductor para personas con una cierta formación y una cierta experiencia de la vida, qué no será para quienes se abren apenas a ella. El «bonismo» es un hecho sin distinción de los ideales políticos que se dicen profesar, precisamente porque el «bonista» carece de ideales o los cambia con más frecuencia que la camisa.

Sin embargo, es posible la propia reciedumbre de los tiempos recomponga las jerarquías. Un Bono medra en una sociedad rica y pacífica, que puede permitirse esos lujos. Pero ese estilo político está destinado a quebrarse si se topa con proyectos firmes enfrente, con enemigos correosos, con desafíos que no se pueden salvar con dinero u oropeles. ¿Y entonces? Entonces nos arrepentiremos del tiempo perdido, y de todo lo que pudo hacerse y no se hizo para premiar la lealtad, la tenacidad, la coherencia y la sinceridad. Será la hora de recordar aquellas palabras firmes, «si alguno abandona y deja de guerrear, o vuelve la espalda, que sepa que nos hace traición a todos», y sobre todo de compensar a quienes, abandonados y utilizados, han sido víctimas a un tiempo de mentirosos y de cobardes unidos por la ambición. La ambición que ha perdido a José Bono.

Por Pascual Tamburri Bariain, 11 de mayo de 2006.
Publicado en El Semanal Digital.