La España de la LOGSE: una nueva juventud

Por Pascual Tamburri, 5 de junio de 2006.
Publicado en el Manifiesto (papel) nº5, páginas 14 a 19. PDF revista completa.

No tenemos una juventud corrompida: tenemos un país en el que millones de españoles son víctimas de la LOGSE.

Una parte de la izquierda europea propone que se establezca la mayoría de edad electoral a los 16 años; de hecho coinciden en la misma idea Gaspar Llamazares y Tony Blair, pasando por el alcalde socialista de Sevilla. Y no es esto lo más notable, sino que prácticamente las mismas personas insisten en defender, para los mismos ciudadanos jóvenes a los que quieren considerar políticamente adultos, un régimen penal privilegiado, protegido, infantil. Al margen de la opinión que puedan merecernos estas ideas, ambas son reveladoras de qué juventud tenemos y queremos en nuestra sociedad.

En las sociedades tradicionales no existe como tal una “juventud” con características propias. O se es niño, y por lo tanto inmaduro y sujeto sólo de algunos derechos y deberes, o se es adulto, y por lo tanto partícipe a todos los efectos de la vida social. Ciertamente hay unos ritos de paso, y ciertamente existe una adolescencia en la que el joven adulto, que ya viste como tal, aún no ha terminado de cumplir con sus obligaciones iniciales o iniciáticas. Pero nadie desea ser eternamente adolescente, precisamente porque –la raíz latina de la palabra no engaña- es un estado transitorio de carencia, de inmadurez, un camino lo más breve posible hacia la plenitud viril o femenina.

La sociedad occidental postmoderna ha creado algo nuevo. Hoy ser “joven” es un estado de la vida con rasgos bien definidos, y además esos rasgos se han convertido en los más deseables y codiciados. Aunque la cosa se temió en la primera mitad del siglo XX sólo ahora existe el riesgo de una auténtica efebocracia, una sociedad de Peter Pan en la que queremos hacer cuanto antes jóvenes a los niños, y en la que los jóvenes se resisten a aceptar la madurez. Una juventud casi eterna, que empieza quizás a los doce años y que dura veinte años o más, porque sociológicamente sigue extendiéndose.

Hablar de “la corrupción de la juventud” es una provocación en toda regla. Para un reaccionario, atribulado y enfadado, implicaría hablar de porros, botellón, desaparición de la autoridad, agresiones, violencia. Y todo eso, con existir y ser revelador de dónde nos encontramos, no explica qué sucede, cómo ni por qué, y sobre todo no contribuye en nada a buscar soluciones al problema, si realmente creemos que se trata de un problema.

La nueva juventud occidental es consecuencia de una modificación radical de valores. No deseamos ya madurar, e incluso los adultos aceptan la superioridad de la juventud. El joven, en vez de ser un adulto imperfecto, que al madurar adquirirá lo que aún le falta, se ha convertido en modelo y canon de una nueva antropología. Esa visión del mundo, incluyendo el inicio anticipado y la duración ilimitada de la juventud –imperfección, irresponsabilidad- tiene en España una relación directa con las sucesivas reformas educativas y con la ideología que las sustenta. Lejos de pensar en una fuerza irresistible, hay que pensar en una voluntad decidida e interesada de que las cosas sean así. Y la prueba la tenemos en el sistema educativo.

La secta pedagógica

“Para cambiar y transformar el mundo hay que actuar”. Todas las ideologías modernas parten de esa premisa. Pero en España ha sido y es todavía un estandarte del viejo marxismo, ante la desmovilización cultural de todas las derechas posibles. España está viviendo ahora mismo un cambio en el marco legal de la educación. La LOGSE ha sido, solamente, el marco legal de los cambios más visibles en la enseñanza; pero la ideología que la sustenta viene de lejos y va más allá.

¿Alguien preguntó a los padres españoles si querían cambiar el mundo en la dirección de la LOGSE? No lo preguntó el PSOE en 1985, ni lo ha preguntado en 2005. Según el Gobierno actual, la LOE se basa en “lo mejor de las leyes anteriores” y que es el fruto de un largo proceso de consultas con todas las partes implicadas en la educación, autonomías, centros, sindicatos, padres y alumnos, por ejemplo. La ventaja de la libertad de expresión es que cada uno puede contar las cosas según su opinión, y los actuales gestores del poder en la nación pueden intentar que aceptemos que esta Ley es fruto del consenso, del pacto, de la negociación y del talante. Pero no es así: muchos de los afectados por el proyecto no fueron consultados, y otros, sencillamente, no fueron escuchados. Pero el proyecto se ha hecho realidad en 2006.

La LOE mantiene en vigor la filosofía básica de la LOGSE, y conserva en vigor la LODE de Maravall. Han pasado sin embargo veinte años de la primera intervención del PSOE en profundidad en la educación de los españoles, y ya se pueden sacar conclusiones bastante sólidas. Son ya muchas promociones de alumnos que han pasado por nuestras aulas con los principios LOGSE en vigor, y los resultados están llegando ya al mercado de trabajo y a la sociedad adulta. ¿Fue tan buena la LOGSE como para que la LOE mantenga sin cambios su esencia?

En la enseñanza española se ha instalado una dictadura ideológica sin precedentes. Durante milenios se ha afirmado la potestad y capacidad educativa de la familia como un dogma de Derecho natural. La Iglesia y después el Estado podían marcar unas pautas o en último caso asumir subsidiariamente la tarea. Hoy las familias renuncian progresivamente a su misión, y ésta recae en los planificadores del sistema de enseñanza. Una minoría ilustrada, sumida en los prejuicios clásicos de la izquierda igualitarista y materialista ha recibido sin lucha el control de las generaciones más jóvenes.

Valores de una revolución educativa

Decía Jesús Laínz, antes de empezar el debate de la nueva Ley de Educación, que la mutación de los valores que han provocado el igualitarismo y determinados prejuicios ideológicos hace que se perciba a la juventud actual como la generación más preparada de la historia de España, según un autocomplaciente lugar común. Sin embargo, quienquiera que conozca la evolución de la enseñanza española desde la entrada en vigor de la Ley de Educación de 1990 apreciará que vivimos un momento particularmente bajo. Y no sólo en la enseñanza misma, sino en todos los aspectos de la vida social que dependen de los mismos valores.

Doctrinalmente la LOE es, sin más, la resurrección de la LOGSE. Sin embargo, pese a las resistencias y a los intereses creados, la reforma educativa era y es una necesidad. La educación primaria y secundaria ha renunciado a formar personas, ha dejado de ser transmisora de cultura y de valores, para convertirse en mero aparcamiento o establo de los niños y jóvenes durante largos años. Las teorías abstractas, las determinaciones ideológicas y un utopismo de salón sustituyeron en las aulas al conocimiento y al estudio. El psicopedagogo teórico adquirió más importancia que el profesor que conocía su materia y conocía la realidad del aula. Y estábamos advertidos hacía décadas. En 1961, previendo el futuro, Michel de Saint Pierre escribía que “los jóvenes sufren la parcelación de los programas educativos y de la pedagogía, que repercute de modo directo en su formación y en su espíritu. Saben que el humanismo está en peligro, y que una determinada voluntad materialista trata de aniquilarlo”.

En la organización académica, la LOE reproduce los cuellos de botella esenciales de la LOGSE. En los Centros va a haber cada vez menos directores con autoridad, ya que el peso de los claustros asamblearios, de las no menos complejas representaciones familiares y de los sindicatos no disminuye en absoluto. La atención a la diversidad se va a seguir tratando como si el problema estuviese en los medios materiales, cuando realmente está en la idea-fuerza de la LOGSE de la igualdad obligatoria entre unos alumnos que siguen siendo, afortunadamente, desiguales en capacidades, hábitos, medios y motivación. La gratuidad de los 3 años a los 18 y la obligatoriedad de los 6 años a los 16 no ocultan la contradicción de unir en las mismas aulas y planes de estudio a personas con metas muy diferentes en sus vidas, y por tanto con necesidades divergentes. ¿Desde cuándo no pisan estas señoras un Instituto?

Las verdaderas consecuencias están aún por llegar

Todo esto es una versión ampliada de la LOGSE, y la consecuencia fue en 2005-2006 un “curso caliente” con muchos motivos de conflicto –tantos como puntos inoperantes de la vieja Ley se mantienen, y pronto veremos su aplicación concreta- y es preciso afrontar la situación con ideas claras. Al menos en dos aspectos, para empezar.

En el ámbito católico, por ejemplo, conviene distinguir a tiempo lo esencial de lo pasajero. Que la asignatura de religión sea o no evaluable y tenga o no alternativa es sólo relativamente importante. Juristas tiene la Iglesia para recordar las obligaciones del Estado. Pero lo esencial es recordar a las autoridades y defender sin concesiones que la enseñanza, como parte de la educación, es responsabilidad de la familia, y que el Estado sólo actúa en esto subsidiariamente. En palabras de Benedicto XVI –pero es una tradición milenaria-, la función de la escuela “está ligada a la familia como natural prolongación de la tarea formativa de ésta última”. La libertad de enseñanza está en peligro en más de un sentido, y ahí hay uno de los grandes debates en curso.

Otro debate, equivalente en importancia, es el que va a referirse a la igualdad de los españoles ante esta Ley. Las ataduras ideológicas y parlamentarias de Zapatero y Sansegundo hacen que la LOE tenga diecisiete ámbitos de aplicación. En la práctica, esto implica que cada Comunidad Autónoma podrá matizar mucho la Ley. En unos casos esto será una mala noticia, cuando los dogmas de la LOGSE se apliquen sin considerar el daño que ya han hecho. En otros será aún peor, cuando los nacionalistas de distinto signo empleen su autonomía para la correspondiente “construcción nacional” en la escuela. En muchos será un mal menor, cuando el PP suavice todo lo posible la entrada en vigor la Ley. Personalmente me alegro, en fin, qué duda cabe, de que Navarra con su foralidad tenga grandes posibilidades de esbozar su propia política educativa; pero sería aún más positivo no ver España dividida en diecisiete ámbitos de aplicación de una Ley que antes de nacer ya ha hecho daño a toda una generación.

Pero la LOGSE es mucho más que un modelo educativo: lo esencial de ella arranca atrás en el tiempo y se prolongará después, además de extenderse a ámbitos aparentemente dispares. Afecta a las personas, y sobre eso hay algo más que decir. Porque la LOGSE es más que una Ley, y tiene efectos directos en la vida de los españoles. Son las “víctimas de la LOGSE”, en expresión bastante afortunada que de César Vidal o de Federico Jiménez Losantos, pero que describe perfectamente la experiencia cotidiana de la España joven de estos inicios del siglo XXI.

España es un país que cambia. En realidad, todo lo que vive cambia, y la inmutabilidad es algo mineral. Pero no todos los cambios son a mejor. La sociedad española ha experimentado en las últimas dos décadas un proceso de transformación en gran medida enriquecedor y positivo, pero en algunos aspectos esenciales indudablemente negativo. Algunos principios que se han considerado irrenunciables desde los albores de nuestra civilización han sido sustituidos por valores alternativos cuya imposición definirá en breve una cultura diferente.

En el terreno educativo, ese cambio se simboliza, sí, en la aplicación de la LOGSE socialista, es decir, en la llegada a las aulas del individualismo, del materialismo, de la negación del orden y de la autoridad; en el predominio progresivo de las opiniones sobre los hechos objetivos, de lo fácil frente a lo exigente, de lo cómodo frente al esfuerzo, de lo inmanente frente a lo trascendente y de lo inmediato frente a lo permanente.

Esa transmutación de valores tiene en la LOGSE sólo un símbolo y en la enseñanza sólo uno de sus campos de aplicación. Al mismo tiempo, los valores de la LOGSE han llegado a la música, al humor y el ocio, a las Universidades, a la conducta sexual, a las Fuerzas Armadas o a los espectáculos, por poner unos cuantos ejemplos. Y así sucesivamente, de manera sorprendente sobre todo para quienes recuerden la existencia previa y alternativa a todo lo anterior de otro sistema de enseñanza, de otro modelo educativo, de otra jerarquía de valores y de otras concreciones culturales y sociales de éstos.

Se ha forzado una ideologización de los jóvenes desde el mismo sistema de enseñanza. Para imponer sin ressitencias el materialismo, el relativismo y el igualitarismo, la falta de orden, de responsabilidad y de disciplina inherentes a una juventud sin modelos externos de referencia el vehículo ha sido una versión plebeya del hedonismo. Lo supo ver con clarividencia Gonzalo Fernández de la Mora en su siempre válida “Carta a un joven hedonista”: “Las actitudes juveniles son las más significativas, porque permiten entrever el futuro, y en España revelan una tendencia de creciente laxitud ética. (…) ¿Cuál es el ideal predominante en el joven actual? Básicamente, levantamiento de cualquier limitación social a su personal autodeterminación. (…) Es una demagogia patética inducir a los jóvenes al hedonismo y, consecuentemente, a la evasión deshumanizadora y, en último término, a la frustración personal. (…) El hedonismo es una concepción de la ética que identifica el bien del hombre con el placer, entendido como el sentimiento agradable producido por la adecuada excitación de uno o varios sentidos. (…) Lo problemático del hedonismo se plantea en tres niveles: el primero es que la búsqueda del placer es individualista y egoísta; el segundo es que el hombre no está solo y ha de atener sus comportamientos al hecho social; el tercero es que el hedonismo tiene unos costes y el saldo final felicitario suele ser negativo”. Y lo de menos es cómo se manifieste ese hedonismo: “Para el hedonismo radical los placeres por excelencia son las drogas y el sexo; para el hedonismo instrumental el bien supremo es el dinero porque permite adquirir lo que satisface a los sentidos (…)” pero todo eso no es más que la contraprestación adolescente del verdadero objetivo, el crecimiento de toda una generación ajena a los principios sobre los que se fundado la vida de nuestro país hasta hoy

Ahora empiezan a llegar a la vida adulta y a los centros de trabajo los eternos adolescentes de la LOGSE –tan indebidamente contentos de haberse conocido a sí mismos, tan evidentemente destinados a una vida dura que aún lo será más por la deformación educativa-. En el fondo, ¿con qué autoridad puedo criticar o combatir en los jóvenes alienaciones menores como el alcohol o las drogas, si les hemos privado de los medios éticos para definir una vida auténticamente libre y madura? ¿Cómo puedo acusar a un joven de ser desleal o perjuro si he privado de valor a la fidelidad, el sacrificio y el compromiso? No tenemos una juventud corrompida: tenemos un país en el que millones de españoles son víctimas de la LOGSE.

Conclusión: optimismo pese a todo

La LOGSE se basa, como casi todas las teorías educativas actuales, en la antropología de Juan Jacobo Rousseau –los niños, seres naturalmente buenos que desarrollarán sólo espontáneamente y en libertad sus mejores inclinaciones— consagrada institucionalmente desde la época del baby boom. El padre-amigo, y su natural consecuencia el profesor-amigo, son el vehículo de difusión de unos principios –buenistas, laxos– que podemos ver resumidos en los Beatles y su entorno, All you need is love y demás. La LOGSE es la Ley más lógica y previsible en unas generaciones de padres y de profesores que colectivamente no asumen sus tareas, porque en cierto modo se niegan a abandonar ellos mismos el estado “ideal” de adolescente. Padres y profesores se quejan, nos quejamos, de la situación actual de la juventud, pero no están, o no estamos, plenamente dispuestos a asumir que otra juventud será posible sólo desde otro sistema de enseñanza, que sea parte de otro modelo educativo y que se fundamente en principios diferentes a los que se consideran indiscutibles en toda Europa desde los años 60 del siglo XX.

La LOGSE no es el problema sino un síntoma más, entre otros. La Ley General de Educación de 1970 partía de las mismas ideas e introdujo lentamente la situación actual de la enseñanza. La LODE añadió explícitamente durante el primer Gobierno socialista los principios ideológicos progresistas, pero no hubo un cambio radical; la LOGSE creó desde 1990 nuevos problemas con la comprensividad –uniformidad de estudios hasta los 16 años de edad–, pero ésta es indiscutible para que quiera ser coherente con el igualitarismo que pocos se atreven a rechazar en público. La LOCE del PP, aunque trató de pulir algunos de los aspectos más hirientes de la LOGSE, mantuvo ésta y todo su ideario en vigor, como señal del acuerdo de fondo en la sociedad. Y la LOE que ahora entra en vigor no es sino otro paso en la misma dirección.

¿Es la única dirección posible? Creo no, y confieso que me agota el fúnebre, resignado y quejica pesimismo de parte de la derecha española, precisamente en los asuntos de educación, cultura y juventud. Debe darse la voz a las víctimas, porque los jóvenes de 2006 no son peores que sus padres o que sus abuelos. No son tontos, pero les estamos dando menos oportunidades de las que podríamos darles y los estamos condenando, para satisfacer nuestra comodidad ideológica, a una esclavitud de por vida. Sin duda el “legado de la LOGSE” que tan acertadamente critica Francisco López Rupérez en presencia de Pilar del Castillo no será bueno. Tarea de esta generación de familias, de docentes y de alumnos puede ser asumir que sólo la jerarquía, el mérito, el esfuerzo, la disciplina, la distinción, la capacidad o el orden pueden construir una enseñanza diferente, dentro de una educación diferente, como fundamento de una juventud diferente, es decir, más libre. No basta cambiar un Gobierno o una Ley: hay que prescindir de toda una ideología.

Pascual Tamburri. Profesor de Instituto.