Algo profundo y desconocido se mueve contra Zapatero

Por Pascual Tamburri Bariain, 15 de junio de 2006.
Publicado en El Semanal Digital.

Despiertan fuerzas telúricas en el patriotismo español. La «marea roja» de Leipzig, como el apoyo a la AVT, puede derrotar a Zapatero. Pero Rajoy no debe cometer más errores.

Tuvimos el miércoles 14, con la selección nacional de fútbol en Leipzig, y el sábado 10, con las víctimas del terrorismo en Madrid, dos muestras populares y masivas de los humores cambiantes en nuestro cuerpo social. España vive un momento de cambios acelerados, cambios liderados por la izquierda de José Luis Rodríguez Zapatero y acompañados por toda la gama de nacionalistas antiespañoles, desde Carod Rovira hasta Otegi. Sin embargo, esa revolución política, social y cultural, basada en el descuartizamiento de España, aún no ha triunfado. Cada vez son más los españoles orgullosos de serlo y de exhibirlo. Hasta hace dos años y por muchas décadas sólo la izquierda se creía capacitada y legitimada para salir a la calle. Ya no es así.

El viento está cambiando. Comparto la sensación del héroe más humilde de J.R.R. Tolkien, Ghân-buri-Ghân de la floresta de Drúadan. Han despertado inquietudes y resistencias insólitas que pueden hacer fracasar el proyecto de Zapatero -que sí existe y que no es simple casualidad-. Muchos españoles quieren seguir siendo españoles. El enemigo está a las puertas, pero va a encontrarse con más obstáculos de los esperados.

Hoy por hoy, aquí y ahora, sobran debates ideológicos, minucias históricas y disquisiciones teológicas: la derecha es la oposición política, social y cultural al materialismo, progresismo e individualismo -léase colectivismo, léase anticomunitarismo- de la izquierda rampante. Es mucho lo que está en peligro. «La continuidad histórica de una nación no es cosa de genio, sino de libertad, y, por lo tanto, puede perderse». España vive y es una nación, pero puede dejar de serlo e incluso puede dejar de vivir. Una derechona que se limitase a confiar en el providencialismo tradicionalista – que tuvo su más lánguida y democristiana versión en la UCD- se convertiría en cómplice del radicalismo zapaterista. Y también sería posible una derechita que se acomodase a ser leal oposición política de un régimen de izquierdas como el que Zapatero diseña.

Zapatero esperaba algo así de Mariano Rajoy. El PP es la única derecha política, y es verdad que los hábitos rumiantes de los años anteriores hacían prever una cierta sumisión, basada en el politicismo y en el «centro» entendido como manera de lograr que los votos de la derecha fuesen a políticos profesionales que aceptasen antes o después los dogmas y decisiones de la izquierda. Tanto ETA como Zapatero calculaban que el PP terminaría sometiéndose, creyendo que sólo así podría volver al poder.

Pero la izquierda se ha equivocado. La derecha se ha sentido acorralada, expulsada por la fuerza de la legitimidad, y ha despertado un movimiento social de resistencia. Esa nueva y eterna derecha no es esencialmente política, sino un zócalo firme de consenso y movilización que puede arrollar a Zapatero, pero que Rajoy tiene que entender y aceptar si desea cabalgar la ola en vez de ahogarse en ella. El viento puede ser tempestad.

La derecha que no se conoce a sí misma

Wídfara es mi nombre, y también a mí el aire me trae mensajes. Ahora el viento está cambiando. Llega un soplo del Sur; hay un aroma marino en él, por débil que sea.

La derecha real no es sólo la derecha oficial, así como la derecha social no coincide exactamente con la derecha política. Esto de distinguir el «país real» del «país legal» es una herencia de la generación de fin de siglo europea (de fin de siglo XIX, se entiende: la generación regeneracionista de Joaquín Costa entre nosotros, para entendernos; pero es que Zapatero nos ha devuelto a los problemas del siglo XIX), y ayuda a entender qué le pasa a la derecha.

La derecha política tuvo en marzo de 2004 diez millones de votos, a pesar de que durante los ocho años anteriores se habían sembrado a la vez las semillas del descontento -porque, pudiendo, no se hizo una política «de derechas»- y de la derrota -porque se entregaron a la izquierda cuotas de poder social sin recibir nada a cambio-. Pero a la vez esa derecha fue incapaz de encontrar unos cientos de militantes para defender sus propias sedes.

Era el fruto de la desmovilización. Mariano Rajoy, desde luego, si quiere tener alguna esperanza de vivir en La Moncloa tendrá que explorar, aprovechar y asumir lo que el viento de la derecha social está pidiendo en la calle. Para empezar, lo primero será reconocer con humildad que durante demasiado tiempo hemos tenido la espalda vuelta a la gente, y que no nos habíamos dado cuenta del movimiento social plural que estaba naciendo.

La derecha que tiene miedo de sí misma

Me parece ver el futuro, en cierto modo. Sé que recorreremos un largo camino hacia la oscuridad; pero también sé que no puedo volverme. (…) lo que quiero no lo sé exactamente, pero tengo que hacer algo antes del fin, y está ahí delante (Samsagaz Gamyi) .

Hay miedo. Ser de derechas no sólo está mal visto por los creadores de opinión, por los asesores y por los jefes de gabinete apesebrados. Ahora da miedo porque hay un riesgo físico en serlo, como se demuestra cada día en Cataluña, Navarra y el País Vasco. La derecha política tiene miedo; sin embargo la derecha social, compleja, conflictiva, variopinta y contradictoria pero real, ha vencido el miedo y compite por la calle con la izquierda y con los poderosos. Ahí hay una esperanza: porque el poder difícilmente podrá parar un movimiento popular con la facilidad con la que se detiene un partido de técnicos adocenados.

No obstante, la derecha sigue teniendo miedo de sí misma. La gente da miedo, cuando no asco, y se teme la contundencia de unos tanto como el tipismo de estadio de otros. Se siguen convocando mítines «íntimos» en los que el aplauso de cuatro cargos públicos y «gente de confianza» sirve para mendigar unos segundos a las televisiones que antes regalamos al enemigo y que ahora financiamos con la publicidad institucional que nos queda. Se sigue confundiendo el apoyo a la oposición social con comprar a alguno de sus líderes con un puestecillo en las listas, con emplearlos de teloneros en los actos o con censurar -a veces con escaso pudor y siempre con escaso éxito-la sinceridad de su activismo juvenil y popular.

El mejor escenario para Zapatero es uno en el que Rajoy -y por la misma razón Josep Piqué, Miguel Sanz o María San Gil- desconfíe de «su» gente, de las personas que no sólo le votan sino que comparten los principios de una derecha plural. Y que son capaces de actuar con pleno desinterés. Algo tan raro en la derecha política apolillada -sí, esa que cobardemente dice llamarse sólo centro- que genera aún desconfianza y miedo.

La derecha de Zapatero

El mundo está cambiando: lo siento en el agua, lo siento en la tierra y lo huelo en el aire (Bárbol) .

Una derecha política desconectada de su vertiente social perdería necesariamente todas las futuras elecciones, perdería incluso apoyos y a cambio no obtendría de la izquierda más que desprecio. Ni en la Cataluña de Aleix Vidal Quadras, ni en la Navarra de José Ignacio Palacios, ni en el País Vasco de Jaime Mayor Oreja. Una derecha acomplejada, o una derecha en la que el cálculo electoral miope primase sobre la unidad del movimiento y la defensa de los principios, sería la derecha de Zapatero.

Creo sin embargo que la marea de fondo va en otra dirección, hacia una derecha plural y distinta. Nada que ver con el pasado, sino algo capaz de ser a la vez político, social y cultural, con mil rostros y una síntesis unitaria que vaya -esto ya lo he dicho, y sé que no ha gustado- desde Chueca hasta los conventos de clausura. Pedro Laín Entralgo hablaba ya de esa síntesis, «en la que convivan amistosamente Cajal y Juan Belmonte, la herencia de San Ignacio y la estimación de Unamuno, el pensamiento de Santo Tomás y el de Ortega, la teología del padre Arintero y la poesía de Antonio Machado»; hoy podríamos emplear otros nombres (los seguidores de Kiko Argüello y los de Arturo Pérez Reverte, los de Puyol, los de Raúl y los de Torres, los de monseñor Rouco y los del juez Marlaska, y hasta las feligresías de Jiménez Losantos, Herrera y Zarzalejos), y no sería ni eclecticismo ni rendición, sino una vela desplegada para que Rajoy liderase una nueva derecha victoriosa.

La única alternativa sería una derecha servil que, por tener miedo a su gente, renunciase a defenderla. Pero entonces las consecuencias serían imprevisibles, y no creo que nadie quiera experimentarlas, salvo Zapatero. No se puede pedir eternamente «serenidad», «comprensión» y «moderación», porque una derecha que se limitase a pedir votos cada cuatro años para una casta de privilegiados perdería los votos y perdería la dignidad. La resignación no se puede pedir más allá de cierto límite, y menos si se pide desde el aire acondicionado del despacho oficial, desde el asiento del coche azul o desde la perspectiva de una cómoda carrera política profesional en la oposición.

Vas hacia el camino y si no cuidas tus pasos no sabes hacia dónde te arrastrarán (Bilbo Bolsón). Lo seguro es que la solución para todos está en el futuro: camino adelante veremos quién lo recorre, pero esto ha pasado en las plazas de Madrid y en las gradas de Leipzig.

Por Pascual Tamburri Bariain, 15 de junio de 2006.
Publicado en El Semanal Digital.