La tolerancia es inmoral. La memoria de una víctima condena el diálogo

Por Pascual Tamburri Bariain, 9 de julio de 2006.
Publicado en El Semanal Digital.

Hace cinco años del asesinato de José Javier Múgica, concejal de Leiza. Hoy sus asesinos de ETA negocian con Zapatero. Pero en Navarra no hay sitio para una falsa «tolerancia».

El 14 de julio de 2001 ETA asesinó a José Javier Múgica, concejal de Unión del Pueblo Navarro en Leiza. Una bomba-lapa mató a un trabajador, representante del pueblo y portavoz de España. Quisieron matar en él la libertad de todos y el coraje de quienes comparten con él principios frente a la mentira y el crimen. Aún no lo han conseguido, y hoy su muerte se recuerda con amargura.

Quienes hoy negocian con ETA y con Batasuna niegan el valor de la muerte de José Javier Múgica y de la vida de sus compañeros de lucha en Leiza. Negociar es dar la razón a las peores percepciones de esta víctima de ETA, cuando recordaba que «la libertad de expresión permite que en este país se pida la impunidad para el asesinato, mientras se sigue asesinando». Colocar al mismo nivel la verdad y la mentira, la virtud y el crimen, la lucha honesta y el asesinato por la espalda no es tolerancia: es complicidad con los mentirosos, los criminales y los asesinos.

Una de tolerancia, camarero

Daniel Innerarity enseña filosofía de la Universidad de Zaragoza. Es nacionalista vasco, o al menos lo ha sido. Y allá por los inicios del zapaterato, en 2004, lanzó una serie de reflexiones, que siguen, sobre la importancia del estilo político, vulgo «talante», en la actual vida pública española. Bueno, él, que parece muy tolerante, no dice española, claro.

Para Innerarity, «el debilitamiento de los grandes proyectos ideológicos ha situado en primer plano la cuestión del estilo político». ¿Una obviedad? Nada es obvio con depende qué interlocutores. El dardo iba, entonces, a favor de Zapatero y contra Aznar, ya que, para tan eximio pensador vasco, «las exigencias de la mera educación han vuelto a convertirse en una reivindicación elemental tras el hastío que ha generado en la política española un largo tiempo de desprecio a la oposición, monopolio de la Constitución, ausencia de diálogo, desconsideración de la voluntad popular y falta de respeto a la legítima aspiración ciudadana por saber la verdad» .

¿De qué se trata? Teóricamente, mediante la tolerancia, de «hacer compatible la diversidad ideológica, funcional, identitaria y de intereses». Así que en esas estamos: ustedes, representantes oficiales de la España política, muestren su talante y acepten que aquí hay gente que mata para imponer su mentira; y como hay que respetar la mentira, vamos a darles la razón y que por favor dejen de matar. Pues eso.

Dogma neotolerante: «los conflictos relativos a la política territorial exigen acostumbrarse a tratar los asuntos políticos como cuestiones en torno a las cuales se puede discutir, pactar y negociar, no siempre como cuestiones de principio, lo que termina generando dinámicas centrífugas». O sea, señores, negocien y cedan aunque ustedes representen la verdad y la justicia y tengan enfrente la mentira y el crimen, porque si no serán ustedes intolerantes. Malos, malos, malos.

Esta retórica tolerante en lo ideológico se corresponde, ni que decir tiene, con una escuelita histórica paralela, para la cual no hay hechos probados ni comunidades formadas, sino sólo el fluir de las grises opiniones. Vamos, que como «toda identidad exige cambios» y «Navarra no va a ser una excepción», debemos dejarnos llevar por la corriente nacional-terrorista porque si no don Daniel y sus adláteres multidisciplinares nos llamarán intolerantes.

Personalmente exijo que me lo llamen. Si estos sujetos me excomulgan de su tolerancia quedaré sin duda lejos de Zapatero, lo cual no es pequeña ventaja. Además, estaré en el mismo lado de José Javier Múgica, y estarán con nosotros Silvestre Zubitur y Pello Urquiola. Es verdad que no tendremos ya derecho a lustrar nuestro acento francés para citar a Camus, y que Koselleck, Finkielkraut, Giddens y Luhmann tal vez nos parezcan la delantera de la República Checa. Pero a cambio no seremos tan horteras como esta banda de cursis descreídos.

Durante mucho tiempo he pensado que no había nada peor que ETA y su entorno. Luego he ido viendo que los que están dispuestos a rendirse ante ellos son bastante más lamentables. Por último, creo ahora que nada hay tan patético como los ex alumnos de un grupo totalitario intentando justificar, predicando la tolerancia y la rendición, la victoria de la mentira.

Por qué murió José Javier Múgica

Los concejales de UPN de Leiza no saben de complejas filosofías tolerantes. Tampoco los veo yo muy duchos en teorías individualistas de la existencia ni en pluralismos existenciales. José Javier Múgica murió y otros arriesgan su vida porque se identifican con unos principios que consideran verdaderos y superiores. Porque creen en una tierra y una patria. Perdón, qué digo, una Patria. Porque se han dado cuenta de que, a base de tolerancias unilaterales y de sutilezas libertarias, se ha avanzado demasiado en la construcción de una identidad colectiva nacionalista. Porque, frente a eso, los diálogos y los complejos sólo sirven de felpudo. Porque los intereses de España valen más que los pequeños egoísmos individuales, que unas veces son cómplices conscientes de ETA y otras, las más, risibles compañeros de viaje.

José Javier Múgica murió, sí, pero su muerte nos recuerda que la Navarra foral y española vive, y que sólo puede vivir en gente dispuesta a jugarse el tipo, a dar la cara y a sacar los colores a todos los mediocres que desde cómodas cátedras, escaños y despachos se creen más inteligentes y sabios que un concejal de pueblo.

Por Pascual Tamburri Bariain, 9 de julio de 2006.
Publicado en El Semanal Digital.