Zapatero duda cuál es el interés de España en Oriente Medio

Por Pascual Tamburri Bariain, 19 de julio de 2006.
Publicado en El Semanal Digital.

La situación en Oriente Medio es de una gravedad excepcional. Hacía décadas que la violencia, siempre presente, no se adueñaba de esta manera de la vida internacional de esta zona del mundo. Y las consecuencias son negativas para todos los países, cercanos y lejanos.

Palestinos e israelíes han fracasado por el momento en el camino hacia la paz abierto tras la Segunda Guerra del Golfo. Las conferencias de Oslo y de Madrid trazaron una vía posible hacia la convivencia, basada en el mutuo reconocimiento, en la aceptación de los derechos de todas las partes y en la necesidad de evitar soluciones unilaterales. El terrorismo de los radicales musulmanes, no sólo palestinos y no todos los palestinos, sumado a la tentación israelí de fijar una frontera sin negociarla, ha llevado a las naciones del Mediterráneo Oriental y del Creciente Fértil al borde de la guerra abierta.

La responsabilidad directa de esta situación corresponde ahora al grupo musulmán chiíta Hizbulá en el Líbano y al grupo integrista sunnita Hamás en Palestina. Los atentados suicidas, el secuestro de militares israelíes, el chantaje ligado a los secuestros y los ataques con cohetes a la población civil no son aceptables en ningún caso. Por buenas que sean las razones de los árabes en general, y ciertamente las de los palestinos en particular, la imposición por la fuerza no soluciona los problemas y el terrorismo los agrava de manera irremediable.

Los Estados con capacidad de influir en los grupos armados -la Autoridad Palestina, Líbano y sobre todo Siria e Irán- tienen una responsabilidad inexcusable en estas horas críticas. Como ha pedido la diplomacia internacional, encabezada por Estados Unidos y la Unión Europea, antes de buscar un nuevo camino para la paz es imprescindible que desaparezcan todos los tipos de terrorismo.

Israel y su primer ministro, Ehud Olmert, también tienen una doble responsabilidad. Como todos los Estados, el Estado judío tiene que garantizar la seguridad de sus ciudadanos, sea cual sea su origen y credo; pero al cumplir esa misión no debe desencadenar reacciones aún más violentas en sus vecinos y adversarios, porque la espiral de violencia lleva hacia una guerra total en la que no cabe victoria definitiva. Nadie duda que deberá haber una negociación y un acuerdo si se quiere que haya paz.

Es cierto que, como ha dicho la ministra israelí de Asuntos Exteriores, Tzipi Livni, «el alto el fuego no puede ser un fin en sí mismo», pero no es menos cierto que para exigir que se cumplan las resoluciones de las Naciones Unidas y las normas de Derecho Internacional las dos partes deberán hacerlo. Israel, como potencia más fuerte y mejor respaldada, tendrá que dar pasos valientes hacia la paz.

El G-8 en la reunión de San Petersburgo del pasado domingo encargó al secretario general de la ONU, Kofi Annan, que interviniese para detener el conflicto. Varios países europeos han mostrado su disposición a mediar en el conflicto, como ya lo ha hecho indirectamente Italia entre Siria e Israel, y a enviar tropas de interposición como se hizo en la crisis del Líbano en 1982. Miguel Ángel Moratinos, ministro de Asuntos exteriores de España, ha sido criticado muchas veces por su falta de equilibrio en el conflicto entre palestinos e israelíes. Sin embargo en este caso ha situado a nuestra diplomacia con cierta prudencia junto a los demás países europeos, en disposición a colaborar con la paz, lo que constituye nuestro interés nacional.

Precisamente por eso sorprende el radicalismo de las actitudes del presidente del Gobierno. Las opiniones privadas de José Luis Rodríguez Zapatero no pueden afectar a los intereses de España, y en estas circunstancias la foto de nuestro máximo gobernante con un pañuelo palestino es menos preocupante que la convocatoria de una manifestación contra Israel por parte del PSOE. Y es que palestinos e israelíees coinciden den defender los que consideran derechos e intereses de sus respectivas comunidades, mientras que en La Moncloa parece pensarse más desde prejuicios partidistas e ideológicos. Lo cual no es bueno para España.

Por Pascual Tamburri Bariain, 19 de julio de 2006.
Publicado en El Semanal Digital.