Pascual Tamburri
Razón Española, Nº. 140, 2006, págs. 329-331
El Congreso ha reconocido a Cataluña como nación. Y lo que ha nacido es una confusión. Hay que entender bien qué es una nación y desde cuándo existen tales artefactos políticos. Gentes con la mejor intención están diciendo cosas contradictorias.
Incluso entre personas cultas y con altas responsabilidades tenemos, embrollados, la existencia de España (milenaria), el nacimiento del Estado español (siglo XV) y la afirmación de la Nación (siglo XIX), todo ello aún más enrevesado por la existencia de la variedad regional, posterior y no anterior a la del Todo.
Hagamos luz. Sobre todo esto hay miles de libros eruditos. No les voy a recomendar ninguno, porque enseño Historia en eso que nos empeñamos en llamar Bachillerato y sospecho que la erudición ya no llega a la calle. Les planteo sin embargo un reto: del mismo modo en que Eugenio d´Ors aceptó el desafío de escribir La historia del mundo en quinientas palabras(Criterio Libros), hagamos una Historia de España en quinientas palabras. A modo de necrológica para todos los públicos de la Nación-Estado, tal vez, pero de señal de vida de la comunidad popular española, anterior y superior a cualquiera de sus expresiones.
Ninguno de nosotros es d´Ors. Mejoren ustedes el texto, escríbanme sus sugerencias, correcciones y matices. Digamos en quinientas palabras quiénes somos, de dónde venimos, qué heredamos.
Historia de España en quinientas palabras
Tierras y gentes dispares, aunque quizás remanso occidental de una Última Thule. Tierra de aventura para orientales hasta que Roma trajo luz. Escipión desembarcó, y la Urbe dio nombre y ser a Hispania. Tras larga lucha, España fue una, y con Augusto pueblo, razón y corazón.
A la clara serenidad del Imperio sucedió la zozobra de la decadencia, pero en ella llegó Santiago con la Palabra. Trajano y Arcadio desde lo más alto, Dídimo y Veriniano desde las provincias, opusieron su espada al desorden. De la barbarie germana nació un nuevo orden visigodo. Con Leovigildo, una monarquía; con Recaredo, una Iglesia; con Isidoro, una conciencia. Era ya Patria y no provincia.
Julián y Oppas, eternos traidores, vendieron la independencia y la unidad a invasores siempre ajenos. Del pueblo surgió la respuesta, y en lento despliegue de siglos Pelayo, Alfonso, Sancho, Fernando y Jaime reconquistaron la libertad. Una sola España, Portugal, León, Castilla, Navarra, Aragón, reinos que serán regiones, fueros que forjarán Derecho.
Los Trastámara reconstruyeron el orden gótico de unidad e independencia sobre la hispana variedad. Isabel y Fernando renovaron la esperanza y expulsaron las conciencias extranjeras. Ágiles infantes imperaron en Europa, Colón llevó las velas por doquier, Cortés y Pizarro: para Carlos, un monarca, un Imperio y una espada.
Desde Thomar, Felipe el Grande reinó en toda España, como nunca desde Rodrigo. Mercaderes ingleses y racionales franceses empujaron después la decadencia, amarga pero digna. Una herida se abrió: Portugal, sin dejar de ser, se hizo Estado. El Imperio menguó y reyes capetos medraron. ¿Eran las Luces -progreso, materia, razón, individuo- la solución?
Tras Felipe y sus hijos ningún Borbón ha nacido y permanecido en España. Ésta, y su Corona, fue tratada como privilegio de una familia. Abandonada en el fango de Bayona, la soberanía fue tomada por un pueblo indómito y hecha en Cádiz Nación y Constitución. ¿Había acaso otro camino?
De Cádiz a Cuba y al Ebro, España fue Estado y ya Nación, pero vivió ensimismada. La querella liberal convirtió el Atlántico en foso y excavó trincheras en la conciencia de las gentes. Lejos de mirar al mundo con ambición, los españoles se miraron con odio, en disputa de ideologías contrapuestas.
Durante dos siglos Europa se acostumbró a la ausencia de España. Sembradores de cizaña predicaron secesión en las regiones. Egoísmo en unos, mentiroso odio de patria en otros. División de los espíritus, lucha de clases y miseria moral antes que material: corrupción, dolor, desorden. El Estado perdió la paz y la legitimidad. Media España recogió el poder de la calle y luchó por él contra la otra media. Franco, vencedor en la sangre, impuso el orden y creó nueva riqueza, pero no quiso resolver las grandes cuestiones seculares.
Juan Carlos hizo verdad la previsión de Serrano Súñer, pues España, para seguir siendo, no puede huir de lo que Europa vive, ayer disciplina totalitaria, hoy libertad democrática. Antes que Estado y Nación, un pueblo, una libertad, una Patria; una fecunda variedad en la unidad. Mañana, Dios proveerá.