Por Pascual Tamburri Bariain, 5 de noviembre de 2006.
Publicado en El Semanal Digital.
Al final, Carod y Montilla dejan a Zapatero con un palmo de narices, Mas en la oposición hacia la marginación, Maragall se venga y Piqué … Piqué se relame esperando.
Ayer domingo el líder de ERC, Josep Lluís Carod Rovira, anunció en rueda de prensa que hay un acuerdo de Gobierno entre los republicanos independentistas, los socialistas del PSC y la izquierda extrema de IC-EV. Con los votos de Carod y de Joan Saura el primer secretario del PSC, José Montilla, será presidente de la Generalitat catalana. Aunque las urnas dijeron otra cosa el 1 de noviembre, vuelve el Tripartito, y no todas las caras son alegres.
En pura lógica democrática, el pasado miércoles venció las elecciones CiU. Por poco, por mucho menos de lo esperado y por ellos deseado, pero la verdad es que el centroderecha catalanista de Artur Mas obtuvo la mayoría de escaños y de votos. Insuficiente, cierto, pero tenía derecho por lo menos a intentarlo. Pues no: Pasqual Maragall vence batallas después de muerto (políticamente) y el Tripartito que permitió al PSC suceder a Jordi Pujol ha renacido.
En 2006, como en 2003, la «llave» de la gobernación de Cataluña la tenía ERC. ¿Por qué Carod-Rovira, que podía decidir, ha elegido un tripartido de izquierdas en lugar de una coalición nacionalista con CiU? Hay muchas razones, y no todas derivadas del número de puestos asignados; ERC ha hecho una elección a largo plazo, una apuesta tal vez arriesgada pero fácilmente explicable.
Carod sabe que ERC salió de la marginalidad porque demostró ser capaz de influir en las decisiones gubernamentales y de representar ante la opinión pública a un nacionalismo extremo pero con poder. Uniéndose a CiU, ERC corría el riesgo de quedar diluida en un nacionalismo más amplio y más veterano en tareas institucionales. ERC ha elegido ser el único partido exclusiva y abiertamente nacionalista en la Generalitat. Desde esa posición espera consolidarse a costa de los sectores «soberanistas» de la coalición CiU.
Por lo demás, Carod no ignora que CiU nació en y para el Gobierno. Artur Mas lleva tres años sin poder repartir prebendas, consejerías, cargos de libre designación y otras dádivas, y la lejanía de los coches oficiales es cada vez más dolorosa. Con Mas en la oposición -en Barcelona y en Madrid-, sus seguidores se impacientan, y como donde no hay harina todo es mohína puede haber tensiones dentro de Convergencia, e incluso entre Convergencia y los democristianos de Unió. Al menos por ahí van las mejores esperanzas de crecimiento de Carod, que así se venga de los públicos desprecios que su partido ha recibido de parte de CiU.
Ahora, si es por venganza, de quien Carod más se ha acordado es de José Luis Rodríguez Zapatero. Zapatero, que forzó su salida de la Generalitat después de la entrevista con ETA en Perpiñán, que prefirió pactar el Estatut con Artur Mas y que con ello rompió el anterior Tripartito, que liquidó a Maragall. Al final ha tenido razón Carod, y José Montilla ha elegido el poder antes que hacerle un favor al PSOE de cara a las generales.
Carod actúa ya como líder del catalanismo, y como verdadero «hombre fuerte» de un Gobierno que él ha anunciado porque sólo él podía hacerlo. Mas es un hombre derrotado pese a vencer, que deberá reaccionar si no quiere ir hacia la marginalidad política. Zapatero tendrá que explicar esto en el resto de España, y no va a ser ni fácil ni popular. La izquierda radical barcelonesa está de enhorabuena, como IC-EV. Los chicos de Ciutadans tendrán un sparring mediáticamente muy jugoso en Carod. Y en el PP, depende de cómo se recomponga el centro derecha catalán, puede que al final sí se acerque la hora de Josep Piqué.
La cuestión, claro, es que ésa sea la hora de los catalanes. Porque en Cataluña sigue estando la clave de la libertad y de la unidad de España.
Por Pascual Tamburri Bariain, 5 de noviembre de 2006.
Publicado en El Semanal Digital.