Rudyard Kipling, Stalky & Cía

Por Pascual Tamburri Bariain, 7 de diciembre de 2006.
Publicado en el Manifiesto (papel) nº7, página 62. PDF revista completa.

Ediciones Gaviota, Madrid, 2005, 324 p.. Traducción de Javier Ruiz Calderón. ISBN: 84-392-1634-3.

Un sistema educativo violento, en el que los mayores abusan de los pequeños y los fuertes de los débiles. Se educa en la desigualdad, se copia en los exámenes y en los trabajos. Los alumnos huyen sistemáticamente del centro de enseñanza para entregarse a actividades inconfesables, beben alcohol y fuman, al tiempo que desprecian y hasta humillan a algunos de sus profesores, y respetan sólo a los que personalmente se hacen respetar, sin ninguna consideración a las normas. Familias lejanas y ausentes, para nada implicadas en la vida académica. Ocasionales desórdenes, escándalos, peleas y suciedad, mientras que los planes de estudio se incumplen. ¿Un sistema fracasado?

Si consideramos esos elementos por separado podría ser incluso nuestra propia enseñanza, en la España del siglo XXI. Sin embargo, sólo son aspectos parciales de una realidad muy distinta. En Stalky & Co, Kipling reunió una serie de relatos breves publicados antes en la prensa y ambientados en una prestigiosa Public School británica del último tercio del siglo XIX. Concretamente su propia escuela, el United Service College, en Devon, donde el futuro Premio Nobel pasó su adolescencia. Stalky, que ya ha podido ser leído por al menos cuatro generaciones de europeos, tiene hoy mismo una actualidad radical, mucho mayor que el modelo concreto de enseñanza que refleja. Por una parte permite ver cómo los problemas, soluciones y metas de la enseñanza son básicamente los mismos en casi cualquier momento y lugar, para que nadie piense que los chavales son diferentes que hace un siglo. Por otra parte es una pieza literaria divertida, hilarante, que puede ser leída con provecho y regocijo por cualquier persona que quiera pasar un buen rato consigo mismo y sus propios recuerdos.

Educar en la autonomía” y demás conceptos abstrusos de nuestra LOGSE/LOE ideologizada es algo que puede hacerse y merece hacerse. Pero ¿estamos dispuestos a dejar que los alumnos arreglen sus propios asuntos, interviniendo lo menos posible en ellos siempre que se mantengan dentro del marco establecido? “Fomentar la responsabilidad” ¿puede hacerse si queremos que esté hasta los 18 años y más allá con un profesor-niñera que vele por su seguridad? Tal vez el problema no esté en los jóvenes, sino en lo que les pedimos y damos, empezando por el absurdo de pedir a todos lo mismo cuando, afortunadamente, son desiguales en todo y por todo.

Un adolescente sano y no excesivamente afeminado tiende a la barbarie. La cuestión es cómo guiar a cada uno hacia su propia madurez, encauzando más que reprimiendo la barbarie, exigiendo cosas diferentes a cada uno, estableciendo reglas severas pero justas, conviviendo en suma. Stalky retrata un sistema de enseñanza exitoso, adecuado a la Gran Bretaña imperial. Pero en nuestras aulas sigue habiendo muchos Arthur Cockran, muchos M’Turk, muchos Beetle. Tal vez fallemos los docentes, que ya no nos queremos sentir in loco parentis, aunque lo estemos más que nunca por dejación e impotencia, y tratemos de imponer nuestros prejuicios igualitaristas y utilitarios, arriesgándonos a recibir en respuesta un bostezo de hombres que siguen despreciando a quienes “sólo trabajan para obtener buenas notas”. Todo esto es muy difícil de hacer si las metas de todos están fuera de las aulas y después del horario escolar. Stalky debe ser leído para reír, y con espíritu transgresor -no todos lo entenderán ni lo degustarán- pero tiene una lección importante para quienes hoy llenan o dirigen las aulas.

Por Pascual Tamburri Bariain, 7 de diciembre de 2006.
Publicado en el Manifiesto (papel) nº7, página 62. PDF revista completa.