La Transición (de los nacionalistas) ha muerto

Por Pascual Tamburri Bariain, 24 de septiembre de 2007.
Publicado en El Semanal Digital.

¿En qué consistió la Transición? Teorías aparte, en el establecimiento de un sistema político que no satisfacía a nadie pero en el que cabían todos, basado en renuncias por parte de todos. Y si los grandes partidos nacionales renunciaron al monopolio del poder único aceptando la creación de regiones ampliamente autónomas, los viejos nacionalistas vascos y catalanes aceptaron esa cuota de poder a cambio de renunciar a la independencia. Además siempre hubo una Lliga Regionalista solamente autonomista, desde Francesc Cambó, y siempre hubo, desde los últimos años de Sabino Arana, un vasquismo fuerista pero no separatista. El independentismo se quedó para la retórica de los mítines y para los radicales, de extrema izquierda, ligados además al terrorismo de ETA y de Terra Lliure. La Transición, autonomista, hizo de PNV y CiU partidos hegemónicos en sus respectivas regiones, gestores de un poder sin precedentes pero no soberano, y dejó a ERC y a Herri Batasuna en la marginalidad política.

Pero las generaciones educadas por el nacionalismo no entienden las sutilezas de hace 30 años; si en casa, en la escuela y en el campo de fútbol han aprendido que Cataluña o el País Vasco son una nación, serán en buena lógica independentistas. Y no se trata sólo de los votantes, sino de los dirigentes del nacionalismo. Así que la primera consecuencia del cambio generacional fue el crecimiento de los partidos independentistas, ERC y la izquierda abertzale.

Ante eso ¿qué podían hacer PNV y CiU? Los partidos nacionalistas están atrapados entre dos peligros divergentes. Por una parte, si se radicalizan hacia el independentismo, podrían perder a sus votantes más tradicionales, no independentistas y desde luego no izquierdistas. Así pareció creerlo Josu Lon Ímaz, y si uno recorre las sedes de CiU y PNV algo de eso hay. Pero por otro lado, si persisten en el autonomismo se arriesgan a perder su hegemonía en el respectivo nacionalismo, y quizás a entregar el poder territorial a los independentistas.

El riesgo de ser arrollados por los radicales es inmediato, mientras que el enfado de los no independentistas como mucho aumentará la abstención. Así que el nacionalismo tradicional, alcanzados todos sus objetivos, se está haciendo de verdad independentista, como Joseba Egibar y Artur Mas. Lo son por convicciones, peor también por imperativos electorales. Los viejos partidos viven descontentos y enfados, pero su elección está clara. Y también lo están las consecuencias políticas generales: ni PP ni PSOE les podrán dar lo que piden. Con lo cual, desde las elecciones de 2008 y salvo que el nacionalismo sufra un varapalo histórico, el último consenso básico de la Transición habrá muerto. Queda ver quién lo va a gestionar: ¿Zapatero o Rajoy?.

Por Antonio Martín Beaumont y Pascual Tamburri Bariain

Por Pascual Tamburri Bariain, 24 de septiembre de 2007.
Publicado en El Semanal Digital.